24.- Lapdance

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Tom era un hombre muy seguro de sí, cuando decía que podía hacer algo es porque realmente tenía la capacidad de hacerlo, sin embargo para su desgracia, había ocasiones en las que simplemente las cosas se salían de su control y no lograba conseguir su objetivo por lo que le tocaba afrontar las consecuencias, como era el caso en este momento.

No quería ni pensar ya en eso, había perdido la estúpida apuesta con Robert y ahora estaba en ese horroroso antro tomando alcohol con sus compañeros de trabajo para poder soportar el tiempo que había prometido estaría ahí, compensando el hecho de que ha palabras de ellos nunca convivía con el grupo laboral.

Todo parecía de lo más normal, ambiente horrible, música horrible, bebidas horribles, gente horrible, todo iba acorde a como lo había imaginado, no obstante lo que venía, no lo esperó.

Jeremy tomó una de las sillas del privado donde estaban, mientras Robert le ofrecía la mano para que pusiera de pie.

- Bueno Tom, todos hemos llegado a la conclusión de que eres un viejo gruñón que necesita socializar, sin embargo también concluimos que lo que más que nada necesitas es disfrutar de los placeres de la vida – explicó mientras lo sentaba en la silla y en cuanto eso pasó, Jeremy abrió la puerta del lugar para que entrara un musculoso hombre, alto, rubio, vestido de militar, con la camisa del uniforme desabrochada permitiendo la visión del marcado torso y el pecho donde colgaba una placa de identificación militar.

Scarlet le hizo espacio a Jeremy para que se sentara a su lado, ambos estaban atentos a las reacciones de su compañero, cuando la habían llevado a ella con el mismo hombre no había podido evitar reaccionar a su cercanía ni a su forma de moverse por lo que aseguraba que Tom pasaría por lo mismo, el castaño por su parte, apostaba que su compañero se mostraría igual de serio que siempre y que la presencia del rubio no le significaría nada ( por otro lado, no entendía porque habían vuelto a llevar aquella masa de músculos, había tenido suficiente con verlo bailarle a su amiga en su cumpleaños).

El pelinegro los miró con cara de querer matar a todos y a cada uno de los presentes de la manera más dolorosa posible, sin embargo no les iba dar el gusto de verlo apenado o escapando cobardemente de la situación, por lo que simplemente se cruzo de brazos y miró al otro, serio, como si le estuviera retando.

Chris estaba acostumbrado a todo tipo de reacciones cuando le veían, desde las risas nerviosas, a quienes le saltaban encima y querían algo más por la paga de un baile, sin embargo no se esperó que aquel hombre le mirara de forma altiva, por lo que sonriendo supo que tenía la responsabilidad de hacer su mejor trabajo.

Se acercó a su cliente y se puso entre sus piernas, apoyando ambas manos en el respaldo de la silla, acortando el espacio entre ellos. La distancia no le hacía justicia aquel hombre, era demasiado hermoso incluso para ser un hombre, sus facciones eran delicadas, el ángulo de nariz era perfecto y el rosa de sus labios le invitaba a profanarlos, a buscar hacerlos rojos a base de besos, sin embargo no podía, era parte de su política, no besos, política que por primera vez maldecía, siendo él quien se sintiera ansioso de besarle. No le dio importancia, podría hacer otras cosas con él y definitivamente lo disfrutaría.

Las esmeraldas y los ojos celeste se encontraron un par de segundos, entonces el de cabellos negros giro el rostro ante la cercanía, la cual Chris aprovecho para dada la posición acariciar su cuello pálido con la punta de su nariz, aspirando el aroma particular, y sintiendo como su cliente suspira, lo sabe solo porque la respiración del otro le acaricia, la música es alta y por extraño que parezca, eso crea una cierta atmosfera privada entre ambos que se encuentran tan cerca.

Con movimientos lentos y cadenciosos, roza su pelvis contra la entrepierna del otro, ondulando su cuerpo contra él como si fuera una serpiente, lleva entonces una de sus manos al nudo de la corbata del pelinegro y lo afloja mientras se inca entre sus piernas, posando su rostro en el pecho del otro, restregándolo sobre la camisa blanca, llenándose del aroma de su cliente, quien pese a todo no ha movido ni una sola mano, sigue bajando y con su nariz roza su virilidad, posando ambas manos en las rodillas y subiendo estas lentamente por la extensión de los muslos, esperando provocar en ese momento alguna reacción, sin embargo cuando alza la vista y mira los ojos verdes, el otro le observa simplemente como si se hubiera caído frente a él y esperara que se quitara lejos de su camino.

Thorki (Kinktober 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora