Quinto capítulo: Tráfico Ilegal

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     Grisam despertó al día siguiente bastante temprano en aquella cama dura como una tabla de madera y fría como un témpano de hielo.

     La noche había sido cruel con él y a cada rato se había levantado o bien a causa del sonido de los truenos muy similares al de los potentes cañonazos de las fronteras, o por el dolor de espalda que le causaba aquel colchón almidonado o bien por el frío húmedo ligado a las lluvias que había empañado tanto el cristal de su ventana como sus huesos doloridos.

     Aún se sentía cansado por los sucesos del día anterior y no tenía que ser un genio para descifrar que aquel cansancio era un claro síntoma de que no había reposado lo suficiente. De todas formas no tenía intención de seguir intentando descansar pues probablemente obtuviese el mismo resultado, así que se frotó los ojos, se quitó las legañas con el dedo pulgar, luego se colocó las viejas y desgastadas botas embarradas que había tenido incluso desde antes del nacimiento de su hijo y que siempre había llevado cada vez que salía a patrullar en la época del monzón y abrió la puerta a la sala principal.

     Allí se encontró Tryss bebiendo de una taza de cerámica de la que provenía el inconfundible y suave aroma del café, sentada en una esquina de la mesa mientras leía a la luz de una vela. Al percibir a Grisam, colocó la taza sobre el mantel rojo y blanco que habían desplegado sobre la mesa y giró la cabeza en su dirección.

—No esperaba que despertases tan pronto, Umre aún está durmiendo —saludó la nigromante.

—Soy muy madrugador —bromeó.

—Imagino que ya te habrás leído y aprendido algunos hechizos de tu librería.

     Grisam fue sincero.

—Los leí, pero no me enteré de nada.    

—Eso también lo imaginaba. ¿Recuerdas por lo menos como era el nombre de los hechizos que estabas estudiando? —preguntó con cierto aire a profesora preocupada por un alumno vago mientras untaba con margarina un trozo de pan tostado con un cuchillo demasiado afilado para la tarea.

—Uno era dedos de cera...

—De vela —le corrigió.

—Y el otro que ojeé fue descarga.

    Tryss se llevó la mano al mentón y levantó la cabeza con aura pensativa.

—Mmmm... interesante.

—¿El qué? ¿Qué es interesante?

     La nigromante volvió a mirar al pupilo y sonrió.

—Que de todos los hechizos que podías ojear, fuiste a parar a los más inútiles. Eres un alumno pésimo por excelencia.

—No los iba a aprender de todas formas.

—No importa, ¿sabes que la magia de sangre y la nigromántica son extremadamente compatibles? Un nigromante puede aprender hechizos de sangre y un hechicero de sangre puede aprender hechizos de nigromante, ¿curioso, verdad?

—No, no lo sabía.

     Tryss sonrió y limpió el puntiagudo cuchillo de sierra con un trapo simple hasta que no quedó ningún resquicio de grasa, después lo presionó contra su piel y lo utilizó para desgarrarse la vena de la muñeca bajo la atenta e impasible mirada del antiguo capitán.

     La sangre comenzó a brotar a raudales de la herida abierta y comenzó a manchar la mesa sobre la que comía, empapando el pan rápidamente hasta teñirlo de rojo y salpicando la taza de café.

—Sé algunos hechizos de sangre útiles, como por ejemplo "transfusión del tutor". Bebe mi sangre y comprobarás sus efectos, ¡rápido, no quiero desangrarme! —La nigromante levantó la muñeca delante de la cara de Grisam y la zarandeó ligeramente, lanzando gotas hacia los lados.

Cazador de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora