Lunes.
Lunes, al fin.
Marina avanzó con paso decidido por el pasillo B-187. Allí estaba El rayo de Luna en el mismo sitio que de costumbre.
Lo abrió y allí estaba la nota.
"¿Marina Hal ha sentido la soledad de que un libro sea tu único amigo? Vaya, quién lo imaginaría.
No lo creo. Siempre rodeada de tus amigas y de chicos.
No sabes lo que es la soledad. No tener a absolutamente nadie, estar completamente solo.
Nadie con el que hablar. Eso es soledad.
-Anónimo."
Marina frunció el ceño. Este chico se estaba pasando.
"Anónimo, no te pases.
Seré popular, guapa (cosa que no soy) y todo lo que tú quieras, pero tengo sentimientos, ¿sabes?
Sé lo que es la soledad.
Es ese café caliente en el insomnio, ese disco que suena de fondo mientras lloras, son esas noches sentada en la cornisa de mi apartamento, mirando a la Luna.
Sé lo que es la soledad.
Y no sé quién eres, pero si has sentido la soledad como yo la he sentido, lo siento.
-Marina."
Marina suspiró y dejó la nota entre la portada dura y la hoja, donde la dejaba habitualmente.
¿Ya era la tercera semana que hablaba con Anónimo? Aquello se sentía extrañamente bien.
Martes.
Todo en su vida se estaba volviendo una rutina.
Todos los martes el insomnio la atrapaba entre sus garras.
Aquel martes, Marina estaba sentada en la bañera, obviamente desnuda, abrazando sus rodillas mientras el agua caía sobre ella, con música de fondo.
Exactamente, no sabía qué canción era, porque el aleatorio de su móvil ponía lo que él quería.
Echó la cabeza hacia atrás y el agua dio de lleno en su rostro.
De repente, Anónimo vino a su mente. No sabía cómo era, así que cada vez que pensaba en él, le venía a la mente sus cartas.
Su letra era algo ilegible, por lo que ella se podía imaginar que era una persona atormentada por sus demonios. Le gustaba pensar que era como ella, solitario, trágico. Aunque ni sabía cómo era.
Y eso la consumía.
Miércoles.
Día en el que los idiotas la despertaban.
Y para continuar con la rutina, el tono de su móvil la despertó a las 4:47 a.m.
Con los ojos medio cerrados, cogió el teléfono y contestó.
-¿Diga?-dijo, con voz ronca por el sueño.
-Marina, lo siento.
-¿Papá?-preguntó Marina, frunciendo el ceño.
-Sí.
-¿Estás borracho?
Tras unos segundos de silencio, su padre contestó.
-Quizá.
-Tómate un café y vete a dormir, papá.
-Es que estoy en un bar, en la autopista C-19, la salida 58.
-¿Estás borracho y te acuerdas de eso? Arg, ya voy.
Marina colgó el teléfono mientras caminaba hacia el ropero. Cogió un jersey azul, unos vaqueros y sus botas de combate. Se hizo una coleta tirante, agarró las llaves de su coche junto con las de su apartamento y salió.
Bajó las escaleras de dos en dos hasta que salió a la calle y el frío la golpeó. Caminó un poco y ahí estaba su Jeep rojo del año de la polka.
Se subió y lo arrancó. Y sonó música; Mean de Taylor Swift. Era la canción que casi siempre que conducía escuchaba. Le gustaba el fundirse en la carretera mientras esa canción sonaba.
Cuando se quiso dar cuenta estaba en la autopista C-19. Sus ojos recorrían todos los carteles en busca de la salida 58, y ahí estaba.
En menos de cinco minutos, localizó a su padre con la vista. Paró frente a él y bajó la ventanilla.
-Sube.
Su padre, con algo de dificultad y ayuda por parte de Marina, se subió y cerró la puerta.
Marina miraba al frente con los labios apretados en una fina línea mientras su padre la miraba.
-Debería ser al revés, ¿sabes? Que yo saliera de fiesta y me emborrachara y tú, como mi padre que eres, vinieras a por mí y me llevaras a tu casa a darme café hasta que se me pasara el pedo. Pero no. Tiene que ser al revés por el simple hecho de que soy responsable, a parte de que detesto el alcohol. Podrías haber llamado a tu novia de turno en vez de despertar a tu hija de dieciséis años a las cinco de la mañana, ¿sabías?-soltó Marina.
Su padre la seguía mirando, medio boquiabierto.
-Sandra no querría venir a por mí.
-¿Y por qué yo? Podías haber llamado a Samantha. Sabes que mi madre, y tu ex-mujer, siempre vendrá a salvarte el culo porque es buena persona.
-No quiero depender de Samantha.
-¿Y de mí sí?Paso, papá. Te dejaré en tu casa y todos felices.
«Menos yo, como siempre.» se tuvo que tragar Marina, junto con varias lágrimas.
Jueves.
Pese a que era el día de la pizza y la música, Marina decidió ir a la biblioteca.
Anónimo la estaba obsesionando. Quería descubrir quién era.
Caminó rápido entre las estanterías y llegó hasta el pasillo B-187. Cogió con cuidado El rayo de Luna y lo abrió.
No estaba su nota, pero tampoco había una nueva. Hasta aquel día, no se había preguntado cómo dejaba Anónimo las notas.
Marina cogió la nota de su bolsillo, la cual había escrito en su casa.
"Quiero conocerte.
Si quieres, estaré en el café Lane, el que está en el cruce entre la calle Hudson y la avenida Elm a las cinco de la tarde el próximo martes.
-Marina."
Cerró el libro y lo dejó en su sitio, deseando que Anónimo apareciera por el café.
Viernes.
Marina pidió una pizza y pan de ajo, como de costumbre. Puso el aire acondicionado al máximo y se tumbó en el sofá ha hacer un maratón de Harry Potter.
Sábado.
Día de la visita semanal de su madre.
Fue una conversación monótona y aburrida sobre el nuevo novio de su madre, el cuál era rico (cof, cof, cazafortunas, cof, cof).
Domingo.
Ese día, su padre había ido a por ella, pero ella no había bajado.
La había llamado mil veces, a sabiendas de que no iba a contestar.
Aún estaba enfadada.
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Anónimo.
Random«Una semana más, una carta más, y un poco más de ganas de saber quién se esconde tras el Anónimo.»