Diana.
Mi cabeza no me podía dejar de doler, solo quería dormir un poco más, pero mi cuerpo iba contra mi voluntad forzándome a mantener despierta debido al dolor punzante contra mi codo, por lo que mi experiencia decía que tal agudo estremecimiento provenía de una articulación de bisagra. Aunque un malestar en mi brazo no era una razón para sentirme completamente miserable la fiebre sí lo era, podía sentir mi cuerpo acalorado de pies a cabeza, húmedo en mi frente e incluso unas gotas que caían por el sudor, como si hubiese corrido una maratón.
La capa de calor irradiando en mi cuerpo definitivamente era causa de mi enfermedad, a lo que las hormonas aumentaban diez veces más, convirtiéndome en una persona asada y pronto rostizada. Todo aquello traía una sola pregunta a mi mente: ¿Mi cuerpo aguantaría todo lo que esta pasando?
Desde que me enteré estaba evadiendo la más importante de todas: ¿iba a morir? La sola palabra provocaba que cada extremo de mi cuerpo se estremeciera, lo que era hirónico, porque a estas instancias de la vida uno creería que la "muerte" ya sería algo que podría lidiar con tranquilidad y ligereza, sin embargo, aquí me encontraba. Tirada en la cama como un lechón preguntándole a un dios (del que hace tiempo había comenzado a dudar) ¿por qué a mí?, ¿por qué nací?, ¿por qué me ocurre esto? Alguna divinidad del universo se había encargado de que no sólo perdiese a mi mamá por esta afección, sino también a mi hermana Sky y a mi no-nato (pero querido) hijo, dejándome a mí como postre de la masacre de vino tinto.
¿De qué servía? Me dije con una mano en la frente en un intento vago de calmar mi fiebre. Ya no tenía a nadie. Nadie excepto... el hijo que estaba esperando. Mamá ya no estaba. Sky tampoco. Brillito nunca llegó a existir y la única persona con la que contaba me había engañado en cuanto pudo para escapar de mí. "Algunas personas nacen para ser felices" Me dijo mi subconsciente. "Tú no" continuó. ¿Valía la pena?, ¿luchar por un futuro que de todas formas no sería bueno?
La fiebre no sólo me dejaba sudada, también me hacía delirar.
Sumamente frustrada me senté en la cama para ver la hora, concentrando mis ojos, todavía pesados, en su mayor atención hacia el celular colocado en la mesita de noche y no en la almohada cubierta de delgadas hebras de cabello que estaba a mi lado.
Con lentitud estiré mi brazo al velador para tomar mi teléfono. Miré mi celular y la pantalla marcaba las seis de la mañana, genial, estaba delirando en los inicios del día. Dejé reposar el aparato en el velador con el objetivo de intentar quedarme dormida otra vez, pero me puse en alerta cuando la puerta del cuarto se abrió.
La vista del pasillo me dejó ver a un Niall sin playera (lo que me alegró porque eso significaba que no sólo era yo la que se moría de calor) y con cara de recién levantado. Con un vaso de agua en la mano más mis medicamentos en la otra, en cuanto entró sus ojos se encontraron con los míos.
-Ho... hola-dijo visiblemente nervioso- Sólo vengo a dejar esto- colocó el frasco a mi lado.
-Gracias...-susurré.
-¿Dormiste bien anoche? Tienes ojeras-se sentó tomando lentamente mi mano, y aunque estaba mojada no la movió una vez que nuestros dedos estaban enlazados.
-La verdad no, dormí a saltos y estoy cansada aún-bostecé.
-Yo tampoco dormí muy bien-dijo bajo.
-¿Niall?-dije dudosa.
-¿Si, Diana?-sus ojos, los extrañaba ver con tanta calidez, casi como antes de que todo esto pasara.
-¿Puedes dormir conmigo?-hablé bajito y rápido, antes de arrepentirme de decirlo.
-Claro que sí, Di, también lo necesito-respondió mientras se acomodaba junto a mí.