Oh pequeña flor sin olor; te han arrebatado incluso el sobrante de tu color.
No mueres de inmediato. Parece que no sientes dolor.
Pero, ¿que puedo saber yo? ¿que sabrán ellos?
Recuerda que tan solo somos puntos insignificantes en el vasto universo.
Puedes llorar, pequeña flor sin olor. Puedes gritar; hasta quedarte sin voz.
Incluso puedes soñar.
Podrías llegar a las estrellas (si tan solo existieran fuera de tus pétalos) o atravesar los mares (pero te quedarías ciega; pues verías la belleza y el horror del mundo en un parpadeo).
Drogate conmigo, pequeña flor sin color.
Elevate en el vacío y toca sus mejillas (pero te ruego me esperes. Déjame saltar contigo). Ellas son ásperas. Agrias. Dales de tu amor. Ahogalas con tu esencia. Dales tu brillo. Bésalas a media noche. Vuélvete impura a su lado; maldita amante diminuta.
Espera a por el verdugo. El te dará una mente nueva.
¡Oh tallo sin esencia! Te lo he arrebatado todo.
Vuelve conmigo mañana. Te espero en el huerto a primera hora. Como las inmortales amapolas. O siquiera vive un día como las tigridias.
Pero mi querida flor sin nombre (pues ahora eres un puñado de tierra) no descanses por siempre.
Dioses permítanme regarlo una vez más. A este amor descuidado que dejé a su suerte.
¿Te ha lastimado el Sol? Maldigo a ese coloso que prometió cuidarte y darte vida en mi ausencia.
¡Oh amada mía! Permíteme verte una vez más.
Mírate desde el edén; te desvaneces en la fría brisa.
Déjame llevar tus secos pañuelos (antes hermosos pétalos) al altar.
Siempre soñaste con este día. O eso me han dicho tus nudillos, ¡pero lo lograste, amada mía! Estás aquí. Vestida de blanco.
Extraño tus insolitos bailes. Ahora más que nunca
Tan solo espero el cristalizado ataúd no opace tu (ahora falsa) belleza.
Nadie me creyó cuando describí en hojas tu interminable belleza.
Hasta que te ayaron dormida en los hombros del cielo.
Oh flor mía. Te amo; miserable udumbara.
