Décimo cuarto capítulo: Un grupo pintoresco

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     Cuando Grisam regresó a la hacienda de los Risse se puso inmediatamente a trabajar con Clyo. ¿Cómo se preparaba una mansión en ruinas para combatir a un ejército de criaturas casi indestructibles y su ejército de fieles? No tenía ni idea, solo sabía como combatir contra humanos... que por otro lado se le daba muy bien.

     Ambos comenzaron a preparar barreras y a tapiar las distintas entradas de la casa con todos los muebles de la mansión descuartizados para aprovechar el espacio en pos de apilar la mayor cantidad de peso posible detrás de las posibles entradas secundarias al hogar.

     Cuando el anochecer llegó, el enorme caserón había dejado de estar lleno de lujos propios de un monarca a transformarse en un lugar peor que un albergue para vagabundos en una zona marginal de la capital de Harkenia: el salón que conectaba con la entrada tenía todas las ventanas tapiadas por tablones de madera sacados de muebles y sillones y todas las entradas que no fuesen la principal habían sido tapadas por murallas de estatuas, madera y escombros del segundo piso. Barriles de aceite listo para explotar estaba acumulados a ambos lados de la entrada cubiertos por alfombras arrancadas del suelo por si los invasores lograban entrar en el hogar hacerlos explotar junto con toda la fachada. Incluso las camas y los colchones habían sido utilizados para bloquear cualquier posible entrada que no fuese la principal, únicamente habían dejado un colchón tirado en una esquina del desvalijado salón para poder dormir y descansar.

—Ah... ah... —jadeó Clyo, tras lo cual dejó caer el culo sobre las escaleras que daban al segundo piso—. Menudo día, ¿eh?

     Como bien dijo el hijo del duque, el día ya casi había muerto. Solo quedaban los remanentes del sol ocultándose tras un horizonte sembrado de árboles.

     Grisam se quedó de pie con los brazos cruzados sobre el pecho mientras echaba una ojeada sobre la sala, que en esos momentos se asemejaba más a un vertedero.

—Bastante buen día, sí, aunque aún queda mucho por hacer. De nada servirá que tapiemos todas las entradas si el enemigo llega a tropel hasta aquí. Tendremos que preparar trampas, muchos más explosivos y agujeros en la tierra que dificulten aunque sea un poco su avance alrededor del caserón.

—Sabes bastante sobre batallas de este estilo, ¿no?

—Es solo sentido común, no creo que detengamos a los lanchis con un poco de pólvora y agujeros.

     Ambos intercambiaron una mirada y rieron a la par sin saber exactamente por qué. Quizás por el cansancio, quizás porque aquel trabajo duro había logrado que se olvidasen de sus problemas. Los dos estuvieron felices con risa tonta durante un rato hasta que finalmente la euforia amenizó, fue en ese momento que Clyo ladeó la cabeza en dirección a su pareja.

—Oye —lo llamó Clyo de repente—, no te lo he dicho aún, pero quería darte las gracias por todo lo que has hecho por mi... por estar siempre a mi lado. Es un poco duro hacerse a la idea de que toda mi familia me ha abandonado, y aún así tú permaneces aquí.

—Para eso estamos las novias, ¿no? Para proteger una casa en ruinas de un ejército de criaturas repugnantes y sus fanáticos —bromeó Grisam, lográndole otra sonrisa al joven.

—Me encanta tu sentido del humor, pero hablo en serio; gracias.

—No hay por qué darlas. Por cierto, ¿te duele la pérdida del lanchi? A fin de cuentas, era tu padre.

—No. Él era mi padre biológico nada más, prefería que me criase con mis padres humanos y solo venía de vez en cuando para comprobar que  todo estuviese bien, no significaba nada para mi ni yo significaba nada para él más que una herramienta para garantizarle a nuestra especie un "futuro". Siento mucha lástima por su muerte, nadie merece que su fin sea tan cruel ni tan lejos del hogar, pero era necesario pues sus maquinaciones nos habrían causado daño a todos.

Cazador de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora