Epílogo

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Comienzo a creer que el supuesto amor que le tenía a Zac era simple dependencia por ese temor a la soledad. Me di cuenta de eso desde que supe que George me gustaba. A partir de ahí, empecé a perder el interés por él. Lo que sentía por George era algo real. Me había enamorado genuinamente de él. Por eso es que luché tanto para ganarme su afecto, hasta que lo conseguí. Ya no me sentía amargado, abrumado o triste como cuando estaba con Zac.

Todo es diferente ahora.

Llevo un mes saliendo con George, y todo ha sido maravilloso. Ya no tenemos que disimular. Su familia ya lo sabe (algunos no lo tomaron bien, obviamente). Y él tenía razón: su madre y hermano lo aceptaron de maravilla. Aunque su padre sigue rotundamente en contra, pero no le tomamos importancia a eso.

A pesar de todo, nuestra relación no es algo que gritemos a los cuatro vientos. Disfrutamos más de nosotros a puerta cerrada.

Anoche nos acostamos juntos, y pasé la noche en su apartamento. Ahora estoy desnudo sobre su cama, viéndolo alistarse para ir a trabajar.

—¿Puedes alimentar a Archie antes de irte? —me pregunta, mientras se pone el cinturón.

—Claro —respondo—. Por cierto, ¿a qué hora volverás hoy? —pregunto, levantándome para comenzar a vestirme.

—A la misma hora, me temo. Si no se presenta algo. ¿Por qué?

—Quería que cenáramos juntos.

—Oye... eso de que vengas todas las noches tan tarde, no me gusta mucho... Temo que algo te llegue a pasar.

—Sé cuidarme solo, George. Prácticamente soy un callejero.

—No puedes, siquiera, ganarme en las fuercitas —se cruza de brazos.

—Eso es diferente, papanatas. Además, ¿qué quieres que haga? Si tanto te molesta, mudémonos juntos —me encojo de hombros, y recojo mi ropa del suelo.

—Mudarnos juntos... —masculla.

—¿Lo estás considerando? —agrando los ojos.

—¿No te gustaría? Es decir... así te ahorrarías la molestia de venir a cada rato. Vivimos lejos del otro, y... este apartamento es grande. Cabe otra persona —sonríe tímidamente.

—¡George, me encantaría! —lo abrazo—. Apuesto a que será genial vivir contigo. Casi como un matrimonio —río—. Aunque creo que me sentiría algo fuera de lugar.

—¿Por qué fuera de lugar?

—Bueno, este es uno de los edificios más costosos de la ciudad. Y yo no soy precisamente un hombre forrado de dinero. Sólo soy un humilde taxista.

—¡Eso no importa! Sigues siendo alguien valioso para mí. Da igual a qué te dediques. Y si la gente dice algo, ignóralos.

Amo lo lindo, romántico y dulce que puede llegar a ser George. Pero eso sólo es a puerta cerrada; en público es más duro que el concreto.

Je t'aime. —Le doy un beso en los labios, y sujeto su trasero, provocando que suelte un quejido—. ¿Te duele? —pregunto de manera burlona.

—Estoy bien, idiota. —Se aparta de mí, y abandona la habitación. Lo sigo, conteniendo la risa—. Nos vemos —me dice—. Adiós, Archie —se despide del perro, quien menea la cola subido en el sofá. Ha crecido bastante desde que lo traje.

George abre la puerta, y me acerco a él, para besarlo, pero aparta mi cara. Me echo a reír.

—¡Nos vemos! ¡Te amo!

—¡Entra, tonto, no traes ropa puesta! —me empuja dentro del apartamento, y cierra la puerta.

—Papá siempre de mal humor, Junior. —Archie ladra. Tomaré ese ladrido con un sí—. ¿Tienes hambre? —me dirijo a la cocina. El perro me sigue. Tomo las croquetas que están sobre el refrigerador, y echo un poco en su tazón. Después voy a la alcoba de George a cambiarme.

Dos enamorados en taxi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora