C a p í t u l o II

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Sam al verme corrió a mis brazos, como de costumbre. Su abrazo fuerte y cariñoso me transmitía toda la paz del mundo. Su mirada de alegría por verme me dejaba tranquilo, al menos dentro de todo su caos, ella tenía su calma, y era yo.

— ¿Cómo has pasado? ¿Has limpiado su habitación de todas formas, verdad?— Me encontraba interrogante. En verdad esperaba que no lo hubiera hecho.

— Intenté reusarme, Castian — Agachó su cabeza, odiaba que hiciera eso. — Pero terminé ganando esto...— Levantó una pequeña parte de su remera, y su espalda estaba marcada por lo que sería un látigo.
Sentía como la rabia se apoderaba de mí. La inmunda de Helena me las iba a pagar.

— ¿¡Pero qué mierda, Sam!? — Mi rabia era tanta que no me daba cuenta que mi hermana no necesitaba eso, ya había tenido demasiado. — ¿¡Ella te hizo eso!?

— Cas, tranquilo,  por favor...— Su voz comenzaba a cortarse, de una manera que hizo que mi pecho doliera. La abracé. 《Se más hermano, Castian, ella te necesita ahora. Luego matas a quien tengas que matar》pensé.

— No dejaré que te vuelva a hacer daño, te lo prometo. — Yo estaba por romper en llanto, en verdad me había vuelto muy débil.

— No me prometas eso. Tú no estás en esa casa, esta no es la primera ni sera la última vez que me golpea. — Sentía que perdía a mi hermana, sentía que no la había cuidado como debía.

— ¿Cómo? ¿No es la primera vez? ¿Por qué putas no me lo has dicho, Sam? ¿ Por qué recién ahora?

— ¡Te lo digo porque ya estoy cansada de sus maltratos! ¡Intentaba evitar el tema por todo eso, te pones  furioso, y eres un loco de mierda que puede ir y hacerla desaparecer! Y no, Castian, no me importa Helena, me importa lo que te pueda pasar a ti. Pero en serio ya estoy cansada y siento miedo...— Comenzó a llorar, yo no sabía qué hacer. En vez de protegerse a ella, me protegía a mí. Todo porque sabía lo desenfrenado que era.

— Shh, no llores, Sam...— La abracé fuerte mientras intentaba tranquilizarla— Pronto todo terminará, vas a estar bien, hermana. — Iba a hacer que estuviera bien. Por más que Sam no quisiera que hiciera algo, yo tenía qué.

— Nada va a estarlo. Por favor, volvamos a Estados Unidos, no quiero estar más aquí.

Cuando éramos pequeños, yo quizá unos quince años y Sam siete, nuestros padres decidieron mudarse para Uruguay. País chico de unos tres millones de habitantes. El país es lindo, tiene sus cosas, pero la justicia es una porquería y es por eso que no denunciamos lo que le pasa a Sam, de aquí a que se decidan a hacer algo, Helena es capaz de matarla. Y es por eso que la justicia debe ser hecha por manos propias.

— Sabes que no podemos volver, Sam.

— No aguanto más ser maltratada, Castian. Y aquí nada se puede hacer. — Se sentó en un pequeño banco.

— Si volvemos para Estados Unidos lo único que vamos a lograr es que nos maten. Sabes es la clase de cosas que andaba nuestro padre.

— Si sigo aquí soy yo la que va a terminar muerta. — Mi corazón latía fuerte. Tenía razón, absolutamente toda la razón.

— No digas eso. Prometí que nada malo te iba a pasar y juro cumplir esa promesa. — Le acaricié el cabello.

— Ja, si piensas desaparecerla del mapa, no quiero. Tus malditas ideas te van a llevar a la cárcel y me voy a quedar sola. Idiota. — Por más que Sam no quisiera, algo de eso iba a tener que hacer. Quizá darle un escarmiento a Helena.

Cambiamos de tema y fuimos a tomar un helado, de eso se trataba la salida, después de todo.
Sam me contó que le iba bien en sus estudios. Estudiaba un curso de belleza, que abarcaba peluquería, maquillaje y todas esas cosas. Odiaba que le dijeran "Mancini", y sí la entiendo, en todos mis años de estudio pronunciaban mal mi apellido. Es "Manchini", hijos de puta.

La vida de C a s t i a n  Mancini © [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora