Capítulo 12

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Sasuke la llevó a la habitación de invitados y cerró la puerta con el pie, dejando a Cisco fuera.

—Pobre Cisco —musitó ella, apoyando la frente en la de él y pensando en cuánto lo había deseado la noche en que lo conoció; en la alocada y secreta aventura a la que siempre pretendían poner fin sin conseguirlo. Le parecía imposible desearlo aún más, pero era así. Lo deseaba más cada día, cada hora, cada minuto.

Le dolía el cuerpo de deseo por él.

—Cisco sobrevivirá —dijo él. La dejó sobre la cama—. Después le daré un trozo de mi bistec.

— ¿Cómo sabes que hay bistec? —preguntó ella, acariciando el sedoso y espeso pelo de su sien.

—Lo sé todo. Soy investigador privado. Y en este momento tengo ganas de investigar cada centímetro de ti.

—Ah, bueno. Me parece bien. Necesito ser investigada.

—Lo sé. Bésame.

Ella obedeció, ofreciéndole la boca. Él la aceptó y deslizó la lengua en su interior, acariciándola por dentro hasta hacer que gimiera y alzara el cuerpo, al tiempo que tiraba de él para atraerlo.

Pero él no lo permitió. Agarró sus muñecas y las puso sobre la almohada, a ambos lados de su cabeza. Interrumpió el largo y húmedo beso para susurrar contra sus labios.

—No te muevas —puso un dedo en sus labios y ella lo atrapó con la boca—. Me vuelves loco —gruñó, mientras ella lo rodeaba con la lengua. Liberó su dedo para volver a besarla.

Mientras sus bocas jugaban, terminó de desabrocharle la camisa. La apartó y siguió el encaje de las copas de su sujetador con el dedo.

El cierre era delantero, así que lo abrió y apartó las copas, murmurando cumplidos. Ella cerró los puños en la almohada para no hundir los dedos en su cabello mientras él succionaba un pezón hasta hacerle gritar de placer.

La mano de él descendió. Ella alzó las caderas buscando el contacto, deseosa, hambrienta de él. Siempre. De él.

Él le desabrochó el botón de los pantalones y bajó la cremallera. Deslizó los dedos bajo la seda de sus bragas y más abajo. Apretó.

—Oh, sí. Ahí —gritó ella—. Por favor...

Entreabrió la suave carne y deslizó los dedos en su interior, encontrándola húmeda y lista para él. Sabía perfectamente dónde tocar, acariciar y presionar.

Ella intentó alzarse hacia él pero, con el brazo libre, volvió a impedírselo, llevando sus manos sobre la almohada. Siguió acariciándola, haciéndole el amor con aquellos mágicos dedos. Bajó la boca y la besó intensamente, con ardor.

Ella gimió y su cuerpo floreció para él, mientras oleadas de calor y sensación ascendían en espiral y se extendían desde el centro de su feminidad a la punta de sus pies, su cabeza y las yemas de sus dedos.

—Oh, Sasuke. Oh, sí... —repitió su nombre una y otra vez. Y otra. Después se quedó inmóvil, relajada. Satisfecha.

Pero él no había terminado con ella.

—Ahora te quiero desnuda... —besó sus labios y la punta de su barbilla.

—Puedes tenerme desnuda —susurró ella. No fue difícil. Todo estaba desabrochado. Se sentó y se libró de la camisa y del sujetador. Luego se bajó los pantalones y las bragas. Sonrió—. Tu turno. De hecho, me encantará ayudar —llevó las manos hacia él.

—No, no —puso las manos en sus hombros y la tumbó de nuevo—. Quédate ahí. No tardaré.

Y no tardó. Se quitó la camisa y la tiró al suelo, se sacó las botas y se libró de los calcetines. Después se puso en pie, abrió los botones de sus vaqueros y se los bajó, junto con los calzoncillos, de un tirón. Los apartó de una patada.

Ella apoyó la cabeza en las manos y admiró la panorámica. Hombros anchos, que no se acababan nunca. Un pecho duro y fuerte sobre el que le encantaba apoyarse. Músculos abdominales como una tabla de lavar y, surgiendo de un nido de vello oscuro, la prueba de que la deseaba tanto como ella a él.

—Eres bellísimo —le dijo—. El hombre más bello del mundo...

—Ni la mitad que tú —sonrió, y se sentó en la cama—. Eres como una princesa de cuento, Saku. ¿Lo sabías? Hasta Naru lo dice. Con todo este precioso cabello de rosa —atrapó un mechón y se lo enrolló en el puño, dejándolo escapar lentamente—. Y tu rostro, como el de un ángel.

—Sasuke —bajó las pestañas y esbozó una sonrisita tímida.

— ¿Qué?

—No soy ningún ángel.

—Bueno, y eso es lo mejor de todo, ¿no crees? —se inclinó hacia ella.

Sakura levantó las manos de la almohada. Él no intentó detenerla. Ella atrajo su boca y lo besó con pasión, tomando la iniciativa y deslizando la lengua entre sus labios, saboreándolo mientras acariciaba sus hombros y los músculos de su pecho, descendiendo hasta su abdomen.

Él gimió cuando lo rodeó con los dedos y empezó a acariciarlo. Sabía exactamente cómo le gustaba; ni muy rápido ni muy lento, una caricia larga, apretada y fluida.

Compartieron un beso interminable, húmedo y perfecto, mientras ella seguía dándole placer, humedeciéndose los dedos en la punta del miembro para facilitar el movimiento rítmico, arriba y abajo.

—No aguantaré mucho más —murmuró él.

—Lo sé. Me gusta. Quiero que llegues al final, por mí... —musitó ella.

Él gruñó y se dejó llevar. Ella siguió acariciándolo y luego lo apretó contra su vientre, disfrutando de la deliciosa humedad que chocó contra su piel y el pulsar de su miembro en la mano.

Cuando terminó, se hizo a un lado para hacerle sitio. Él se derrumbó junto a ella.

Ella clavó la vista en el techo, sonriente.

—Satisfecha de ti misma, ¿eh? —rezongó él.

—Ya sabes lo que dicen: «Lo que vale para uno, vale para otro» —contestó ella, risueña.

—Sí. Ya. Pero ahora voy a necesitar tiempo para recuperarme.

—No es problema. Puedo esperar. Ya sabes, la anticipación siempre es divertida.

Él se bajó de la cama y se puso en pie.

—No te vayas —pidió ella.

—Volveré enseguida —y lo hizo, con una toalla en la mano. Le limpió el estómago y luego se sentó a su lado y puso la mano encima—. Aún está plano.

—No por mucho tiempo.

—Estoy deseando verte redonda y madura con mi bebé dentro de ti.

Ella miró sus bonitos ojos oscuros y estuvo a punto de decir las palabras que llenaban su corazón: «Te quiero Sasuke. Te quiero tanto...».

Se contuvo. Se sentía demasiado frágil. Todo era demasiado nuevo para ella. Y estaba el pasado, el secreto que aún tenía que compartir con él. El de su bebé y la elección que sus padres le habían robado.

Se dijo que esa noche era para el placer compartido y entregado. Por primera vez un placer sin negación.

— ¿Qué? —preguntó él, observándola.

—Estaba pensando...

—Cuéntamelo.

— ¿Te das cuenta de que esta noche es la primera vez que hemos hecho el amor sin decirnos que será la última vez? Yo a eso lo llamo progreso.

—Si tú lo dices —gruñó él.

—Lo digo. ¿Qué te parece cenar? Ya sabes, entretanto. Las patatas deben de estar hechas.

Él se inclinó para besarla. Después agarró sus vaqueros.

—Vístete —dijo—. Encenderé la parrilla.




Sasuke preparó los filetes. No tardó mucho.

Los sacó en una bandeja. Sakura había puesto la mesa y servido la ensalada y las patatas. Le sonrió y él supo que ya se había recuperado de lo que le había hecho media hora antes.

Deseó alzarla en brazos y volver al dormitorio.

Pero la cena tenía un aspecto delicioso. Así que comieron, compartiendo más de un trocito con Cisco que devoró cuanto le dieron y luego fue a su rincón a echarse una siestecita.

Cuando acabaron ella recogió su plato y llevó la mano al de él. Sasuke atrapó su muñeca.

—Sasuke... —protestó. Pero su mirada fue una invitación.

La sentó en su regazo. Ella se sentía de maravilla allí y se balanceó un poco sólo para volverlo loco. El chico moldeó uno de sus senos y con la otra mano le apartó los rizos rosados para besarle el cuello. Ella se rindió con un suspiro y dejó su plato en la mesa.

—Mucho mejor —murmuró él, poniendo un dedo bajo su barbilla y volviendo su rostro. Sus labios lo tentaron y la atrajo hacia su boca, reclamándola con un beso largo y dulce. De nuevo, estaba listo. Hambriento.
Deseoso.

Hacía demasiado tiempo que no estaba dentro de ella. Dos semanas, desde la segunda vez que había intentado decirle lo del bebé, sin conseguirlo. Sonrió al pensar en eso.

— ¿Qué? —exigió ella.

—Nada. Todo. Bésame.

Ella le entregó su boca otra vez. Él la invadió con su lengua, inhalando por la nariz y absorbiendo su aroma, saboreándola.

Ninguna mujer tenía su olor ni su dulce y especial sabor. Era increíble que una mujer pudiera haberle parecido tan inadecuada desde el principio y luego resultar perfecta, la mejor.

Mientras la besaba, deslizó una mano por su muslo. Ella rió contra sus labios y, entendiendo la señal, se bajó de su regazo lo justo para darse la vuelta y sentarse de cara a él, con una pierna a cada lado de las suyas.

Así era demasiado tentadora. Puso las manos sobre los pantalones amarillos y deslizó el pulgar por la tierna abertura que ocultaba la ropa.

Ella gimió al sentirlo y acercó las caderas. Él repitió el movimiento y percibió la leve humedad que delataba su deseo, equiparable al suyo.

La quería desnuda, allí mismo, sobre su regazo. Empezó a quitarle la ropa de nuevo. Le desabrochó la camisa y la deslizó brazos abajo. Luego se deshizo del sujetador, de color rosa brillante, como sus bragas. Lo
dejó caer al suelo.

Sus pechos eran preciosos, llenos y dulces. Los lamió, primero uno y luego el otro, succionando sus pezones y raspándolos con los dientes, hasta que ella echó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre.

Necesitaba quitarle los pantalones cortos y esas bonitas bragas...

Ella parecía saberlo, o tal vez deseaba lo mismo. Apoyó su peso en los pies y se apartó lo suficiente para bajar y apartar ambas prendas.

Él no perdió el tiempo. Se desabrochó los vaqueros y los quitó de en medio.

Ella regresó a su lado y descendió lentamente sobre él, tomándolo en su interior. La sensación de sentirse rodeado por su ardiente y sedoso interior era inigualable.

Enredó las manos en su melena y enterró el rostro en la curva de su cuello. Ella se estiró para darle acceso libre a esa piel satinada. La besó y mordisqueó con suavidad. Su lengua lamía las zonas que sus dientes habían rozado.

Ella dejó escapar un gemido ronco. Él alzó las caderas, penetrándola más. Hasta lo más profundo, por completo. Justo como había deseado.

El mundo empezó a girar. Sólo existían el calor y la humedad que lo rodeaban, la gloriosa cortina de su cabello, la curva de sus senos contra él, la dulzura de esos labios en los suyos, el delicioso sonido de sus gemidos y gritos.

La embistió y se retiró. Ella aceptó cada embestida hasta que sólo hubo un placer compartido e infinito. Se movían juntos con un ritmo tan perfecto que sus cuerpos eran uno, su éxtasis era único.

Ella emitió un ronroneo grave, un gruñido femenino, cuando se acercaba a la cima. Él era tan completamente suyo que no pudo hacer más que seguirla mientras su clímax explotaba y sus músculos internos se
apretaban y relajaban contra él, para contraerse otra vez.

Dejó que lo llevara con ella. Más y más alto. Hasta que su propio orgasmo lo alcanzó, estallando en su interior, volviéndolo del revés.

Ella lo abrazó con fuerza mientras se estremecía. Tras el espasmo final, posó los labios en su cuello y susurró su nombre con dulzura.

Matrimonio en PrácticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora