Más allá del bien y del mal

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"La  madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño"

Resulta pretencioso, e imposible, querer definir mediante un aforismo el trabajo de uno de los grandes pensadores de la historia. ¿Filósofo? No sabría deciros con certeza si Friedrich Nietzsche fue un filósofo. Los grandes filósofos desarrollaron sistemas filosóficos mediante los cuales daban explicación y forma a su visión de la realidad y del ser.

Nietzsche carecía totalmente de sistema alguno. Su virtud se hallaba en el discurso contra-sistémico. Dentro de su obra se lleva a cabo una apología vehemente de una insumisión ideológica de cualquier índole, ante lo establecido, venga de donde venga.

Famosa es la animadversion que muestra hacia el platonismo y su descendencia, el cristianismo. La proposición platónica de que hay un mundo no tangible, donde se encuentran los conceptos puros, las ideas supremas e impolutas, que determinan y definen la imperfección de esos mismos conceptos e ideas en el mundo terrenal a Nietzsche le parece un ultraje. Acabaría denominando en su obra El Anticristo que el cristianismo es platonismo para el pueblo.

"una forma de enemistad mortal, hasta ahora no superada, con la realidad"

Para lo que Platón es ideal y supremo, para Nietzsche es imaginario y mentira. Si Platón venera la lógica socrática, Nietzsche la desprecia y la bautiza como pretenciosa y falsa intelectualidad. El fin de la metafísica empieza con él, diría más tarde Martin Heidegger (el cual fue un gran estudioso de la obra de Friedrich) y con ello el inicio del pensamiento posmoderno que se desarrollaría durante todo el siglo XX.

A fin de cuentas Nietzsche es un rebelde, una oveja descarriada del λóγος -lôgos-, que deconstruye el propio concepto con las herramientas que el mismo le ofrece. No hay verdad última posible, no hay respuesta a lo primigenio; entonces ¿Por qué formulársela siquiera? 

La utópica respuesta a esta pregunta tiene, según Nietzsche, solo un fin: una explicación ética de la cual emana la principal coerción humana. El posicionamiento del individuo más allá del bien y del mal resulta vital, pudiendo conllevar una plena liberación o, siendo caras de la misma moneda, una angustia existencial inagotable.

Al fin y al cabo todo esto no se plantearía si siguiéramos jugando como niños, dentro de nuestro jardín particular, al que podríamos llamar, irónicamente, Edén.

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