Lunes.
Marina caminó por el pasillo B-187 hasta llegar a El rayo de Luna, de Maggie (como ella se permitía llamarla) T. O'Donnell.
Se sentó en el suelo de mármol y acomodó su vestido negro hasta medio muslo ceñido en la cintura y cuello blanco. Dirigió la mirada a sus piernas largas, pálidas, extendidas en el suelo y cubiertas por sus medias de rejilla y terminadas en sus botas de combate.
Hoy, no tenía prisa por abrir El rayo de Luna, quería disfrutar de cada uno de esos momentos. Quería disfrutar del nerviosismo que sentía.
"Marina;
Esta es la quinta semana que hablamos y es la novena carta que alguno de los dos le da al otro. Más de un mes. Alucinante, ¿no crees?
La verdad, creo que me han pasado pocas cosas tan buenas como que El rayo de Luna sea tu libro favorito.
Es increíble que a una chica como tú le guste un libro como este.
Eres increíble.
-Anónimo.
P.D.: Deberías escuchar a Lewis Watson, creo que te gustará."
Marina sonreía. Anónimo era demasiado dulce. Ella era plenamente consciente de que cada día que pasaba, aquel chico la hacía enamorarse un poquito más.
"Anónimo;
Ha pasado mucho tiempo, pero se me ha hecho tan ameno.
Quiero conocerte, por favor.
Tengo...ciertas cosas que decirte, y no quiero que sea por carta. Por favor.
-Marina.
P.D.: Lo escucharé, pero tú escucha a The Smiths."
Martes.
Marina estaba tumbada en la cornisa de su apartamento. Hacía mucho que había perdido su miedo a las alturas.
Tenía la mano apoyada en su vientre, cubierto por su camiseta varias tallas más grande que la suya de Bowie, en la que salía la portada de Aladdin Sane.
Anónimo estaba en su mente día y noche.
-Te quiero -susurró Marina, antes de caer en las garras de Morfeo diecisiete pisos sobre cero.
Miércoles.
Su padre la llamó, otra vez.
Esta vez, cogió.
-¿Qué quieres?
-Perdóname, Marina.
Marina suspiró.
-No.
Colgó, con sus ojos llenos de lágrimas. Detestaba a sus padres con toda su alma. La hacían sufrir demasiado.
Jueves.
Aquel día, Marina se dedicó de lleno a tumbarse en la cama mientras Lewis Watson sonaba de fondo y comía pizza.
Se pasó todo el día pensando en Anónimo y sonriendo.
Se sentía feliz.
Viernes.
Se tumbó en el sofá mientras su madre le contaba algo al otro lado de la línea.
-Cariño, tengo una gran noticia.
Marina rodó los ojos.
-¿Sí?
-¡Me voy a casar!-dijo su madre, llena de emoción.
-¿¡Qué?!
-¡Lo que oyes! Y quiero que traigas a alguien y digas unas palabras.
Marina se dejó caer en la cama y suspiró.
-De acuerdo, ¿cuándo es?
-El próximo sábado.
Y ahí fue cuando Marina casi se ahogó mientras respiraba.
Sábado.
Marina frunció el ceño mientras su madre le enseñaba una gran lista de vestidos para su boda.
Lo peor era que le tocaba ser dama de honor junto con la que próximamente sería su hermanastra.
Marina bufó mientras su hermanastra, Hannah, se probaba un vestido con el que parecía que se había escapado de un polígono y su chulo la buscaba.
Domingo.
Se recogió el pelo en una coleta mientras preparaba un café, con una sonrisa en su rostro.
Se sirvió una taza de café y se sentó con la piernas cruzadas mientras sujetaba la carta que Anónimo (o más bien su amigo el cartero) había dejado en su buzón.
La abrió con cuidado y comenzó a leer.
"Marina;
No creo que vaya a decir esto, pero de acuerdo.
Estaré a las 11.24 a.m en el pasillo B-187.
Y mi nombre es Gold Brianni.
-Anónimo."
Marina tuvo que ahogar un grito. Iba a conocer a Anónimo. Bueno, a Gold.
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Anónimo.
Random«Una semana más, una carta más, y un poco más de ganas de saber quién se esconde tras el Anónimo.»