Los hermanos Wigton mostraron sus aros metálicos recién afilados. No iban a tardar en atacar. Querían la vida y el poder de Sídney y él lo sabía. Con una fuerte ráfaga de viento envió a Elio al océano, alejándolo de todo el peligro. En aquella acción se fue gran parte de la energía vital que le quedaba y que se agotaba con cada minuto que pasaba.
—Sería más fácil si te rindieras, Sídney —dijo Reese —. Piénsalo, podrías morir en mis brazos y con el mejor beso de tu vida.
—Hoy no —aseguró Sídney.
Wyatt le arrojó un aro a toda velocidad. Una de sus piernas iba a ser cercenada. Sídney intentó un ataque, pero en lugar de eso todo su cuerpo cayó al suelo, levantando tierra y polvo. El aro pasó sobre él, sin herirlo, y regresó a las manos de su dueño.
Sídney se arrastró, impulsándose con sus manos para llegar al borde de la colina y dejarse caer al océano. Su piernas ya no le respondían, pero no iba a morir de esa forma. Sus músculos de los brazos aún se movían y eran su única oportunidad.
Escuchó los pasos del íncubo y del súcubo acercándose, pero su mente se alejó del lugar y del momento. Recordó el muffin navideño de su madre, los abrazos y las sonrisas de April, las palabras de Konrad, las bromas de Verónica, el beso con Elio, los bailes de Siena. Ninguno de ellos le perdonaría que muriera ahí.
Sídney Rossell gritó de dolor, no iba a morir ese día a manos de Reese y Wyatt Wigton. Las lijas se empezaron a batir, las nubes se concentraron sobre él y el agua del océano enloqueció. La lluvia comenzó a caer ferozmente desde las nubes y él no entendió el por qué. Controlaba el aire, pero no el agua.
—No piensen en ponerle una mano encima —dijo April, tras los mellizos Wigton. Por supuesto, ella había causado la lluvia.
Truenos cayeron desde el cielo y golpearon la colina con ferocidad. De alguna forma Sídney y April habían unido sus poderes y habían causado aquel fenómeno.
Los Wigton no tardaron en percibir el fenómeno y parecieron asustarse. Sus rostros se tornaron sombríos y lo que antes era belleza se convirtió en fealdad. Reese y Wyatt adoptaron sus verdaderas formas. Un par de ancianos decrépitos y horrorosos.
Reese corrió hacia Sídney, dispuesta a darle un último beso que acabaría con su vida, mientras Wyatt enfrentó a April. El íncubo arrojó su aro, pero April levantó agua del océano y con esta lo detuvo en el camino.
La chica corrió hasta Wyatt, que estaba sin su arma y lo envolvió en una burbuja. Extrajo un cuchillo que tenía en su cinturón y lo enterró en una pierna del súcubo, luego hizo el mismo movimiento en la otra.
—No perderé un amigo más —dijo y la burbuja que sostenía a Wyatt se deshizo y lo dejó caer al suelo. Estaba herido, y de sus piernas emanaba sangre negra.
Antes de que Reese pudiera dar el último paso para aproximarse por completo a Sídney, tanto él como April la observaron y un rayo cayó del cielo. La súcubo lanzó un chillido de dolor y cayó al suelo, víctima de la electricidad.
April corrió hacia Sídney y lo sostuvo, buscando cualquier herida en él.
—¿Estás bien? Elio llegó gritando y vine tan rápido como pude. Tumbe la mitad de las plantaciones con mi auto.
—No sé... si resista mucho... mas —gimió el chico.
—No me vayas a dejar, Sid, te lo pido desde lo más profundo de mi corazón.
El íncubo avanzó arrastrándose hasta la súcubo y la tomó de la mano. April se puso en posición de defensa, atenta a cualquier ataque. Pero los Wigton no atacaron. Un irreal hoyo se abrió en el suelo y de él salieron feroces llamaradas de fuego. Los mellizos, heridos y a punto de ser derrotados, saltaron dentro y desaparecieron. El hoyo se cerró al instante.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Sídney con la voz temblorosa.
El resto del cielo se nubló, y ocultó los rayos del sol. April supo que no era debido a Sídney. Giró su mirada hacia el océano y observó como una fuerte tormenta había alcanzado la costa. No supo si se debía que Sídney estaba muriendo y el poder del viento se estaba liberando, o si se trataba de algo más.
Las olas empezaron a llegar con fuerza, y una tras otra se volvían más altas, a tal punto que cubrieron la mitad de la colina sobre la que estaban los chicos. April intentó controlar el agua, pero fue infructuoso. La fuerza del líquido era demasiada y ella aún no tenía tanto poder.
El rugido más horroroso, frío y amenazante se escuchó. La tierra tembló. El aire se descontroló y batió todo lo que encontró a su paso. El agua del océano creció aún más. Los rayos reaparecieron, pero esta vez más estruendosos que nunca, tanto que incendiaron una lija y se desató un incendio.
April también escuchó pasos desde atrás. Bastaron unos minutos para que sus amigos aparecieran. Verónica, Konrad y Belmont se ubicaron de pie junto a ella. Todos observaban al océano. Las olas no daban tregua. En su interior todos sabían que era lo que iba a aparecer frente a ellos. No se trataba de un kraken, tampoco de un leviatán y mucho menos de un simple animal. Era el monstruo que había destruido la aldea de Egea y había asesinado a muchas sirenas.
—¿Por qué están aquí? —preguntó April, sosteniendo a Sídney.
—Elio nos llamó.
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Las Profundidades De Uspiam (Las Gemas De Uspiam II)
FantasíaLa segunda parte de Las Gemas De Uspiam. Sídney, Konrad, April y Verónica regresan para descubrir más misterios, aprender más de sí mismos y combatir todo lo que desea hacerles daño.