Prólogo

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Dublín, 2010.

Miré mi reloj de muñeca, expectante. Había llegado demasiado pronto; aún faltaban cinco minutos para que diesen las cinco, hora en que habíamos quedado la señorita Connolly y yo. Tenía entendido que era irlandesa, por tanto no debía preocuparme de que pudiera perderse.

Estaba sentado en una de las mesas de The Temple Bar, al lado de las ventanas. Aquella no era la primera vez que estaba en Irlanda, había ido en verano, cuando era más pequeño, pero hacía años de eso.

Llamé a la camarera, una joven pelirroja bastante bajita y le pedí un par de tazas de té y unas pastas.

Dieron las cinco. Me giré al oír que la puerta se abría. Reconocí inmediatamente a la señorita Connolly. Me habían enseñado una foto de la que sería mi compañera de trabajo para que me fuera más fácil identificarla. Era más alta de lo que esperaba.

-- Señorita Connolly--la llamé, indicándole que se acercara.

-- ¡Yo te he visto en la tele! --observó, sonriendo-- ¿Te llamabas Jonh, me equivoco?

Se sentó grácilmente en el asiento de enfrente. Qué mujer más animada, pensé.

-- No se equivoca, señorita --le tendí la mano--. Un placer conocerla.

La estrechó con firmeza y volvió a sonreír.

-- Llamame Emma, por favor.

-- Si así lo prefier --me encogí de hombros.

-- Eso también significa que puedes tutearme--añadió.

-- No hace falta--respondí--. ¿Desea comenzar a trabajar hoy? Me gustaría poder enviarle esta noche alguna noticia a mi periódico.

Arqueó las cejas. Pareció a punto de decir algo, pero desistió de ello en el último momento.

-- Por supuesto.

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-- Ya está.

Levantó los brazos por encima de la cabeza, desperezándose, y bostezó. Yo también estaba un poco cansado. Ya eran más de las ocho. Se nos había pasado la hora de cenar.

-- La política es siempre tan aburrida y cansina--comentó--. No me hice corresponsal para amargarme con las tonterías que hacen esa panda de chorizos.

Guardé el portátil con el que había estado trabajando, inclinando la cabeza para que no se percatase de mi sonrisa.

-- Tiene usted razón--repliqué--. Pero alguien tiene que encargarse de contar las maravillas que hacen.

Lo pensó. Después de unos segundos, asintió.

-- Bueno--dijo--. ¿Te apetece ir a algún restaurante? Estoy muerta de hambre.

Tenía pensado regresar al hotel, pero finalmente decidí ir con ella. Se podría decir que me había provocado cierta curiosidad.

-- ¿A dónde vamos?--pregunté al ver que pasábamos delante de varios restaurantes sin pararnos en ninguno.

-- Ya lo verás.

Por fin llegamos a un Domino's Pizza.

-- Espero que te guste la pizza.

-- ¿A quien no le gusta la pizza?--pregunté frunciendo el ceño.

-- Eres tan raro, amigo mío, que no me sorprendería en absoluto.

Me ruboricé. Emma soltó una carcajada.

-- Estaba bromeando--abrió la puerta--. Los caballeros primero.

Definitivamente, esa muchacha estaba loca.

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