Primer capítulo: Masacre

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—¡Chicos, la comida ya está preparada! —gritó Isela desde el piso de abajo.

—Vamos, Taden, a comer —repitió Grisam a su hijo, cogiéndole en brazos y dejando los muñecos a un lado. Hacía poco que la criatura había cumplido los seis años y ya se estaba convirtiendo en un orgullo para su padre, del que había heredado sus ojos verdes y su alisado cabello negro.

—¿Qué hay de comer?

—No lo sé.

—¿Hoy vendrá mamá?

     La mirada de Grisam se ensombreció, pero forzó la sonrisa.

—Hoy también está ayudando a otros niños.

—Jo... lleva mucho tiempo fuera, la echo de menos.

—Y yo, Taden, pero hay niños que no tienen nada para comer y mamá tiene que ayudarles, pero hablé con ella telepáticamente y me dijo que pronto volvería —mintió descaradamente—. ¡Venga, a comer!

     Grisam dejó a su hijo en el suelo y este se adelantó a la cocina alegre por esa absurda mentira que solo se creería un niño, él le siguió con paso lento y apesadumbrado.

     No sabía cómo decirle a su hijo que la mujer a la que más amaba era una fugitiva, una hechicera de sangre que había huido del país para que sus compatriotas no la asesinasen por traición de la forma más cruel y humillante posible.
  
     ¿Cómo se le decía a un niño que probablemente no fuese a volver a ver a su madre nunca más porque todos querrían matarla si llegaba a asomar la cabeza? La última vez que la vio estaba buscando algún hechizo que le permitiese traspasar sus poderes y conocimientos a otra persona y así poder volver a su hogar, pero sus esperanzas iban menguando con el tiempo. Era bien sabido que un hechicero de sangre podía cambiar su aspecto físico, pero jamás podría disimular su color de ojos ni el de su cabello rojos como la magia que utilizaban, justamente lo que identificaba a un hechicero de sangre.

     Grisam bajó al comedor en donde le esperaba su cuñada sentada en un lado de la mesa, con tres platos de filete de res y puré de patata.

     Una vez llegó, todos se pusieron a comer, momento que no duró demasiado. Solían acabar rápido y en silencio y tras eso Taden solía salir a buscar a su mejor amigo que vivía en el otro lado de la calle, cosa que se repitió en esa ocasión.

—¡Voy a jugar con Jhin!

—Está bien, pásatelo bien —le desearon Grisam e Isela al mismo tiempo.

     El chico respondió con un emocionado "sí" y salió por la puerta principal, cerrando tras de sí. Fue entonces que la mujer comenzó a fregar la losa y Grisam a limpiar la mesa.

     Él estaba triste como de costumbre, pero Isela mantuvo una expresión distinta, aguantándose las ganas de hablar hasta que la tensión se hizo demasiado fuerte para ella.

—Hoy mientras dormías encontré una daga ensangrentada en uno de tus cajones —le informó Isela mientras colocaba los platos en su armario.

—¿Quién te ha dado permiso para rebuscar entre mis cosas? ¿Se te ha olvidado que esta NO es tu casa? —inquirió Grisam con palabras cargadas de hostilidad.

—¿Y a ti se te ha olvidado lo que los cabello escarlata han hecho por ti? ¿Por qué sigues con todo esto? ¿Disfrutas siendo un asesino?

—No, lo hago porque soy un militar y es mi deber hacer esto. Si no lo hiciese vendrían a por nosotros por traición —espetó—. Mataré a quien haga falta para que Taden esté a salvo por más que hayan hecho por mi en el pasado.

—Todo esto es una locura, ¿no lo ves?

—Si tan loco te parece, vete con tu hermana y déjanos en paz. —La mujer suspiró con su comentario mordaz y se quedó mirando su propio reflejo en el fondo de uno de los vasos que había limpiado.

Cazador de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora