El nacimiento de la tragedia

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Hasta aquí hemos llegado. No quiero transitar más por este camino pedregoso y esclavo, aunque la inercia de mis pasos me obliguen a desplazarme aún estando estático.

Fui engañado por el mismísimo Apolo y su culto, engalonado con dorado atavio y preservado como manantial de agua mineral pura, impoluta y sanadora. Incluso el vacío cae por su propio peso.

La noción del eterno retorno lo altera todo, lo exprime, lo digiere y vomita sin pretensión ninguna. ¿Puede que sea la cuestión esencial humana? Sin duda es la más ejemplificante sobre los numerosos devenires de cada uno de nosotros.

A ti me encomiendo ¡oh señor de los apátridas y extasiados! Tú, que vistes a los desorientados con trágicas representaciones de si mismos; porque para experimentar el gozo hay que saber, primero, reconocer las mieles de la tragedia. ¡Arroja!, Dioniso, ¡a todos estos comediantes a su abismo y libéralos!

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