Entonces... ¿no pasa nada?

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Octubre de 2011

En el parque de la urbanización, hay un ambiente muy relajado. Los cuatro amigos se han tomado un pequeño descanso de su ajetreada vida como estudiantes de quinto de Primaria para salir al parque. Sin embargo, una de ellas aún no se ha molestado en llegar.

Mientras la esperan, un Alfred de diez años toca a sus mejores amigos una melodía sencilla que recién está aprendiendo. Algún día, piensa a menudo, será un gran pianista. De momento, se contenta con sacar adelante esa canción.

Levanta la mirada para ver si tiene la atención de sus amigos, aunque no la necesite para seguir tocando. Todos los padres siempre se sorprenden al descubrir lo independiente que puede llegar a ser para tener tan corta edad. Raoul está embobado, quizás demasiado, con lo que está haciendo. La más pequeña del grupo, Aitana, no le está prestando mucha atención. No deja de mirar en todas direcciones, buscando algo que no logra localizar. 

Alfred se encoge de hombros y acaba la melodía, logrando el tímido aplauso de Raoul. Alfred sonríe y deja un beso en su mejilla, consiguiendo que Raoul se convierta en un tomate humano. Siempre le han hecho mucha gracia sus reacciones.

—¡Chicos, chicos, chicos! —Todos se giran para  ver a un pequeño torbellino rubio correr hacia ellos a toda velocidad—. ¡No os vais a creer de lo que me acabo de enterar!

Todos esperan con paciencia infinita a que Nerea, la más mayor pero la más bajita del grupo, tome asiento entre Raoul y Alfred, frente a Aitana. La rubia siempre ha sido muy dramática a la hora de contar las cosas, dándole la emoción y los silencios necesarios para causar emoción y ganas de seguir escuchando. Alfred siempre ha opinado que Nerea sería una actriz increíble.

—Pero venga, cuéntalo ya... —La apremia Raoul, saltando sobre su sitio.

La chica cruza las piernas de tres maneras diferentes antes de atreverse a hablar. Empieza muy bajito.

—Ramón, el profe de Gimnasia... —Baja aún más la voz— es mariquita.

—¿Cómo lo sabes? —Se interesa Alfred.

—¡Le he visto, le he visto! Se estaba dando... —baja la voz al darse cuenta de que estaba gritando— besitos con otro chico.

—Pero eso es normal. —Repone Alfred—. Los chicos pueden darse besos con chicos.

—Pero la profe de Religión dice que...

El catalán tiene que aguantarse las ganas de reír. Al menos un poco.

—No deberías hacer caso a esa loca. Dime una cosa, se han besado y ¿ha estallado el planeta Tierra?

—No... —responde la pequeña, confundida.

—¿Ha venido Dios a castigarlos?

—Pues no.

—¿Alguien se ha muerto?

—No... —responde, empezando a entender.

—Pues en ese caso, yo no le veo nada de malo. Al final, será un beso igual de asqueroso que los que se dan mis papás cuando creen que no miro.

—A mí me pareció bonito... —murmura, sonrojada, la rubia—. Pero no sé, la gente dice cosas tan malas sobre eso... que siempre me había parecido un insulto.

—Pues no lo es —pronuncia Alfred, solemne, sintiéndose escuchado por sus amigos—. A los chicos les pueden gustar los chicos, y no pasa nada.

—Yo no le veo nada de malo...

—Claro que no. —Acaricia sus manos—. ¿Tú quieres mucho a alguna persona?

Nerea se pone aún más roja, pasando la mirada por sus dos amigos y deteniéndose un poco más de la cuenta en Raoul. Alfred entiende al instante, aunque sabe que no tiene que meterse en eso.

Sueña-One-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora