Extraños.

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- Joder, Luke. Venga, acompáñame. No lo pasarás tan mal. -me dijo Calum décima vez en una hora.

- Te he dicho que no. -desvié mi mirada de mi trabajo de Ciencias para mirarle amenazadoramente.

- Pero, ¿de qué tienes miedo, joder? Eres un chico guapo. Tienes dieciocho años. ¡Estás en la flor de la vida! -exclamó.

- Pareces mi madre, Hood. -reí.

- Si fuera tu madre te habría mandado a un puto monasterio de monjes por lo que tienes en el ordenador. -rió mientras alzaba sus cejas seguidamente.

Me puse rojo al momento, sabiendo que mi mejor amigo había husmeado en mi portátil.

-Ni una palabra a mi madre. O eres chino muerto, Thomas. -le acusé.

- Sabes que odio que me llames chino, Luke. Pero te lo consentiré si vienes. Por favor. -me puso cara de cachorrito.

- Oh, no. De eso nada. Quita esa cara de perro mojado. La última vez que me la pusistes acabé castigado dos meses. -me negué.

- Teníamos diecisés años. -puso los ojos en blanco.

- Sí, y mi vecina un gato precioso.

Desde aquel día, la señora Walter no me miraba de la misma manera.

- Te prometo que si te incomodas lo más mínimo nos iremos.

Suspiré y le miré.

- ¿Lo prometes?

Me sonrió y asintió.

- Voy a vestirme. -sonreí.

- ¡Lo sabía! Eres enorme, Hemmings -me abrazó y nos caímos de la cama por la impresión-. Voy a avisar a la chiflada.

Y aquí estaba. En un bar. Solo. Sin una maldita idea de dónde estaba mi mejor amigo.

Maldito seas, Calum Hood.

Veía a la gente divertirse. La mayoría de la gente estaba en la pista de baile, pasándoselo bien. Algunos hombres inmaduros intentando seducir a mujeres hermosas, y viceversa.

Mis gustos cambiaron desde la secundaria. Mi primer beso fue con una chica a los diez años y, desde entonces, nunca más besé a una mujer que no fuera mi madre o mi mejor amiga Paula, y solamente en la mejilla. Paula es una chica que conocí mientras hicimos un estudio de intercambio en España. Desde entonces, cada año nos turnamos para vernos. O viene ella a Australia, o voy yo a España. Ella me enseña español y yo le enseño a divertirse. Bueno, Calum le enseña a divertirse.

- Vaya fiesta, madre mía -dijo Paula acercándose a la mesa en la que estaba sentado-. Hey, Lukey.

Me sonrió, la abracé y le besé la mejilla.

- Qué tal, ¿algún chico de tu agrado? -me miró levantando una ceja.

- No, pero tú has encontrado uno. -imité su acción y le sonreí.

Ella frunció el ceño y, en ese momento, Calum se sentó junto a ella.

- Hey, Hemmo. ¿Qué tal? ¿Algún chico con quien fo...?

- ¡Calum! -grité. Rió y pasó un brazo por encima de Paula, mientras que ella se sonrojó.

Paula estaba enamorada de Calum desde la primera vez que hicimos el estudio de intercambio. Era algo notorio. Se veía de lejos. Y, por parte de Calum, parecía que el sentimiento era mutuo.

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