Cal

4K 456 220
                                    

Soy feliz. George y yo tendremos otra cita el domingo; después nos casaremos y tendremos catorce hijos. Me siento como un niño aguardando a que llegue Navidad.

Acabo de llegar a casa, y por supuesto que Kevin está aquí. Le he contado cada detalle de nuestra última cita.

—Me cuesta creer todo lo que me estás contando, Cal. ¿Ahora resulta que al bruto de George le gustas, y, encima, es un maldito pasivo? —dice.

—¡Es cierto! Fue como un sueño. Le gustaba que lo dominara. ¡Le gusto yo!

—Pues estoy feliz por ti, viejo. ¡Espero que se llegue a dar algo formal entre ustedes! Y así de una vez por todas puedas olvidarte de ese estúpido de Zac, que no hizo más que hacerte daño.

—Gracias, viejo. Por cierto, ¿cómo te la pasas con tu nueva roomie?

—Uff, tu hermana es maravillosa... —sonríe.

—No me gustó nada el tono con el que lo dijiste —frunzo el ceño.

—¡Es un chiste! Ella es genial. Básicamente me ha puesto en cinta todo este tiempo. Por cierto, volviendo a Zac, ¿conservaste el Rolex?

—Ah, sí...

—¡¿Vas a quedártelo?! ¡¿Me lo regalas?! ¡Cal, mi cumpleaños ya viene!

—¡No voy a darte nada, estúpido! Tengo pensado venderlo...

—¡¿Venderlo?! ¡¿Por qué?! ¡Véndemelo a mí! ¡O mejor regálamelo si no lo quieres!

—¡Necesito el dinero para algo importante!

Él gruñe.

—¿Qué es más importante que tu mejor amigo?

***

Le he traido una sorpresa a George. Espero que le guste o me veré en la penosa necesidad de tirarla a la basura.

Abre la puerta de su apartamento. Aún viste su uniforme, y siempre es un agasajo verlo de ese modo.

-¿Cal? —pregunta, elevando una ceja.


—Holi —lo saludo—. Me alegra que le hayas dicho al portero que me dejase entrar de nuevo.

—¿Qué haces aquí? Se supone que nos veríamos hasta el domingo. Ni siquiera me he cambiado...

—Tranquilo, sólo vine para darte un obsequio. Adivina qué es. Lo traigo aquí atrás.

—¿Un obsequio?

—Sí. Adivina.

—No lo sé... ¿Chocolates?

—¿Chocolates? ¿Por quién me tomas? —río.

—¿Eres capaz de desnudarte en público, pero no de obsequiar chocolates?

—Buen punto. Pero no. Es algo mucho más cool.

—¿Flores...?

—No. Te daré una pista: tiene cuatro...

Un pequeño ladrido me interrumpe, y George se queda boquiabierto, al mismo tiempo que un brillo resplandece en sus ojos.

—Se arruinó la sorpresa —digo, y llevo mis manos al frente—. ¡Sorpresa! —le extiendo al animalito, el cual menea la cola con rapidez.

Dos enamorados en taxi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora