Semana 7.

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Lunes.

-¿Que voy a conocer a tu madre?-medio chilló Marina.

-Es lo justo -dijo Gold, tomando algo de café-. Yo he conocido de golpe a toda tu familia.

-Pero, ¿va ha venir ahora?

Gold asintió.

Marina podía sentir el nudo en su garganta. ¿La madre de Gold? Aquello iba muy rápido.

Llevaban allí una hora cuando una mujer de unos cuarenta años, con cabello azabache, ojos verdes y una blanca sonrisa se sentó junto a ellos.

-Buongiorno, Gold -dijo ella, besando la mejilla de Gold.

-Ciao, mamma -dijo Gold sonriendo.

La madre de Gold miró a Marina y sonrió.

-¿Esta es la ragazza?-preguntó, hablando medio en italiano.

-Sí, ella es Marina -dijo Gold, sonriendo.

-Hola -susurró Marina, sonriendo tínidamente.

-Encantada, Marina, soy Frances Brianni -dijo la mujer, extendiendo su mano hacia Marina.

Marina la sacudió educadamente mientras notaba como su nerviosismo se disipaba.

Martes.

Marina estaba sentada en la cornisa, mirando hacia las luces de la ciudad.

La madre de Gold, Frances, estaba encantada con Marina. Dijo que era una chica fantástica y que era perfecta para Gold.

Marina sonreía. Tenía la aprobación de la madre de Gold, y aquello significaba demasiado para ella.

Pero había algo que fallaba, y no sabía qué.

Miércoles.

-Marina -Gold sonaba angustiado al otro lado del teléfono.

-¿Qué pasa, Gold?

-Me vuelvo a Italia.

Marina notaba como un nudo se formaba en su garganta y las lágrimas comenzaban a inundar sus ojos.

Una rodó por su mejilla.

-¿Por qué?

-Tenía un trato con mi abuela; ella me pagaría todos mis gastos en América si cuando fuera a ir a la universidad, estudiaba en la universidad L'Aquila.

-¿Y...y nosotros?-susurró Marina.

-Lo siento, Marina. Te quiero.

-Te quiero -susurró Marina de vuelta.

Gold colgó y Marina sintió como su mundo entero cayó frente a sus pies.

Él se iba.

Jueves.

Marina estaba tumbada en su cama, abrazando sus rodillas.

Nunca debió contestar a esa carta.

Simplemente, no debió hacerlo.

Su corazón lo hubiera agradecido.

Viernes.

Marina pasó ese día escuchando música y llorando, como cualquiera hubiera hecho en su lugar.

Sábado.

Diez llamadas perdidas de su madre.

Seis mensajes de voz.

Cuatro mensajes de texto.

Y al fin se cansó.

Domingo.

No. No lloraría más.

Sacó su portátil y envió solicitudes a todas las universidades posibles.

Iba a seguir adelante.

Se iba a comer el mundo.

Anónimo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora