George

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Las personas promedio despiertan con el canto de las aves, y los rayos del sol golpeando su rostro; en cambio, yo, amanezco con los gritos de mi padre al teléfono.

Que su muchacho intachable baile desnudo en un bar gay parece ser su límite.

—¡¿En qué estabas pensando, George?! ¡¿Ese tipo de cosas te enseñan en la Policía?! ¡Se supone que debes dar el ejemplo! ¡Esto es una burla! ¡¿Cómo pudiste caer tan bajo?! ¿Eres maricón?

—¡No soy maricón! —repongo, colérico.

—¡¿Entonces?! ¡¿Qué crees que dirán nuestros familiares y conocidos al enterarse?! ¡¿No te da vergüenza?!

—¡Cometí una estupidez, lo sé, pero al menos déjame explicarte!

—Te doy treinta segundos, para darme una explicación lógica y creíble.

Suspiro.

—Verás... Archie falleció, y...

—¡¿Qué tiene que ver tu estúpido perro?! —corta.

—¡Mierda! ¡Te odio! —exclamo, al borde de las lágrimas.

—George, hijo.

—¿Mamá?

—¡Devuélveme ese teléfono! —escucho a papá ordenarle.

—¡Déjame hablar con él! ¡Sólo te la pasas regañándolo! ¡Bruto! —le grita ella.

—¡¿Qué esperas que haga?! ¡¿Que aplauda sus estupideces?!

—¡Cierra ya la boca, Alfred! —le ordena—. George, hijo... ¿qué pasó, cielo? ¿Por qué hiciste eso? ¿Cómo que  tu perro murió? ¿Qué le pasó?

Su tono comprensivo hace que me invada la tristeza.

—Él... se ahogó... con un juguete... —mis ojos brillan—. Me sentí mal por perderlo, así que decidí ir por un trago, pero resultó que en el bar era noche gay o algo así. No sabía nada. Después un tipo se me acercó, para invitarme un trago, y... sospecho que me drogó... No lo sé. Por eso actué como actué. No estaba consciente.

—Ay, hijo... Santo Dios. Adónde te fuiste a meter...

—También me suspendieron temporalmente...

—¡¿Cómo que te suspendieron?! ¡¿Por cuánto tiempo?!

—Un mes.

—Oh, cielo... ¿Necesitas algo? ¿Quieres que te prestemos dinero? Albert podría darte empleo en la mueblería.

—No es necesario, mamá... También puedo buscar un empleo por mi cuenta. No te preocupes.

—¿Estás seguro, hijo?

—Sí... —me llevo una mano al rostro—. Te llamaré después, ¿sí? No me siento muy bien.

—Está bien. Cuídate, hijo. Te amo.

—También te amo. —Le cuelgo.

Dos enamorados en taxi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora