Capítulo 3

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  Un bebé.

Sasuke miró los enormes ojos jade de Sakura. Siempre había pensado que tenía cara de ángel. Nunca tanto como en ese momento. Sus mejillas se habían sonrojado y unos mechones de su cabello largo y rosa se
curvaban sobre su ojo izquierdo. Alzó la mano para ponérselos detrás de la oreja.

—Es tuyo —dijo ella, agarrando su muñeca con fuerza y alzando la delicada barbilla—. Es tuyo y voy a tenerlo.

Él esperó a que lo soltara y luego siguió colocando los suaves mechones rizados.

—Vale.

— ¿Vale? —los ojos color jade destellaron—. ¿Eso es todo? ¿Simplemente... vale?

—Sakura... —deseaba confortarla de alguna manera, o al menos asegurarle que estaría a su lado, que podía contar con él. Pero ella habló antes de que encontrara las palabras adecuadas.

— ¿«Vale» que es tuyo o «vale» que lo tenga?

—Mira, yo...

— ¿Qué?

—Las dos cosas, ¿vale? Las dos.

—Las dos —susurró ella, dubitativa. Defensiva.

—Eso es.

Siguió un silencio. A ella le temblaba el labio inferior.

—Lo siento. De repente estoy comportándome de mala manera y no sé por qué razón.

—No importa —él se encogió de hombros—. Puedo soportarlo.

—Es sólo que... —tomó aire—. Llevo dos semanas intentando decírtelo. Empezaba a pensar que nunca tendría coraje para hacerlo. Y ahora, de repente, ya está —lo miró como si no supiera qué más decir—. Estoy segura de que es difícil de aceptar —dijo, aunque él no había dudado—. Si quieres hacer una prueba de paternidad...

—No. No quiero.

— ¿En serio? —parpadeó—. ¿Crees que es tuyo?

—Lo creo.

Sasuke, más que creerlo, sabía que el bebé era suyo. Conocía a Sakura. Era cierto que podía ser irresponsable y que debería de tomarse la vida más en serio. Ese día había dejado el trabajo y dudaba que tuviera más de unos pocos cientos de dólares en el banco. Nunca hablaba de su familia, ni de su vida antes de hacerse amiga del cuñado de él, Naruto Uzumaki, en Los Ángeles. Sasuke sabía que tenía secretos, pero no era mentirosa. Si decía que el bebé era suyo, lo era.

Un bebé. De él. Era algo increíble.

— ¿Te parece que nos sentemos? —dijo ella, apoyándose en la encimera—. ¿No tendríamos que hablar de esto?

—Claro —él se encaminó hacia el futón. Aparte de la mesa y las dos sillas desparejadas, era el único sitio donde sentarse en la zona de estar. Sakura alegaba que tenía muebles de verdad, pero que los había dejado atrás cuando realquiló su piso de Hollywood, seis meses antes.

Ella lo siguió. Se sentaron en los extremos del largo futón azul. El día se acababa y las sombras invadían los rincones de la habitación. Sakura encendió la lámpara que le había prestado la hermana de él, recostó la cabeza y apoyó las manos en su vientre, aún plano.

—Yo... vaya. No sé por dónde empezar.

A él le ocurría lo mismo. Pero de repente se le ocurrió una pregunta importante.

— ¿Quién más lo sabe?

Era razonable preguntarlo. Su hermana, Hinata, era la mejor amiga de la pelirrosa; lo había sido casi desde el primer día, cuando ella apareció en su puerta, buscando a Naruto. Sakura consideraba al rubio el hermano que nunca había tenido y decía que había hecho las maletas y se había trasladado a Sacramento porque «percibía» que Naruto la necesitaba. Así que podría haberles dado la noticia antes que al Uchiha.

Hasta ese momento ella había mantenido la vista al frente, en la dirección de su televisor, flanqueado por estanterías de ladrillos y madera, llenas de libros sobre tarot, feng shui y curación natural. Volvió la cabeza hacia él.

—No lo sabe nadie aún. Sólo tú.

—Bueno, vale —dijo él, misteriosamente satisfecho por la respuesta.

—No dejas de decir «vale» —rezongó. Un rizo indómito volvió a caer sobre su ojo y lo apartó.

—Es que es todo muy nuevo —encogió los hombros—. Se podría decir que no tengo palabras.

—Ya. Te creo —asintió ella. Su irritación desapareció tan rápido como había llegado—. Pero ahora que lo mencionas, tendremos que decírselo, antes o después.

Desde la primera vez que habían acabado en la cama, Sasuke y Sakura habían acordado mantenerlo en secreto. Les había parecido lo más lógico, dado que, en teoría, cada vez que ocurría iba a ser la última. Naruto y Hinata seguían sin saber nada de su relación.

Habría sido demasiado complicado intentar explicarles que no querían salir juntos, no tenían nada en común y no iban a iniciar una relación que no tenía futuro pero, sin embargo, no podían evitar acabando desnudos y juntos cada vez que se veían.

—Tal vez deberíamos esperar a que vuelvan de su viaje antes de decir nada —sugirió el ojinegro.

—Estoy de acuerdo —afirmó la chica—. Y creo que tampoco mencionaré que he dejado mi trabajo. Al fin y al cabo, es su luna de miel. Ahora todo debería centrarse en ellos.

Hinata y Naruto, reunidos tras años de separación, se marchaban al día siguiente a una isla paradisíaca al este de Madagascar, durante dos semanas. Aunque se habían casado hacía un mes, Hinata había tardado en hacer un hueco en su agenda de trabajo. Sakura iba a quedarse en su casa, cuidando de la sobrina de Sasuke, Naru. Sasuke, cuyo trabajo lo alejaba de Sacramento a menudo, iba a ayudar a la pelirrosa cuando pudiera.

—Es raro —Sakura volvió a mirar la televisión apagada—. Durante dos semanas sólo he pensado en que tenía que decírtelo. Y ahora que lo he hecho me siento, no sé, atontada. Inerte. Sin saber qué hacer a continuación.

—Bueno... —estuvo a punto de volver a decir «vale», pero se contuvo a tiempo—. No importa.

—Piénsalo —ella lo miró y forzó una sonrisa—. Si me hubiera callado, ahora podríamos estar disfrutando del sexo, en vez de estar aquí sentados sin saber qué decirnos.

—Me alegra que me lo hayas dicho —farfulló él.

Siguió otro silencio. Él la oyó suspirar y se preguntó qué hacer.

Para Sasuke la familia lo era todo. Y esa mujer iba a tener a su bebé. No era la mujer con la que había planeado un futuro. Siempre que pensaba en una relación seria, imaginaba a su lado a una mujer tranquila y constante, práctica y ahorradora; resumiendo: alguien completamente distinto a la mujer que tenía al lado en el futón.

Sin embargo, tenía treinta y un años y esa mujer ideal no había aparecido. A lo largo de los años había conocido a varias mujeres como la que creía estar buscando. Había salido con ellas y todas lo habían aburrido mortalmente.

Sakura nunca lo aburría. Además, ya era casi parte de la familia. Por no mencionar que era la única mujer que había ocupado su mente, y su cama, desde que apareció en un polvoriento coche rojo, dos meses y medio antes.

Más importante aún era que tenía que pensar en el bienestar del bebé. Quería que llevara su apellido, cualquier hombre desearía lo mismo. Pero aún más que su apellido, Sasuke quería que creciera en una familia verdadera, algo que él nunca había tenido de niño.

—Oh, bueno —Sakura suspiró—. Tenías que saberlo y me alegro de habértelo dicho por fin.

Él miró su perfil y pensó que incluso vestida con vaqueros agujereados y camiseta a rayas rojas y blancas parecía una princesa de cuento. Sus facciones eran simétricas y delicadas, su piel de melocotón y crema. Y luego estaba su cascada de cabello liso. Le encantaba enterrar el rostro en ella cuando hacían el amor, enredarla en su puño.

—Y una cosa que quiero dejarte clara, es decir, sé cómo eres...

— ¿Ah, sí? —Él enarcó una ceja—. ¿Cómo?

—Eres tradicional a ultranza.

— ¿Y qué si lo soy? —preguntó él, sabiendo que no le iba a gustar lo que estaba a punto de oír.

Ella se inclinó y puso la mano en su brazo, como si quisiera prepararlo. Luego lo dejó claro.

—Necesito que entiendas, desde ya, que el matrimonio no entra en la agenda.

— ¿Así que hay una agenda? —dijo él, apartando el brazo y evitando el contacto de su mano.

—Es una forma de hablar, que significa en «el plan». El matrimonio no es parte del plan. Quiero que aprendamos a colaborar para darle la mejor vida posible al bebé. Espero que a lo largo de los meses y años que sigan, nuestro... vínculo como padres solteros evolucione.

«Evolucione». Ella quería que evolucionaran. Tal vez como un ser que saliera del océano y con el tiempo se pusiera sobre dos patas. Sasuke dominaba la inexpresividad facial, dado su trabajo, e hizo uso de ella, aunque lo irritaba enormemente que ella hablara de «el plan», como si sólo hubiera uno, el plan de ella.

Sin embargo, de momento le bastaba con que su bonita boca le hubiera dicho la verdad. Habría tiempo de sobra para discutir lo del matrimonio.

—Bueno, de acuerdo —dijo, con el mismo tono neutral que llevaba utilizando casi toda la velada.

—Fantástico —ella se enderezó y le ofreció una sonrisa deslumbrante, como si su futuro como padres solteros hubiera quedado decidido.

No era el caso. Ni por asomo. Cierto que no eran una pareja ideal. Pero aun así, el tema del matrimonio se merecía cierta consideración.





Una reluciente limusina negra esperaba ante la casa de Hinata cuando Sakura llegó la mañana siguiente, a las diez. Tenía los cristales tintados y no vio al chófer, pero sabía que había uno dentro.

Naruto, un empresario con compañías en Dallas y Los Ángeles, debía de haberla alquilado para ir con Hinata al aeropuerto. Utilizaba limusinas a menudo, así que no la sorprendió verla.

El coche de Sasuke también estaba allí. Eso tampoco era raro. Era lógico que hubiera ido a desear un feliz viaje a los recién casados.

Sakura aparcó junto al Mustang negro. La noche anterior Sasuke había sido fantástico: gentil, dulce y comprensivo. Y muy complaciente.

«Complaciente», sonrió para sí. No era una palabra que ella habría asociado con el alto, moreno y devastadoramente sexy Sasuke hasta ese momento. Había estado muy equivocada.

Salió del coche y fue hacia la puerta disfrutando del cálido sol de mayo y admirando las rosas rojas que había junto al porche. Era un día precioso. Su vida también parecía estar tomando forma. No tenía trabajo, pero pronto encontraría uno. Y el azabache sabía lo del bebé.

Las cosas podrían ser mucho peores.

En ese momento una Hinata con aspecto estresado abrió la puerta.

—Has llegado. Bien —dijo, con el ceño fruncido.

— ¿Qué ocurre? —Sakura entró al vestíbulo.

—Es Naru —la ojiperla movió la cabeza. Naruka era hija biológica de Naruto y Hinata, resultado de su relación romántica en el instituto. Pero cuando Hinata había abandonado la ciudad para irse a vivir con su recién encontrado hermano, Naruto había roto la relación y había desaparecido; después Hinata había descubierto que estaba embarazada.

Habían tardado diez años en volver a encontrarse. Por fin Hinata tenía al hombre a quien nunca había dejado de amar. Naruto tenía la familia que necesitaba más que nada en el mundo. Y Naruka tenía a su padre.

Todo tendría que ser perfecto.

—Solía ser la niña más sensata y manejable de todas —añadió la ojiperla—. Pero últimamente, a veces no sé qué pensar.

— ¿Dónde está?

—En su habitación. Con una pataleta endiablada. Naruto está con ella. Ha decidido que no quiere que nos marchemos.

Sakura emitió un sonido compasivo. Hinata señaló hacia la sala de estar y la cocina.

—Sasuke está aquí —su voz sonó cariñosa al decir el nombre de su hermano.

Sasuke y Hinata habían discutido cuando Naruto reapareció. Ambos se negaban a hablar del tema. Pero cualquiera que hubiera sido el problema, parecía haberse solucionado.

—Danos un par de minutos. Estamos intentando tranquilizarla antes de irnos.

—Ánimo.

—Gracias. Voy a necesitarlo —Hinata se alejó por el pasillo.

Sakura dejó el bolso en el banco que había junto al mirador, cruzó el salón y fue a la cocina. Allí encontró a Sasuke sentado a la mesa, con una taza de café ante él.

—Buenos días —dijo él. Su voz grave le provocó el habitual escalofrío.

—Hola —apartó una silla.

—Hay café —arrugó la frente—. ¿O ya no puedes tomar?

—Más bien no. No me importa, nunca fui muy aficionada al café. Hinata tiene infusiones, puede que me haga una más tarde.

Él aún tenía el cabello húmedo de la ducha. Deseó tocarlo, poner la mano en su mejilla recién afeitada, pero se resistió. Hinata o Naruto podían aparecer en cualquier momento. Iban a ocultarles su relación hasta que volvieran de su luna de miel.

«Su relación», se repitió la chica con una sonrisa. Con un bebé en camino y lo bien que se lo había tomado él, parecía correcto denominar lo que había entre ellos una relación. No era una relación típica, ya que no estaba encaminada a una vida de amor y matrimonio. Pero se responsabilizarían del bebé y se esforzarían para ser buenos padres. Así que tenían una relación, una muy importante.

Descubrió que le gustaba eso, pensar en ellos dos como algo más que dos conjuntos de hormonas desatadas que eran incapaces de no saltar uno sobre otro a la menor oportunidad.

— ¿Qué pasa con Naru? —preguntó ella.

—Está montando el numerito —contestó él—. A lo grande.

— ¿Crees que tendríamos que hacer algo? Odiaría que tuvieran que posponer el viaje.

— ¿Hacer qué?

—Buena pregunta —aceptó ella, encogiéndose de hombros.

—No te preocupes. Piensan marcharse. O eso han dicho hace unos minutos.

En ese momento oyeron una puerta abrirse en el pasillo y luego la voz de Naruto.

—Vamos, Hina. Tenemos que irnos...

—Oh, papá —gritó Naru—. ¿Cómo podéis hacer esto? ¿Cómo podéis iros así?

—Déjalo —dijo Hinata—. Déjalo ya.

—Pero...

—Se acabó —la voz de la ojiperla sonó terminante—. Tu padre y yo nos vamos de luna de miel y que tú te comportes mal no va a detenernos.

Naru murmuró algo que Sakura no entendió. Hinata volvió a hablar con un tono de voz que no admitía discusión posible.

—Sécate los ojos y suénate la nariz. Y sal a decirnos adiós. Ahora.

Se oyeron pasos. La pelinegra y el rubio entraron a la sala, con aspecto estresado en vez de felices como una pareja de recién casados que partían a pasar dos semanas románticas en un paraíso tropical.

Sakura se levantó al verlos. Fue a abrazarlos. Primero a la chica, luego al rubio

—Por favor, no os preocupéis por Naru. En cuanto os marchéis dejará la pataleta, seguro.

—Eso espero —los ojos azules de Naruto estaban cargados de duda—. Porque nos vamos, eso es indudable. La limusina está cargada y lista —puso un cheque en la mano de Sakura.

Ella lo miró y movió la cabeza de lado a lado.

—Es demasiado. La comida sólo costará...

—Saku —intervino la chica—. Queremos estar tranquilos. Mejor que sobre que nos falte.

—Sí. Acepta el dinero. Por una vez —añadió Naruto con voz seca. Siempre estaba intentando darle dinero, como el hermano honorario que era. Él tenía una fortuna y ella siempre estaba estirando lo poco que tenía.

Nunca había comprendido que para ella era cuestión de orgullo mantenerse sola.

—Gracias —aceptó, consciente de que no era momento de discutir.

—No os preocupéis —dijo Sasuke—. Cuidaremos de Naru. Estará perfectamente.

Sakura cuestionó ese «cuidaremos». Sería ella quien estuviera a cargo de Naruka, el azabache sólo aparecería cuando tuviera tiempo. Lo miró interrogativamente, él se limitó a asentir.

Se oyeron más pasos. Apareció la niña, seguida por un desaliñado perro marrón, Cisco; el perro vagabundo que Naruto había encontrado y adoptado tras la muerte de Candy. El perro se sentó sobre las patas y jadeó con satisfacción.

Naru, en cambio, tenía la nariz roja y los ojos hinchados y tristes. Llevaba un vestido morado con leotardos a juego.

—Adiós —dijo con vez triste, alzando la mejilla para que la besaran.

Naruto y Hinata intercambiaron una mirada inquieta. Pero no titubearon. Abrazaron a su hija y le dijeron que la querían. Naru soportó sus atenciones con el coraje de una heroína trágica condenada a un sino horrible y sin esperanza.

La ojiperla señaló el calendario que había preparado con las numerosas actividades de la pequeña. Estaba pegado al frigorífico con un imán, junto a una lista de teléfonos.

—Los móviles no serán muy fiables. Pero hay teléfono en nuestra suite. Y si llamáis a la centralita, nos buscarán. Siempre podréis poneros en contacto con nosotros. A cualquier hora —dijo.

—Lo tenemos claro —Sasuke se puso en pie—. No os preocupéis.

Sakura volvió a sentirse intrigada por su uso del plural.

—Sólo quiero asegurarme de que no olvidamos nada —Hinata abrazó a su hermano—. Los dos tenéis llave...

—Todo irá bien —prometió la pelirrosa.

Fueron todos hacia la puerta, incluida la pequeña Naru, aún enfadada, pero sin querer que sus padres se marcharan sin decirles adiós con la mano. El perro seguía a Naru.

La pelirrosa, el azabache, la niña y Cisco esperaron en la acera hasta que la limusina dobló la esquina. Naru fue la primera en volver a la casa, directa a su dormitorio, seguida por su fiel chucho.

Sakura empezó a ir tras ella, pero Sasuke agarró su mano y movió la cabeza negativamente.

—No vayas a consolarla ahora. Espera a que se tranquilice un poco —le dijo en voz baja.

—Tienes razón —aceptó la ojijade. Liberó su mano. Le gustaba demasiado sentirla en la de él.

—Además, tiene que marcharse dentro de unos minutos —dijo él—. Una lección, o algo.

Sakura fue a la cocina a comprobar el calendario. Era cierto, tenía una clase a las once y luego pasaría la tarde en casa de una amiga.

— ¿Tengo razón? —preguntó Sasuke, asomando la cabeza desde la sala.

—Sí.

Naru, con una mochila morada, volvió desde el pasillo.

—Ahora tengo que irme —dijo—. Tengo danza moderna a las once. La señora Nara viene a recogerme. Luego iremos a casa de Shimari —Shimari Nara estaba en varias de las clases de danza de Naru, además de ser
compañera de clase en el colegio; eran buenas amigas—. Volveré a las cuatro.

—Hasta las cuatro, entonces —Sakura le sonrió a la niña.

Naru se sorbió la nariz y soltó un suspiro.

—Bueno. Vale. Adiós.

—Hasta luego —dijo Sasuke.

—Cisco. Quédate —ordenó la pequeña.

El perro gimió y se sentó. Pequeña rubia salió. Ambos fueron a la ventana de la sala. Observaron a la señora Nara llegar en su furgoneta blanca. Naru subió y la furgoneta se alejó.

—Esa niña —gruñó Sasuke—. Solía ser tan razonable —le dio un golpecito en las costillas con el codo—. Puede que tú y yo consigamos hacer que cambie de actitud con algún cántico. O tal vez necesite un masaje con piedras calientes...

Ella le lanzó una fría mirada de superioridad.

— ¿Cuántas veces tengo que explicarte que el viaje hacia la luz es personal? Ella tiene que querer cambiar. Ese es el primer paso, esencial.

—Ya, ya —canturreó él.

—Búrlate de mí cuanto quieras, pero en el fondo sabes que lo que digo es verdad.

Él la rodeó con un brazo, un gesto cariñoso, mientras miraban por la ventana. Ella no se apartó. Era agradable, de compañerismo.

—Incluso cuando era un bebé, se quedaba tumbada haciendo ruiditos de felicidad. Apenas lloraba —dijo él, pensativo—. La verdad, viendo cómo se comporta últimamente, casi desearía que volviera a ser un bebé.

Prefería cambiar pañales y los biberones cada cuatro horas, no lo dudes.

Sakura recordó que Hinata aún estaba en el instituto cuando tuvo a Naru, y vivía con su hermano mayor. Sasuke debía de saberlo todo sobre la pequeña rubia de bebé. La idea le agradó. Aunque era el típico detective duro, tenía experiencia con los bebés. Más de la que tenía ella, sin duda.

—Estoy segura de que Naru se acostumbrará a los cambios que ha provocado el regreso de su padre —predijo Sakura—. En poco tiempo volverá a ser la de siempre, ya lo verás.

—Espero que sea pronto —gruñó Sasuke—. Tiene casi diez años. Dentro de nada será adolescente. Y en esa etapa son todos impredecibles.

—No es fácil criar un hijo, ¿verdad? —la pelirrosa pensaba en su bebé, en el de ambos.

—Diablos, no —se puso serio y luego sonrió—. ¿No lo sabías? Sólo los locos tienen hijos.

—Locos —ella se rió—. Supongo.

—Eso somos nosotros. Más que locos —musitó él. Compartieron una mirada de entendimiento. Algo extraño entre Sakura y Sasuke. Pero luego él continuó—: Bueno, deberíamos traer nuestro equipaje, acomodarnos y eso —le quitó el brazo del hombro y fue hacia la puerta.

Sakura se alarmó. Él tenía algún plan.

—Espera un momento. ¿Acabas de decir «nuestro» equipaje?

—Eso es —contestó él con expresión inocente. Sasuke Uchiha nunca era inocente. La alarma de Sakura subió de nivel—. Anoche lo pensé y me di cuenta de que ésta es una gran oportunidad que no deberíamos dejar pasar.

— ¿Una gran oportunidad? ¿Para qué?

—Para vivir juntos.

—Pero... ¿Por qué íbamos a querer vivir juntos? —preguntó ella, sin entender nada.

—Vamos, Saku. Sabes que es buena idea.

—No. No lo sé. No tenemos ninguna necesidad de compartir una casa.

—Sí la tenemos.

—No la tenemos.

—Considéralo un experimento. Para ver cómo nos llevamos a diario. Por si acaso.

—Por si acaso, ¿qué?

—Por si acaso, al final, decidimos casarnos.  

Matrimonio en PrácticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora