Capítulo 7

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El hogar de María Antonia Brunner era en extremo disonante para el barrio en que se encontraba, Memento. Escondida entre los saúcos de las aceras estaba aquella casa construida poco a poco en diferentes épocas, atendiendo a las necesidades momentáneas de los dueños de toda la vida, los Brunner. Contaba con arquitecturas muy variadas y montones de habitaciones vacías o en desuso, con una cosa sola cosa en común, las flores y plantas no hacían falta sin importar a donde se mirase.

Por mutuo consenso, Konrad y Ayulen se encontraban allí. Su investigación sobre la historia del pueblo se haría con base en un tipo de información algunas veces más valiosa e interesante que la escrita, la tradición oral, y no había nadie más idóneo en el pueblo que conociera miles y miles de datos y anécdotas sobre Uspiam que su abuela.

El antejardín de la casa asimilaba una densa jungla, con árboles frutales que impedían el paso de los rayos solares y con los cantos de varias especies de pájaros que escapaban de la Cordillera de Las Carolas para disfrutar de aquel santuario natural.

Konrad tocó el timbre y unos minutos después la puerta se abrió y un olor a naturaleza penetrante escapó del interior.

—¡Konrad Brunner! —exclamó María Antonia, dando un gran apretujón a su nieto e intentando no ensuciarlo con sus mugrosos guantes de jardinería y la regadera que llevaba en la mano —. Y no me impresiona tanto su visita, Ayulen Kuyentray. Viene más seguido por acá que mis propios nietos. ¡Sigan, sigan! Espérenme en la sala. Termino de cavar un hoyo para mi nuevo peral y vuelvo con ustedes.

Siguiendo las instrucciones, los chicos anduvieron hasta la sala por una serie de anchas estancias y pasillos donde las plantas cubrían con recelo hasta el mínimo rastro de pared y consumían la luz del sol que penetraba parsimoniosa por los tragaluces que reemplazaban al techo.

La sala se sentía húmeda por la cantidad de plantas de hojas anchas que la adornaban y una elegante mujer de la tercera edad acariciaba una, procurando no machar su vestido negro.

—¿Abuela? —preguntó Ayulen acercándose a la mujer.

—Buenas tardes, hija. Buenas tardes, Konrad —dijo, apartándose una mecha de su cabello canoso esperando que ambos chicos le obsequiaran un beso en cada mejilla.

El saludo terminó y María Antonia entró en la sala sosteniendo una bandeja con galletas achocolatadas, una tetera llena de aromática de lijo, terrones de azúcar y cuatro curvos y preciosos pocillos.

—Hija... me gusta que llames a tu nieta así, Nikte. Zelinda puso el grito en el cielo cuando intenté llamar a Konrad hijo. "Su madre soy yo" decía la sinvergüenza. ¡Coman! ¡Coman que se enfría! Y por las aguas de Uspiam que no hay nada peor que una aromática de lijo helada —explicó al descargar la bandeja sobre la mesa de centro que hacia juego con los antiguos sillones isabelinos y nadie dudó en seguir las instrucciones —. Nikte vino a ayudarme con las plantas. Estoy preocupada por mis aspidistras. Sus hojas están caídas y amarillentas desde hace unos días. ¡Pobrecillas! —exclamó, tocando la misma planta que la abuela de Ayulen.

—Hay demasiada luz en este lugar, María Antonia —dijo Nikte, dando un vistazo al entorno luego de dar un suave sorbo al pocillo.

—¡Imposible! No he movido esa planta de ahí desde que nació Naomi. Debe haber otra explicación.

—No veo otra explicación —dijo Nikte, moviendo sus perfiladas manos con elegancia.

—Primero creería que un monstruo regresará de su escondite a atormentarnos antes que convencerme de que mis plantas se entristecen por la falta de luz.

Las Profundidades De Uspiam (Las Gemas De Uspiam II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora