3. Miradas

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“en tus ojos puedo estar”

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Pise con seguridad el piso del aeropuerto de Buenos Aires, los trabajadores tomaban nuestras maletas y las colocaban en un  carrito de carga mientras yo me estabilizaba, no había sido un buen vuelo, hasta ahora era que había podido calmar las náuseas, y le agradezco a mi madrina que para estas vacaciones haya decidido usar el avión privado, no se que hubiera hecho si hubiera estado rodeada de un montón de personas, ahí sí que hubiera vomitado y sin tener tiempo de llegar al baño. Me aliste detrás de Sharon y Rey para empezar a caminar,  la alcance para hacerlo a su lado, ella hablaba por teléfono sobre unos negocios, supongo, y yo me dedique a admirar las tiendas del lugar, esas que sirven para una comida rápida antes de abordar o te sacan de un apuro. A lo lejos vi a Tino esperándonos, nos saludo con su sonrisa de idiota y lo seguimos para ir a la mansión, el viaje fue tranquilo, ninguna decía algo y no era un problema para mí, menos en estos momentos, de igual manera ya estoy acostumbrada.

Al abrir la puerta de la mansión escuché risas, de un señor para ser específica, me extrañe, en esta casa no se reía y si se hacía, prácticamente era a escondidas, pienso que si lo hace con esa confianza sabrá que no estamos aquí, mas que todo por mi Madrina, además de que se ve bastante cómodo. Me asome a la sala de estar con Sharon detrás de mí, Rey no se apareció. Arquee mis cejas sorprendida, era un hombre mayor como de unos setenta años, muy, pero muy risueño; se me hacía conocido, pero no se donde. Mire a mi Madrina, ella tenía el ceño fruncido, pero no había dicho ninguna palabra así que hable yo.

– ¿Buenas tardes? – pregunté para que notarán nuestra presencia, Luna y Simón lo acompañaban. Esperaba que con ese tono sepa que quiero saber quién es.

Ellos voltearon dejando de reír, los mexicanos nos vieron fríos del nerviosismo, podrían hasta estar sudando, imagino que por el hecho de haberlos encontrados aquí en específico. A pesar de que dejaron las risas escandalosas, el anciano mostró sorpresa sin borrar su sonrisa, de pronto abrió sus brazos soltando una exclamación.

– ¡Ámbar, estás grandisima! –soltó, me conocía y yo no le recordaba, tal vez era uno de los socios de mi madrina, lo había visto en una que otra tantas fiestas de negocios y listo, de ahí venía.

–¿Qué hacés acá, padre? – habló Sharon hostil. Bien, por su tono, aunque haya dicho “padre” , no voy a descartar la idea de haberle visto en un evento social de ese tipo.

El señor se levantó, ahora serio con sus brazos a los lados, alzó un poco su mentón y le respondió.

–¿Qué,  no puedo venir a visitar a mi hija? – preguntó haciéndose el ofendido, pero algo me decía que el era mas listo que Sharon y yo juntas. Definitivamente es el progenitor.

Mi madrina miró detrás de él, todavía se encontraban los mexicanos algo nerviosos, quienes cuando sintieron la mirada penetrante de la rubia salieron apresurados y pidiendo disculpas torpemente. Los tres los observamos irse hasta que ya no se vieron.

– ahora sí, decime para que viniste – el anciano, del cual todavía no se el nombre, se detiene a pensar unos segundos antes de hablar.

–en realidad vengo a hablar con ella– me señala rápido y calmado.

–¿De qué querés hablar con ámbar?– su ceño no se relajo, se frunció más.

El Resbalón De La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora