Y si algún día te acuerdas de mí...

La luna quiso encontrarnos desnudos

Dieron las diez o las once o las doce,
no lo sé.
Volvimos al mismo lugar de siempre,
al mismo bar conocido,
de nombre provinciano, de historia,
con más historia que la nuestra.

En el escenario unos amigos,
nosotros en primera fila.
Éramos extraños entre extraños,
fuimos por un poco de música
y encontramos mucho más que eso. 

Entre gritos,
cánticos y alcohol
mencionaste mi descuido,
una apariencia
nada parecida a mis buenos años.
Sonreí, distante, dismulando la pena en silencio.

Cuando quise volver a robarte palabras,
tus ojos descansaban en el chico del escenario.
Ambos cruzaban miradas,
yo los miraba a los dos.

Bebí entonces un sorbo de mis celos.
Callé y canté,
quise dedicarte una canción después
y no resultó.
Quise robar tu atención también,
y fallé.
Fui el niño que quisiste alguna vez,
y no sirvió.

Reías,
disfrutabas verme así,
peleando por ti,
luchando una batalla perdida,
sin inicios ni finales.
No habían espadas
ni serpientes
ni legiones
solo tus manos rozando otras mejillas.

Salimos del bar,
tarde, muy tarde.
Vencido te llevé de la mano.
La noche duró lo que dura un beso tuyo.

El alcohol guió nuestros pasos,
llevábamos 2 o 3 copas encima.
Me reclamaste en pleno viaje
todo el tiempo contigo y sin ti,
y antes de terminar
tu respiración estaba sobre la mía.

El beso no tardó en llegar
intenso cual adolescentes.

No llegamos a tu cuarto,
quedamos atrapados en el estacionamiento.
Un silencio sugerido.
Tú y yo escondidos en el rincón.

Me paseé bajo tu ropa,
recorrí tu cuerpo y tu cuerpo recorrió el mío.
Bajé las persianas de tu cintura.

Mis dedos en tu espalda,
tus manos jugando conmigo.
Acaricié tus lugares escondidos.
Volteaste callada y entré en tu mundo ajeno,
ajeno pero todavía mío.

Aquello tuvo la despedida
de nuestros mejores años,
sin prólogos
ni tiempos
ni espacios;
no hubo luna en el cielo esa noche
solo los lunares de tu pecho
latiendo por mí.