Lunes.
Marina caminaba por la calle con paso acelerado, casi corriendo. Quería ver si Anónimo había contestado a su nota.
Llegó a la biblioteca y subió los peldaños de las escaleras de mármol de dos en dos. Saludó cortamente a Sarah y medio corrió hasta el pasillo B-187.
Y allí estaba El rayo de Luna. Marina respiró hondo y agarró el libro. Lo abrió con cuidado y allí estaba, la nota de Anónimo.
"¿Marina Hal? ¿La bonita, misteriosa e inalcanzable Marina Hal?
El libro favorito de Marina Hal es El rayo de Luna, ¿quién lo hubiera imaginado?
Sí, te conozco. Como todos los adolescentes de esta ciudad.
Es irónico. Yo te conozco desde siempre y tú, sin embargo, te das cuenta ahora de mi existencia.
Me siento incluso afortunado. Seguro que intentas con todas tus ganas saber quién soy.
-Anónimo."
Marina frunció el ceño. Ella no era ni bonita, ni misteriosa, ni inalcanzable. Simplemente, había renunciado a toda relación amorosa porque siempre salía lastimada.
Agarró su lápiz y su libreta y comenzó a escribir.
"Anónimo;
No soy ninguna de las cosas que has dicho anteriormente.
El misterioso e inalcanzable eres tú, en todo caso.
Misterioso, ya que ni sé tu nombre.
Inalcanzable, ya que no te puedo alcanzar si ni sé quién eres.
¿Cuándo me vas a decir tu nombre, por cierto?
Y sí, amo El rayo de Luna porque Lena y Thomas me han ayudado más que ninguna persona.
-Marina."
Marina puso la nota que ella había escrito doblada en el libro y se guardó la nota de Anónimo en el bolsillo.
¿Quién se creía este tío que era?
Martes.
Marina estaba sentada en la cornisa de la ventana del salón de su apartamento.
Eran más de las cuatro de la mañana, pero ahí estaba. Era un piso 17, por lo que era bastante alto, pero le daba igual.
Sus pies descalzos colgaban en el vacío. De vez en cuando, un coche surcaba la noche, 17 pisos bajo ella.
Miró hacia arriba y observó la Luna y las estrellas. La Luna se veía solitaria, bonita e inalcanzable. Marina pensaba que, en cierto modo, la gran blanca y ella se parecían, aunque fuera un parecido muy remoto.
La Luna estaba rodeada de estrellas, pero se veía solitaria. Ella era como la Luna; rodeada de personas, y sola.
Marina ya sólo sentía tristeza y dolor. Se estaba hundiendo en sí misma.
Estaba, literal y metafóricamente, a un paso de la muerte.
Miércoles.
El sonido del timbre la despertó. Echó las sábanas a un lado y arrastró los pies hasta la puerta y la abrió.
Y allí estaba ni más ni menos que Stephen Butts. Marina tragó saliva. ¿Era el miércoles el día de que los imbéciles la despertaran?
-Marina, perdóname.
-Vete.
Stephen se puso de rodillas.
-Por favor.
-Vete.
-Marina, por favor, te amo.
Marina soltó una gran carcajada.
-Esa palabra es más grande que tú.
-Por favor, Marina.
-Como tenga que volver a repetir la palabra "vete", te arrepentirás.
-Marina, por favor.
-Vete -dijo Marina, y, acto seguido, le pegó un rodillazo en la cara a Stephen, partiéndole la nariz, seguramente -. El que avisa no es traidor.
Marina cerró la puerta mientras Stephen se retorcía el suelo agarrándose la nariz y lloriqueando.
Jueves.
Marina había decidido que los jueves serían los días de la música y la pizza.
Tenía una pizza recién traída por el repartidor sobre la cama y estaba frente al estéreo, decidiendo qué disco poner. Terminó decantándose por Speak Now, de Taylor Swift.
Y buscó su canción favorita del disco; Mean.
-Someday, I'll be living in a big old city and you ever gonna be is mean -comenzó a cantar mientras se acercaba a la pizza de peperonni con extra de queso.
Cogió un trozó y lo devoró justo como una señorita, según su madre, no debía hacer.
Le gustaba desobedecer a su madre cuando ella no la podía ver.
Viernes.
Marina, aquel día, se dedicó completamente a comer pizza, pan de ajo, beber miles de litros de té y ver capítulos, y capítulos, y capítulos de su serie favorita.
Sábado.
Día de la visita semanal de su madre.
-Cariño, te traigo un regalo.
Marina siguió preparando café, sin mirar a su madre.
-Es un vinilo.
Marina automáticamente se dio la vuelta y miró a su madre.
-¿Qué vinilo?
-Uno de uno de tus cantantes viejos esos.
Marina le miró mal y cogió la bolsa sobre la encimera. La abrió con cuidado y emitió un sonoro chillido, seguido de varios saltitos.
-¡Heroes de David Bowie! ¡Gracias, gracias, gracias!-medio chilló Marina, mientras seguía dando saltos por toda la habitación.
Su madre la miraba con una sonrisa y negaba con la cabeza.
-Estás loca, hija.
Domingo.
El ostentoso Jaguar dorado de su padre la esperaba en la puerta de su apartamento.
Marina llevaba un vestido celeste sin mangas, su pelo recogido en un tirante moño, pero llevaba sus botas de combate.
Entró al coche con cuidado y saludó a su padre con la mano.
Su padre, James Hal, era un importante empresario de tan sólo treinta y siete años, y era rico, todo hay que decirlo.
Era un hombre de pelo negro azabache, profundos ojos verdes y tez morena. Nadie diría que era el padre de Marina, excepto por el hecho de que ambos tenían el mismo carácter fuerte y decidido, lo que hacía que chocaran constantemente y no se llevaran demasiado bien.
Sus padres se separaron cuando ella tenía diez años, y estaba tan cansada de ir de una casa a otra y de que la intentaran comprar por todos los medios, que a los quince años se emancipó.
Sus padres eran personas frías y calculadoras que fingían ser buenos padres un día a la semana para tener sus conciencias tranquilas.
Hipócritas.
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Anónimo.
Random«Una semana más, una carta más, y un poco más de ganas de saber quién se esconde tras el Anónimo.»