C a p í t u l o IX

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Un domingo a las ocho de la mañana me tocaron la puerta, me encantaba dormir y que me despertaran tan temprano significa andar malhumorado todo el día. Fui hasta la puerta y pregunté quién era. — La persona que va a cambiar tu carácter de mierda— me dijo la mujer del otro lado, enseguida supe que era Amara con su manera arrogante de ser.
Abrí la puerta y me encontré con una persona totalmente diferente a lo que vi en el perfil de Facebook. De frente parecía una mujer decente, sus rasgos de puta que mostraba en Facebook no estaban. Vestía con un vestido floreado que le llegaba un poco arriba de la rodilla, estaba con unas zapatillas rosadas, usaba lentes y tenía el pelo dividido al medio, pintas de niña buena, todo lo que me encantaba.

— Tú no eres Amara. —Le dije mientras la miraba de arriba a bajo.

— Claro que soy Amara, te muestro mi cédula, mira— La sacó de su cartera y sí, era Amara Lombardi.

— No tienes pintas de puta. — Le dije con algo de decepción y al mismo tiempo me encantaba lo que veía.

— ¿Qué pintas tienen las putas? Te veo ahora y no te me haces gran cosa como todas dicen. — Estaba recién levantado, hecho mierda.

—Y pintas de puta, ropa corta y sexy, como las que vienen.

— Ay cariño, no sabes nada— Comenzó a reírse.

— Bien, me voy a dormir, detesto que me despierten un domingo de mañana por nada.— Iba cerrando la puerta y ella me lo impidió con la mano.

— Vamos a vernos hoy en la tarde, en la plaza Constitución. Dieciocho y treinta. — Y se fue.

— ¡Ya te he dicho que las cosas no son como tú quieres!— Le grité.

— Ya veremos— Me dijo, mientras sonría con descaro.

La quería por un rato y resultaba que esa chica totalmente desconocida me estaba llamando la atención, cosa que yo evitaba en las mujeres.
Desde que me separé no quise relacionarme con nadie, evitaba los sentimientos, evitaba estar con chicas que eran de mi gusto, por eso era un hijo de puta con todas. Pero ahora llega Amara, una chica que físicamente tiene todo lo que me encanta y  su carácter de mierda lograba impresionarme.

No iba a ir a ese encuentro, no debía darle el gusto y hacerla creer que podía hacer conmigo lo que quisiera.
Volví a mi habitación para intentar dormir pero mis pensamientos me lo impedían. Me sentía perdido con todo, odiaba que una mujer me controlara, conmigo las cosas no funcionaban más así, pero al mismo tiempo quería hacerle caso e ir al encuentro para ver en que daba todo el asunto.

Al final pude conciliar el sueño. Me despertó Sam a las doce y treinta del medio día para almorzar, ella había hecho milanesas de carne con puré de papas y zapallo. Cocinaba increíble, cuando nos cuidó mi tía le enseñó a Sam a cocinar por si algún día yo no estaba, desde entonces cocina porque le encanta hacerlo.

— Tengo una cita hoy— Le dije mientras cortaba la milanesa— No sé si ir o no— Comí un bocado.

— ¿Quién es la chica?— Me preguntó y tomó un trago de coca-cola— ¿Y qué clase de cita? — Sonrió picaramente.

— Se llama Amara y no la conozco, ayer en la noche me agregó a Facebook— Me reí— Y no sé que clase de cita, era para relacionarnos bajo las sábanas — Puso cara de asco y se rió —pero me citó en la plaza Constitución, así que no entiendo qué es lo que quiere— Volví a comer— Está riquísima la comida, Sam, gracias por cocinar.

— Ay Cas, tú y tus citas — Giró los ojos— No sé si deberías ir, no la conoces después de todo, aunque la decisión la tomas tú. — Se limpió la boca con el repasador— Y gracias, es un gusto preparar la comida. — Me sonrió y luego comió un poco de puré.

La vida de C a s t i a n  Mancini © [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora