Consolación a Helvia

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I. Muchas veces, oh madre excelente, he sentido impulsos para consolarte, y muchas veces también me he contenido. Movíanme varias cosas a atreverme: en primer lugar, me parecía que quedaría libre de todos mis disgustos si lograba, ya que no secar tus lágrimas, contenerlas al menos un instante: además no dudaba que tendría autoridad para despertar tu alma, si sacudía mi letargo; y en último lugar temía que, no venciendo a la fortuna, venciese ella a alguno de los míos. Así es que quería con todas mis fuerzas, poniendo la mano sobre mi herida, arrastrarme hasta la tuya para cerrarla. Pero otras cosas venían a retrasar mi propósito. Sabía que no se deben combatir de frente los dolores en la violencia de su primer arrebato, porque el consuelo solo hubiese conseguido irritarlo y aumentarlo; así como en todas las enfermedades nada hay tan pernicioso como un remedio prematuro. (...)

Así da comienzo la carta escrita por Séneca a su madre Helvia, en un momento trágico en la vida de ambos. El célebre filósofo acababa de ser condenado al exilio por el que fuera alumno y tutelado suyo, Nerón, debido a una ilícita relación entre el hispano y la hermana del emperador. 

Si esto no fuera poco, la muerte prematura de uno de los hijos de Séneca (se dice que murió en manos de Helvia) acabó por destrozar la, ya endeble, salud de la madre del filósofo y de él mismo.

La carta que le escribe a su madre pertenece al antiguo género literario consolatio, que consistía en la redacción de cartas, en forma de ensayo, escritas para consolar a seres queridos. El  caso de Consolación a Helvia resulta paradógico ya que la persona afligida, Helvia, se convierte en consoladora del consolador a su vez.

El texto que nos atañe se puede tratar como una de las obras cumbre de la filosofía estoica. La focalización que hace Lucio Anneo Séneca en el dolor, en la esencia del sufrimiento y en la "apertura" hacia este resulta encomiable. Batalla dialécticamente contra la no-aceptación del devenir, de lo que resulta externo e incontrolable para el sujeto. ¿Por qué se ha de sufrir por designios que están fuera de nuestro alcance?

Séneca no niega la existencia del dolor, si no todo lo contrario. Exalta el sufrimiento como toda carga que debe sopesar cada ser humano durante su limitada existencia, abriéndose en canal hacia él hasta las últimas consecuencias: 

Así, pues, lejos de trabar combate bruscamente con él, quiero ante todo defenderle y alimentarle: despertaré todas sus causas y abriré de nuevo todas las heridas. Dirase: «Extraña manera de consolar, la de recordar las penas olvidadas; colocar el corazón en presencia de todas sus amarguras, cuando apenas puede soportar una sola». Pero reflexiónese qué males bastante peligrosos para aumentar a pesar de los remedios, se curan con los medicamentos contrarios. Voy, pues, a rodear tu dolor de todos sus lutos, de todo su lúgubre aparato; esto no será aplicar calmantes, sino el hierro y el fuego.

¿Quién puede experimentar el gozo si, cuando las circunstancias lo dictan, uno no se recrea en las mieles de la tragedia?

Me resulta increíble la vigencia que sigue poseyendo este texto en pleno siglo XXI. En un mundo en el que la inmediatez, la ausencia del pararse y la psicosis colectiva están a la orden del día, poca cabida queda para pensamientos por el estilo. 

Un mundo donde el verbo estar ha subyugado al verbo ser.



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