CAPÍTULO 22

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CAPITULO VEINTIDÓS

La doctora Diana Lambert, con su consulta recién abierta hacia menos de dos meses; había sido la única amiga de Sam en sus años de instituto; es más, Sam también lo había sido para ella; dos almas solitarias, decían ellas de sí mismas.

Diana era más bien baja con sus 1.65 de estatura, piel canela y ojos grises; su cabello color chocolate, nariz pequeña; con un carácter dulce y de una nobleza muy grande, a sus 22 años y algunos meses y sin nadie en el mundo, se mantenía con ganas de vivir, a pesar de que nunca había tenido las cosas fáciles; era muy disciplinada con su vida, con una voluntad férrea a la hora de plantearse algún reto; todo lo que tenía era por ella misma.

Procedente de Tennessee, desde muy temprana edad había arribado a Gran Rapids en compañía de un familiar lejano; ahora ese familiar se había regresado y ella se quedó a terminar sus estudios en medicina.

Se encontraba en su casa; había llegado hacia muy poco, ya que atendió pacientes hasta altas horas de la noche, no se podía dar el lujo de rechazar a alguno, las deudas no se pagarían solas; se había sacado los zapatos y descansaba los pies sobre la mesa de su sala, cuando unos golpes en la puerta, la sobresaltaron; vio el reloj de pulsera, era casi media noche ¿Quién podría ser? Se planteó seriamente el no abrir, pero la persona seguía insistiendo; finalmente fue a la puerta, llevando una sartén en las manos; se acercó y preguntó

-¿quieeennn...?

- Diana, abre por favor; soy yo, Samuela – así solía decirle ella a Sam Paz; Diana dudó ¿Samuela? ¿Sería posible? Pero si hacía años no la veía, ni sabía de ella

- ¡¿Sam?!

- sí, abre por favor, es una emergencia – lo hizo, abrió y se encontró con una joven que desde luego era la versión de mujer de su antigua amiga adolescente, pero no estaba sola, ayudaba a un hombre a sostenerse en pie y ella lo recordaba, era uno de los hermanos de Sam

- ¡¿Qué ocurrió?! ¡Entrad! – se ubicó al otro lado del herido y ayudó a Sam a entrar con él en la casa – por aquí – dijo señalando el pasillo – es mejor ponerlo en el cuarto, mis muebles no son especialmente cómodos para su tamaño; ya había olvidado lo altos que eran tus hermanos – lo llevaron y lo pusieron sobre la cama, Diana le hizo rodar para que la herida quedara hacia arriba; de inmediato entró en acción como la buena médico que era; le tomó la camiseta y se la rasgó para tener una mejor visión de la herida – ve por mi maletín, está en la sala

Samantha hizo lo que se le pidió y luego ayudó a Diana como mejor pudo; trabajaron en silencio durante unos minutos; la doctora había sacado la bala, había curado y cosido la herida, luego puso un vendaje e inyectó al muchacho con miras a prevenir cualquier infección; enseguida y con ayuda de Sam, le hicieron volver de espaldas y mientras una lo sostenía, la otra chica le daba un potente analgésico que le mitigara el dolor y le dejara descansar. Minutos más tarde cuando el hombre ya dormía, ellas fueron a la sala para poder conversar.

- ¿Qué está ocurriendo Sam? No te veo en años y de pronto te apareces en mi puerta con uno de tus hermanos semiinconsciente a causa de la pérdida de sangre causada por una herida de bala ¿es Andrés verdad?

- ¡vaya! Veo que no has olvidado su cara; aún recuerdo que era el que más te gustaba, aunque al comienzo no sabías por cual decidirte

- ¡oh! Vamos, Samuela, no me recuerdes esos días, éramos unas crías ¿Cómo es que sabes donde vivo y que soy médico? No te he visto en mucho tiempo

- verás – dijo apenada – yo siempre he querido verte, pero por mi trabajo, me he detenido hasta ahora, no quería meterte en líos

- ¿a qué te dedicas para que eso te obligue a mantenerte alejada de la que fue tu mejor amiga?

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