Cal

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Recuerdo lo que solía decirme papá ante situaciones como esta: «Nunca seas el héroe, Calvin. A menos que tengas piel indestructible, quédate a un lado». Pero ¿desde cuándo le he hecho caso a mi padre?

—¡Lleguemos a un acuerdo! ¡Nadie tiene por qué salir herido! —el sargento trata de negociar con los maleantes.

Aprovecho la distracción de éstos, para escabullirme a gatas por el piso, e ir hacia donde están otros rehenes.

—¡Cal! ¡¿Qué crees que haces?! —susurra Ginna.

—¡Tengo un plan para salir de esta, pero necesito ayuda! —susurro también, y continúo.

—¡¿Plan?! ¡No juegues a ser el héroe! ¡Es peligroso! ¡Regresa!

La ignoro, y me oculto tras un estante en donde se ocultan dos hombres negros. Al igual que el resto, están cagados del miedo.

—Hola, mucho gusto —los saludo—. Mi nombre es Cal —extiendo la mano a uno de ellos.

—Mike —me la estrecha el más robusto.

—John —el otro me la estrecha también.

—Qué locura, ¿no? —comento—. Soy taxista. Únicamente vine a ayudar a una clienta con sus compras, y terminé como rehén en un asalto. Los caminos de la vida...

—Yo vine a este maldito lugar sólo porque a mi mujer se le antojó comer unos malditos hongos... Ni siquiera recuerdo cuáles —menciona Mike, irritado.

—Yo vine por un insignificante queso —se lamenta John.

—¿De dónde son? —pregunto.

—Harlem —contestan al unísono.

—¿En serio? La última vez que estuve allí, me robaron las llantas del taxi —comento.

—Tienes suerte de que sólo se llevaron eso.

—Y ¿tú, de dónde eres? —me pregunta John.

—Brooklyn —respondo a la ligera—. Oigan, tengo un plan para salir de esta, pero necesito su ayuda —les hablo con seriedad.

—¿Plan? ¿Qué se supone que tienes en mente? —Mike arquea una ceja.

—Somos tres, ¿correcto? Ellos también lo son. Sólo es cosa de irles encima, mientras están distraídos, e intentar quitarles las armas. ¡Fácil!

—Es el plan más estúpido que he oído. ¿Nos viste cara de suicidas? Tengo esposa e hijos en quienes pensar —replica Mike.

—¡Vamos, viejo! —animo—. Mira, ese, el que parece ser el líder, está distraído, hablando con el sargento —señalo—. Aquel de allá sólo está parado en un rincón, sin hacer nada —señalo al segundo—. Y aquel pequeño se nota inseguro sobre el robo —señalo al último—. Sorprendo al líder, mientras está distraído; hago que suelte a la cajera, y le quito el arma. Mike, tú vas por aquel del rincón, lo tacleas, y luego le quitas el arma. Con tu peso será más sencillo.

—¿Me estás llamando gordo? —pregunta, ofendido.

—Tú, John, vas por el pequeño, lo sorprendes por detrás, y le quitas el arma también.

—¿Cuándo acepté esta locura?

—¿Por qué John va por el más fácil? —interviene Mike.

—Porque no tengo el peso suficiente para taclear al del rincón como tú —le responde John, de manera burlona.

—Quiero cambiar con él —dice.

—Bien —pongo los ojos en blanco—. John, tú al del rincón.

—¡Ni lo creas! —protesta—. ¡Yo me quedo con el pequeño!

Dos enamorados en taxi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora