04-11-2016

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   ¿Alguna vez has tenido la sensación de no estar realmente vivo? De no estar presente, ya sabes, moverte por inercia y hacer determinadas cosas de forma mecánica, sin prestar atención. Y, cuando tratas de conectar con la realidad, sientes que te mareas y todo el mundo a tu alrededor no para de dar vueltas. Ya, no es una experiencia muy agradable, pero creo que es algo que a todos, al menos por una vez, nos ha ocurrido. 

   Caminaba con prisas porque eran más de las cinco y cuarto de la tarde y aún no había llegado al centro comercial. A pesar del accidente del día anterior, nuestro coche funcionaba perfectamente y estaba apto para conducir, a pesar de que el parachoques estaba algo desencajado, al igual que la puerta del maletero. Entonces, te preguntarás: ¿Si el coche está en buen estado, por qué vas andando? Bien, aunque no haya sido mi culpa, me veo perjudicado por los errores de cálculo de Zed a la hora de dejar una distancia de seguridad con respecto al coche que iba frente a nosotros. A mi hermano lo han castigado y, hasta nuevo aviso, tiene totalmente prohibido hacer uso de cualquier vehículo; es más, nuestros padres le han arrebatado el carnet de conducir. 

   Yo, que contaba felizmente con que el bueno de mi hermano haría de chófer para mí, me he llevado un chasco tremendo cuando Zed me contó lo que había sucedido, justo cuando quedaban cuarenta y cinco minutos para la hora a la que Blair me comunicó que debía estar esperando a Marta en su local favorito. No estaba a más de media hora a pie, pero sumado a que aquella tarde llovía, se me dificultó la tarea. Eran casi las y media cuando frené por fin frente a las puertas del café. Estaba calado hasta los huesos del frío espantoso que hacía, normal, ya estamos en la época del año donde nos preparábamos para las nevadas de invierno. El tiempo de transición tras el cálido verano. 

   "Llegas tarde" me regañó Blair, envuelta en un abrigo demasiado oscuro como para ser suyo, parada bajo el toldo de la pequeña terraza. 

   "Mi hermano es el culpable, no me avisó de que..." fui interrumpido por el sonido de unas suaves campanillas. Alguien había abierto la puerta del café y salía a la calle. Instintivamente, miré tras de mí por si se trataba de Marta, que se acercaba, consciente a pesar de ello de que el sonido provenía del interior del café.  

   "Por fin llegas." Para mi tranquilidad, era Kendal. "Debería darte vergüenza, venimos aquí para apoyarte, cuando podría estar perfectamente en mi cama bajo las sábanas mirando a la nada, y eres el último en aparecer. No me importa la excusa que tengas, tú solo haz el favor de entrar. Te cogimos una mesa bastante visible, que no se note que esperabas encontrarte con alguien".

   "¿Lleváis mucho tiempo aquí?" abrí la puerta, recibiendo una oleada de aroma a café y pan recién hecho. Me venía bien para calentarme un poco. Y no lo digo en el mal sentido, diario. 

   Blair y mi amigo me condujeron hasta una mesa, justo en el centro del café, donde había dos tazas de chocolate caliente vacías y un sándwich partido por la mitad a medio acabar. Ambos retiraron sus cosas y Kendal fue a depositarlas en una mesa mucho más alejada, tras un biombo con macetas, desde donde imagino que ya habían comprobado que podrían vigilarme como los grandes cotillas que son. Les estoy profundamente agradecido por no dejarme a solas con Marta, por lo menos, no totalmente.

   "Hicimos tiempo tomando algo para entrar en calor" dio un último sorbo a su taza de chocolate caliente y me indicó que me sentara en la mesa. "Bueno, estuve hablando con Lauren y me comentó lo ilusionada que está con el partido amistoso que jugarán entre los propios miembros del equipo, a modo de entrenamiento. Eso quiere decir que ya abandonó a Marta y, por consiguiente, ella está en camino. ¿Estás listo?" esperó mi respuesta pacientemente, con esa sonrisa suya tan característica que consigue contagiar a cualquiera su entusiasmo.

Diario de un pervertidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora