Capítulo 15

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Para el Uchiha, ésa fue una de las peores noches de su vida.

Similar a las noches de impotencia cuando era niño y, tumbado en la cama del centro de acogida, se preguntaba si su madre volvería alguna vez a por él y cómo estaría el bebé, esa niña de la que su madre decía no saber nada.

Sí. Una de las peores.

De hecho, no podía engañarse. Era la peor de su vida.

Cuando Mikoto lo había entregado en acogida, él no era culpable de su sufrimiento; era un niño asustado y preocupado por su hermanita perdida. Era inocente. No podía haber hecho nada que cambiara la situación.

Sakura había huido de él, y en ese caso distaba de ser inocente. Ella tenía razón al culparle. Su historia era suya, para contarla cuando quisiera y a su manera. Le había arrebatado esa opción, igual que su madre y su
padre le habían arrebatado a su niña. Había elegido por ella, diciéndose que lo hacía por su bien.

Sasuke no rezaba a menudo. Pero esa noche rezó. Rezó para que Sakura estuviera a salvo. Sólo pidió seguridad para ella y para su bebé en esa interminable noche.

Quería mucho más. Quería esperanza y que ella le diera otra oportunidad. Sin embargo, esa noche sólo rezó porque estuviera sana y salva hasta que llegase la mañana.



Alrededor de las tres de la mañana, Sakura se puso un pijama viejo y se acostó. Se durmió de puro agotamiento.

Cuando se despertó, el sol entraba por las lamas de la persiana. Se frotó los ojos jades enrojecidos, se apartó el pelo de la cara y miró el despertador.

Eran las siete y cinco y alguien estaba llamando a la puerta.

« ¿Sasuke?», se preguntó. Sintió un desconcertante destello de júbilo, seguido por uno de ira. Él no tenía derecho a ir allí cuando le había dejado claro que habían acabado.

Se levantó, se puso una bata y fue a la puerta. Abrió de golpe, sin mirar por la mirilla, dispuesta a decirle que se largara con viento fresco.

Era Ino. La joven dio un paso atrás.

— ¿Sakura? ¡Ay, Dios!

—Ino. Perdona. No sabía que eras tú —la pelirrosa se apoyó en la puerta—. ¿Ha desaparecido Sai?

—Oh, no —Ino agitó sus rizos cenicientos—. Está en casa, más gordo que nunca. Desayunando.

—Bien —Sakura suspiró y dio un paso atrás—. Entra. Veré si hay algo de café.

—Sólo quería asegurarme de que estás bien. Te oí volver anoche —comentó la rubia.

—Di un portazo, ¿verdad? —la ojijade hizo una mueca de disculpa.

—No importa. En serio. Sabes, me vendría bien un té, si tienes.

—Sí, tengo té —Sakura la dejó entrar—. De eso estoy segura.

Calentó agua, sacó tazas y bolsitas de té y se sentaron a la mesa.

—Estuve a punto de venir anoche, cuando te oí llegar. Me preocupé. Dijiste que ibas pasar una temporada con ese hombre tuyo.

—Ya no.

—Oh, no. ¿Ha ido algo mal entre vosotros?

Ino parecía tan compungida que Sakura supo que tenía que darle alguna explicación. Empezó a contarle un poco y acabó contándoselo todo. Incluso lo de los bebés, el que iba a tener y la que había tenido hacía ocho años.

Le pareció muy extraño poder hablar tranquilamente del que había sido su secreto más oculto y duradero. Era como si habérselo contado a Sasuke le hubiera robado el poder que tenía sobre ella.

Ino fue todo simpatía y comprensión. Y no sólo con respecto a Sakura. Después de levantarse y darle un fuerte abrazo, volvió a su silla. Pensativa, tomó un sorbo de té y dejó la taza.

—Desde luego, Sasuke no tenía derecho a investigar a tus espaldas. Aun así, creo que su intención era buena; sólo quería hacer cuanto pudiera para ayudarte.

—Sí. Eso dijo él —la pelirrosa se encogió de hombros—. Y sé que es verdad. Pero no deja de estar muy mal.

—No, claro que no —Ino le sonrió con cariño—. Estoy segura de que sabes... qué hacer.

—Cierto. Lo sé.

— ¿No dijiste que estabas trabajando para él?

—Sí, lo estoy. O lo estaba.

— ¿Y ya está? ¿Vas a dimitir hoy mismo? ¿Simplemente no vas a ir a trabajar?

La pregunta dio qué pensar a la Haruno. No había pensado más allá de volver a la cama en cuanto Ino se marchara. Tal vez no fuera buena idea.

—Bueno, tengo mi orgullo, eso es verdad.

—Claro que sí —la rubia sonrió con dulzura.

—Así dejé mi último trabajo, por una buena razón.

—Recuerdo que comentaste que ese abogado era una basura.

—Sí que lo era.

—Adivino que al final se pasó de la raya.

—Lo hizo. Pero, pensándolo bien, creo que no es bueno convertir en hábito eso de dejar los trabajos sin más, por válida que sea la razón.

—Eso es muy cierto —asintió la rubia.

—Así que es posible que me replantee mi plan de pasar el día en la cama.




Lo último que Sasuke deseaba hacer ese día era ir a la oficina. La idea de estar allí le resultaba tan insoportable como la de estar en casa.

Sakura había dejado su marca en ambos sitios, así que ir a la oficina supondría una nueva tortura. Mirara donde mirara, pensaría en ella, gracias a los milagros realizados con unas cuantas plantas y una máquina de coser prestada.

Pero tenía citas allí con nuevos clientes, a las diez y a las once. Los perdería si no aparecía. E incluso si Sakura se negaba a darle otra oportunidad, seguiría siendo el padre del bebé. Tenía intención de mantenerlo, y
bien.

Eso implicaba no dejar pasar ninguna oportunidad de incrementar su clientela. Así que condujo hasta allí. Cuando llegó, vio el coche de la pelirrosa aparcado en su sitio habitual.

Le costó creer lo que veían sus ojos.

Saltó del Mustang y subió los escalones de dos en dos, con el corazón latiéndole tan fuerte que resonaba en sus oídos como un tambor.

La puerta de la oficina estaba abierta. Entró y ella estaba allí, detrás del escritorio, al teléfono.

Se acercó y esperó, sintiéndose como un tonto, a que se despidiera, colgara y tecleara algo en el ordenador. Después, por fin, ella lo miró.

—Me alegra que estés aquí. Tienes una cinta dentro de quince minutos. ¿Te va bien?

—Muy bien. Sakura. Yo...

—Mi dimisión —deslizó un papel hacia él—. Dentro de dos semanas. Deberíamos empezar a entrevistar a alguien que me sustituya.

Él no supo qué sintió; tal vez esperanza porque estaría allí catorce días más, tal vez desesperación porque después se marcharía.

—No te sustituiré —dijo con voz ronca—. Si te marchas, seguiré solo, como siempre he hecho.

—Bueno, entonces, si puedes apañarte sin mí, da igual que lo...

—Dos semanas —interrumpió él—. Es lo justo. Quiero que te quedes el mayor tiempo posible.

—De acuerdo, entonces —desvió la mirada.

Él se planteó recordarle que, pasara lo que pasara, sería un padre para su hijo. Pero contuvo las palabras. Intuía que ella lo sabía. Si las decía en voz alta, sonarían a amenaza.

— ¿Hay algún mensaje? —preguntó.

—Los he dejado en tu escritorio.

—Fantástico —se dio la vuelta y entró en su despacho privado.

Sakura contemplo su marcha. La puerta se cerró a su espalda. Se preguntó cómo iba a poder soportar seguir dos semanas allí.

Anhelaba levantarse, llamar a su puerta y lanzarse a sus fuertes brazos. Deseaba estallar en lágrimas y decirle que lo amaba, a pesar de lo que había hecho. Que siempre lo amaría y era el único hombre para ella.

Pero no hizo nada similar. Volvió a centrarse en el ordenador y en el trabajo del día.



Quedó con Hinata para comer y le contó todo.

La ojiperla escuchó sin juzgar y sin darle consejos. Pero cuando salieron del restaurante le preguntó si podía contárselo a Naruto.

—Sí —Sakura la abrazó—. Puedes contárselo. Todo, si quieres. No importa.

Naruto apareció en la puerta de Sakura esa misma tarde. Le dejó entrar y charlaron durante una hora. Él le ofreció dinero, como siempre. Ella le dijo que lo quería mucho y que se apañaría.

—Sasuke y yo hemos tenido nuestras diferencias —comentó el rubio, antes de irse—. Pero entiendo perfectamente por qué hizo lo que hizo.

—Hombres —la chica se echó a reír—. Siempre sabéis qué es lo que más nos conviene.

—Mírate —dijo Naruto, agarrándola de los hombros—. Durante todos estos años, no te has atrevido a hablar de la niña que perdiste. Ocultaste el secreto a toda la gente que te quiere. Sasuke lo sacó a la luz. Tal vez
no tuviera derecho a hacerlo, pero tienes que admitir que era necesario.

—Naruto —contestó ella con paciencia—. Él no sacó nada a la luz. Yo le conté mi secreto, entonces confesó que ya lo sabía.

—Lo hizo por ti, Saku.

—Naruto.

—Ahora te has enfadado conmigo.

—No me he enfadado. Te quiero y sé que sólo me deseas lo mejor.

—Pero quieres que no me meta en esto.

—Eso es. No te metas.




Al día siguiente, Sakura trabajó durante una hora antes de que llegara Sasuke. Cuando por fin llegó, deseó agarrarlo y besarlo hasta volverlo loco. Deseó gritarle, tirarle cosas y acusarlo de haberlo estropeado todo con su masculino empeño en resolver sus problemas, quisiera ella o no. Lo que hizo fue seguir tecleando una carta.

Él se acercó, moreno y asquerosamente guapo y dejó un sobre marrón sobre el escritorio.

— ¿Qué es? —preguntó ella.

—Tu informe. Lo que descubrí sobre ti, tu hija y tu familia, sin tu permiso. Casi todo estaba en el ordenador de casa, pero lo imprimí todo. También he grabado todo en una memoria USB, que está en el sobre. Eso es todo y es tuyo. He borrado los datos del ordenador.

Ella sabía que tendría que decir algo neutro y frío, pero se había quedado sin palabras. Le temblaban las manos. Las puso sobre el regazo y las retorció. Tragó saliva con fuerza.

—Gracias.

—Sabes que haría cualquier cosa por ti —dijo él con voz queda—. Cualquier cosa —fue a su despacho y cerró la puerta.

Sus palabras resonaron en los oídos de Sakura, quemándola, haciendo que las lágrimas la atenazaran. Miró el sobre más de un minuto, después lo metió en el bolso que había dejado junto al escritorio.




Esa noche, en su piso, vació el contenido del sobre en la mesa. Puso a un lado la memoria USB y leyó todos los documentos impresos.

Cuando acabó se quedó un largo rato sentada mirando a la pared, preguntándose qué hacer a continuación. Finalmente, levantó el teléfono y marcó el número de sus padres.

Tras esa conversación llamó a Sasuke y le pidió librar la mañana siguiente. Él no hizo preguntas, sólo le dijo que le parecía bien.

—Entonces te veré después de comer.

—De acuerdo —dijo él, después colgó.

Ella aferró el teléfono, deseando que siguiera al aparato, deseando poder extender el brazo y que él estuviera allí. Lo irónico era que él iría de inmediato, sólo tenía que pedírselo.

Pero algo se lo impedía. Algo se había cerrado en su interior.



La casa de Roseville, en un callejón sin salida, estaba igual que como la recordaba. Apartada de la calle, de dos plantas y pintada de gris.

Todas las cortinas estaban echadas. Su madre siempre había dicho que el sol era peligroso, podía decolorar los muebles. Sakura solía mover la cabeza al oírlo. A su madre le gustaban los colores neutros: cremas,
grises y blancos rotos. No entendía que pudiera importarle que un blanco roto perdiera color.

Aparcó en la entrada y fue hacia la puerta con las piernas como gelatina. En la entrada estaba el cartel de siempre: No compramos nada.

La pelirrosa llamó al timbre y esperó. Dentro no se oía ningún ruido. Poco después oyó unos pasos acercarse. La puerta se abrió.

Su madre estaba en el umbral, con el pelo rojo más palido y algo más gorda. Más triste, de algún modo.

—Tayuya —susurró.

Sakura se mordió el labio inferior con fuerza. El dolor la ayudó a evitar las lágrimas.

—Ahora me llamo Sakura.

—Sakura —a su madre le tembló la boca. Dio un paso atrás y señaló las sombras de la silenciosa casa—. Por favor, entra. Tu padre está esperando —se dio la vuelta y empezó a andar.

Sakura la siguió por el pasillo central hacia el dormitorio principal, al fondo de la casa. La puerta estaba abierta y la habitación en penumbra. Sólo había una lámpara encendida.

Entraron. La habitación había cambiado mucho. Una enfermera, con bata azul, pantalones blancos y zuecos salió del cuarto de baño. Ella, al menos, sonreía.

La cama con dosel que Sakura recordaba de su infancia había sido sustituida por una cama de hospital, con barandillas y mecanismos para alzar y bajar diferentes partes del cuerpo del enfermo.

Había una bombona de oxígeno y una bolsa de suero colgaba de un pie metálico. Sobre una bandeja de hospital se veían innumerables botes de medicinas. Ocupaba la cama un anciano frágil, de mejillas descarnadas y piel grisácea. Sus ojos denotaban angustia.

Estiró una mano como una garra y habló con una voz tan tenue como un susurro.

— ¿Tayuya?

—Sí —no lo corrigió, no tenía sentido. Aceptó la mano, un manojo de huesos—. Hola, papá.

Él la miró con sus ojos hundidos rodeados de sombras y gimió, suplicante.

—Tayuya. Perdona. Perdóname, por favor...




Sakura salió de la oscura casa una hora después. Abrazó a su madre en la puerta. Su madre le puso un papel doblado en la mano.

—Agencia de Adopción Thornwood —le murmuró. Ella ya sabía el nombre. Estaba en el informe que le había dado el Uchiha.

—Gracias. Llámame si empeora...

—Lo haré.

—Volveré dentro de unos días, de todas formas.

—Oh, bien. Eso está muy bien. Fui grosera y antipática con ese detective que contrataste...

— ¿Te refieres a Sasuke? —Sakura estuvo a punto de decir que no lo había contratado. Pero ya no tenía importancia.

—Sí. Después, cuando volví a casa esa noche, lloré. Anhelaba verte, pero mi orgullo me impidió reconocerlo ante un hombre a quien ni siquiera conocía. Pensé que había arruinado toda posibilidad de hacer las paces
contigo, de volver a verte. Luego fui a hablar con tu padre y él me agarró la mano. Habló de ti, de lo duros que habíamos sido contigo y de cuánto había soñado con tener otra oportunidad de verte... —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Ay, no pretendía llorar ahora. Últimamente lloro por nada.

Sakura volvió a abrazarla, con más fuerza que la primera vez.

—No importa. Está bien. De verdad. Yo... te quiero, mamá —las palabras sonaron raras en su boca. Pero se alegró de decirlas.

—Ay, Tayuya. Yo también te quiero.




Asombroso. Sus padres se habían alegrado de verla. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Tendría que haber ido a verlos antes. Pero al fin había dado el primer paso hacia la reconciliación.

Mientras conducía de vuelta, comprendió que estaba deseando contárselo a Sasuke. Entonces empezó a preguntarse cuánto tiempo podría seguir así: anhelándolo y al mismo tiempo incapaz de buscarlo. Incapaz de perdonar.

La oficina estaba vacía. Había una nota pegada en la pantalla del ordenador.

He ido a Nuevo Laredo. Tengo una pista sobre el paradero de Eli Dunning. Volveré pronto. Con Dunning, espero. Por si acaso, reorganiza mis citas hasta el lunes. Si alguien no puede esperar, llama a Gruber o a Saint para que se encarguen.

Deidara Gruber y Juugo Saint eran socios de Sasuke, y Eli Dunning era la rata que había timado a los jubilados. Si Sasuke lo atrapaba, sería una gran noticia.

Pero Nuevo Laredo estaba en México. Y no estaba claro cuándo regresaría.

El lunes o, como mucho, el martes por la mañana. Eran cuatro o cinco días. Nada que ella no pudiera soportar.

Sintió la tentación de llamarlo al móvil, para comprobar que podía ponerse en contacto con él y que todo iba bien. Consiguió controlarse. Al abandonarlo había renunciado al derecho de llamarlo sólo para oír su voz y
ver cómo estaba.

Eso le recordó que aún tenía que ir a su casa a recoger sus cosas y dejar la llave. Su ausencia sería un buen momento para hacerlo.

Pero esa tarde, después de trabajar, no se sintió con ánimo. Ino fue a visitarla y pidieron comida a domicilio. El viernes por la mañana, Hinata llamó para invitarla a cenar. Sakura aceptó agradecida. Cuando llegó,
Naru corrió a saludarla y le dio un fuerte abrazo.

—Sakura, ven —agarró su mano y la llevó hacia su dormitorio, donde su iPod, conectado a un altavoz, emitía la última canción de Ally y AJ—. Ésta te va a encantar. Es aún mejor que Potencial break-up song.

Durante la cena, Naruto preguntó cómo le iba a Sasuke en México.

—Así que estás al tanto del viaje, ¿eh? —Sakura lo miró con fijeza.

—Sí —el rubio alzó las manos, como si lo estuviera apuntando con un revolver—, llamó para decirle a Hinata que se iba. ¿Tienes algún problema con eso?

—Claro que no —la pelirrosa suavizó el tono de su voz—. No sé cómo le va. No he hablado con él.

Naru miró de un adulto a otro, curiosa.

— ¿Estáis enfadados o algo?

—No —Sakura esbozó una gran sonrisa—. No estamos enfadados para nada.

El sábado no tenía que ir a la oficina. Era el día perfecto para ir por sus cosas a casa de Sasuke.

De inmediato su mente se llenó de excusas, unas cien a la vez. Cien estúpidas razones por las que no necesitaba ir a recoger sus cosas.

Hacía cuatro días que lo había dejado plantado. Estaba utilizando su secador de pelo de viaje y restos de maquillaje que había dejado en su piso. Era una pesadez cocinar sin sus cacerolas favoritas y su mejor cuchillo.

No echaba en falta la ropa; estaba demasiado gorda para usar gran parte de ella.

Pero sí echaba de menos los accesorios: sus mejores bolsos y sus zapatos preferidos. Además, no tenía derecho a dejar sus cosas en casa de Sasuke, ocupando espacio. No era justo.

Así que agarró las llaves y el bolso, subió al coche y condujo hasta allí. Aún tenía el mando electrónico del garaje enganchado al parasol que había sobre el volante. Así que metió el coche y abrió la puerta que comunicaba el garaje con la casa. La alarma se disparó.

Lógicamente, Sasuke la habría dejado puesta, dado que iba a estar fuera unos días. Pulsó el código y se hizo de nuevo el silencio.

Entró en la cocina, inmaculada. Casi demasiado limpia, como si nadie viviera allí. Abrió un armario y vio dos de sus sartenes, cerró la puerta sin sacarlas.

En la sala encontró un cuenco en la mesita auxiliar, junto al sillón donde él se sentaba para ver la televisión. Recogió el cuenco y lo llevó a la cocina. Lo enjuagó y lo metió en el lavavajillas.

Se quedó de pie junto al fregadero. Estaba llorando, por alguna estúpida razón. Lloraba en silencio, sin sollozos. Las lágrimas surcaban sus mejillas. Miró a su alrededor y se preguntó cómo podría soportar vivir sin su amor.

Sin Sasuke.

Inspiró profundamente y se obligó a ir al dormitorio principal.

Estaba tan ordenado como el resto de la casa. Excepto la cama. Las sábanas estaban revueltas y había una almohada en el suelo, la de ella. La colocó en la cama, agarró la otra y hundió el rostro en ella.

El olor de Sasuke la impregnaba, tentándola. Rompiéndole el corazón una vez más.

Lanzó la almohada contra el cabecero, se levantó y fue al vestidor. Todas sus cosas estaban allí, zapatos, faldas y blusas colgadas y en orden, tal y como las había dejado. Esperando que fuera a recogerlas.

O a que volviera a casa.

Fue a sentarse en la cama de nuevo. Después se quitó los zapatos y agarró la almohada de él. Se tumbó de costado y apoyó la cabeza donde había estado la del Uchiha. Cerró los ojos y suspiró.

—A casa —musitó en la habitación vacía—. A mi hogar.


Sasuke volvió a Sacramento en el vuelo nocturno que salía de Laredo, Texas, a la una de la madrugada del domingo. Eli Dunning ocupaba el asiento contiguo al suyo. Cambiaron de avión en Dallas. Había llamado con antelación y un par de policías con ropa de calle lo recibieron en el aeropuerto de Sacramento. Les entregó a Dunning para que lo arrestaran y encarcelaran.

El Mustang lo esperaba en el aparcamiento. Echó su bolsa en el asiento trasero y se sentó al volante. Automáticamente, llevó la mano al móvil, deseando llamar a Sakura.

Algunos hábitos eran difíciles de romper. Apartó la mano del teléfono con cuidado, como si fuera un arma. Sacó las llaves del bolsillo y puso el coche en marcha.

«Si quisiera hablar contigo, te llamaría», se recordó por enésima vez.

Empezaba a temer lo peor: que nunca lo llamaría. Que cuando finalizaran las dos semanas de preaviso, dejaría de trabajar para él y se iría.

Hasta que naciera el bebé, al menos, y tuviera que tratar con él por el bien de su hijo o hija.

Tenía que recordarse constantemente que sólo hacía unos días que se había ido y tenía que darle tiempo. Que ella lo quería tanto como él a ella y que antes o después lo perdonaría.

Pero cada día era un siglo. Sólo habían sido cinco, pero parecían toda una vida.

Entró en su calle con aprensión. Odiaba enfrentarse a su casa vacía y solitaria. Sería gracioso si no fuera tan lamentable. Había vivido allí durante años y nunca se había sentido solo.

Hasta que Sakura lo dejó. Desde entonces cada habitación era un eco de vacío.

El sol era una raya naranja en el horizonte cuando abrió el garaje y vio dentro el coche.

Le botó el corazón en el pecho. Imposible. No podía ser.

Sakura estaba en casa.



Sakura no sabía qué la había despertado.

Pero de repente emergió de un sueño profundo. Abrazó la almohada y abrió un ojo.

Sasuke estaba sentado en la silla del rincón.

No podía ser. Él no tenía que volver hasta el día siguiente, como pronto. Estaba soñando.

Alzó la cabeza, se apoyó en un codo y parpadeó varias veces. Seguía allí sentado.

— ¿Sasuke? —susurró.

Él se puso en pie y fue hacia ella.

—Oh, Sasuke —alzó los brazos. Un instante después él la apretaba contra su cuerpo.

La besó y a ella le pareció que sus labios eran aún más dulces que antes. Imposible, pero cierto. Se acurrucó contra él, respirando por la nariz, inhalando su aroma.

—Estás en casa —musitó él, besándole el pelo rosa.

—Sí, oh, sí. Estoy en casa...

Alzó su barbilla y reclamó sus labios de nuevo, besándola con tanta pasión que ella pensó que iba a desmayarse.

—Tenía mucho miedo —dijo él tras levantar la cabeza—. Pensé que nunca volverías a mí, que nunca me perdonarías.

Ella se rió y acarició su rasposa mejilla.

—Si puedo perdonar a mi padre, puedo perdonarte a ti, no lo dudes.

— ¿Lo has hecho? —sus ojos negros brillaron—. ¿Has ido a ver a tus padres?

—Sí. Mi padre está muy enfermo. Me alegro de haber ido por fin. Volveré mañana. Tal vez... ¿vendrías conmigo?

—Sabes que sí. Si me quieres a tu lado, allí estaré.

—Y mi madre estaba muy distinta. Dijo que había sido grosera y antipática contigo —Sakura rió de nuevo—. Me dio el nombre y la dirección de la agencia que dio a mi hija en adopción. Ya la tenía, claro, pero no se lo dije. Le di las gracias y la abracé.

—Me alegro —besó sus mejillas—. La familia lo es todo. Tenemos que hacer lo que podamos por ellos.

—Lo sé, Sasuke. Tienes mucha razón. No me gustó lo que hiciste. Pero Naruto dijo que tal vez fuera necesario. Cuanto más lo pienso, más entiendo por qué lo hiciste. Sé que querías ayudarme y ahora quiero olvidarlo. Quiero que sigamos con nuestra vida, juntos. ¿Te parece bien?

— ¿Qué si me parece bien? Saku, mucho más que bien. Para mí lo es todo.

—Me alegro muchísimo —enmarcó su rostro con las manos—. Llevo esperando aquí desde ayer, cuando me dije que venía a recoger mis cosas. Recorrí la casa y supe que era mi hogar y que la idea de vivir sin ti era una estupidez. Una mentira. Te quiero con todo mi corazón. Y sólo deseo pasar el resto de mi vida contigo.

—Espérame aquí —se levantó, fue a la cómoda y abrió el cajón superior. Sacó algo y ella lo vio.

—Ven aquí, ahora mismo —estiró los brazos hacia él—. Vuelve conmigo.

Él no lo dudó. Se sentó en la cama y sacó el anillo de diamantes de la caja de terciopelo.

—Te quiero. Eres la única mujer del mundo para mí. Cásate conmigo.

—Oh, Sasuke. Sí. Una y mil veces, sí.

El anillo le quedaba perfecto. Ella alzó el rostro y él la beso con amor y ternura.

En ese momento Sakura estuvo segura. Todo iría bien. Sasuke y ella se casarían. Formarían una familia.

De alguna manera, en contra de lo previsible, la niña perdida que había huido tantos años antes se había convertido en una mujer llena de amor. Había tardado mucho en llegar.

Pero por fin estaba en su hogar, en brazos de Sasuke.













Matrimonio en PrácticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora