05

876 91 18
                                    

"Nací pensando que seria un cuento de hadas, pero reconozco que no seria feliz así."
_________________

Cuando Steve Rogers lo visitaba, no había quien impidiera que salieran al bar más cercano a sus casas. Por su puesto que no desde que ascendieron al rubio al puesto de capitán y cuando a él lo dieron de baja.

Eran amigos desde que iban al preescolar, sus casas estaban una al lado de la otra, eran los periódicos humanos del otro cada que algún chisme corría por las calles de Brooklyn y alguno no estaba enterado. Si, casi eran hermanos.

- Casi siempre soy yo el que te visita... - James lo interrumpió.

- Me haces sentir como un viejo decrépito pudriéndose en su cama, gracias por recordármelo.

- Y tampoco es un placer hacerlo. - Concluyó Rogers, alizando la tela de su saco militar. Bucky iba a su lado.

Las bromas entre ellos eran tan comunes como quién camina todas las mañanas para ir al baño, pero James no se sentía de ánimos, bueno, desde hace tiempo no se siente de ánimos. Esta vez, el joven capitán había vuelto de Brighton sólo para ver a su amada y a él.

- ¿Visitaste a Gail? - El castaño preguntó, ganándose una sonrisa por parte de su amigo.

- ¿Qué clase de caballero sería sino? - Era sarcástico en ese aspecto, aunque ambos sabían que la verdad. Steve lo miró de reojo antes de mencionar como casualidad: -  Hablando de chicas bonitas y que te vuelven loco... ¿Cómo dijiste que se llama aquella mujer?

Suspiró.

- Natalia.

- No entiendo porque te aferras a negarlo, Buck, es obvio que andas volando por ella. - Se mofó, puesto que desde que Steve le había invitado unos tragos, el dijo que no quería estar ebrio para la noche. James había hecho una mueca con los labios.

- No lo niego, solo me reuso a poseer.

- Que sea casada no significa que no puedas tenerla. - Le replicó - El corazón le pertenece a quien lo haga latir.

- Tú no entiendes a lo que me refiero.

- ¿No? De los dos soy yo el que ha durado más en una relación.

Quizás eso era verdad, pero Bucky no se refería a lo que Steve creía que se refería.

- No puedes tenerlo, ella es libre, no espero tenerla y ni siquiera puedo pensar en que su corazón me pertenece. No quiero que me vea a los ojos y me diga que ya es mía, no la quiero como un objeto al que puedes presumir por poseerlo. - El rubio pareció anonadado, pues paro en seco. - Es obvio que no lo entiendes.

- El tiempo a solas te ha hecho más sabio, tanto que pareces estúpido diciendo cosas que nadie más puede comprender. - Le dijo y el otro rodo los ojos - Me alegro por ti.

- No quiero que me felicites por algo que no entiendes.

- No, no lo hago por eso, solo que me he dado cuenta que has dejado a ése James pícaro para ser un James maduro.

- No creo que haya una gran diferencia. Sin mencionar que ahora soy un inútil.

- Debes dejar de pensar así sobre ti, no hay nada más deprimente que escucharte hablar de esa forma.

Una risa amarga se dejó oír entre las frías calles, provenía de James, quién divertido y desgraciado vaciló antes de responderle a su amigo.

- Me va el humor negro, he proclamado la cocina por las madrugadas como el rincón de los tullidos, ella moría de risa cuando se lo mencioné.

Su compañero también rió, no pudiendo creer que James siguiera siendo tan... Tan él.

- Eres un idiota.

Quizás era cierto, y desde que aquella mujer pelirroja había irrumpido el elevador aquella tarde del brazo de su esposo, ya lo había flechado. Era tonto creer que el sentimiento era mutuo, es decir, Natalia era casada y se le veía cómoda con su esposo, ¿Por qué habría de querer a un hombre como él?.

Todas las noches, cuando todos duermen en el hotel, ellos se veían. Antes creía que era injusto que él durmiera cómodamente cuando sus amigos y compañeros procuraban no morir en batalla, creía que era injusto porque él no podía tener lo mismo que ellos y ellos los lujos que él poseía. Ahora ya no era así. Sus testigos eran las arañas que andan columpiándose por los techos altos y viejos, los cristales empañados de la cocina y la madera incinerada que se quemaba en la chimenea del salón.

Habían compartido momentos gratificantes, se habían desahogado el uno al otro y sabían lo que eran. Sin necesidad de quitarse las pijamas, se desnudaron mutuamente, confiando en la bondad de un extraño que se encontraron por casualidad a la una de la madrugada porque no podía conciliar el sueño.

James jamás creyó sentirse así por una dama, tampoco es como si fuera correcto, pero se sentía bien.

Cuando el soldado iba camino a su habitación, el hombre que aquella tarde llevaba del brazo a Natalia subió con él. Llevaba un sombrero negro, la gabardina perfectamente planchada y los zapatos lustrados. James Barnes no pudo evitar sonreírle.

- Buen día.








Just Be || WinterWidow Donde viven las historias. Descúbrelo ahora