1. Familia Malfoy

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Una familia que fue “negociante” desde sus raíces, con planes “prometedores”. Pero si hablamos de la verdad, podemos usar otro tipo palabras, como “manipulación”, “soborno”, “arbitrariedad”, etcétera, no era de extrañar que hablaran a sus espaldas, pues muchas de estas cosas se sabían a expensas de quienes se habían opuesto a la tiranía Malfoy hace cientos de años. Algunos magos rumoreaban incluso que estaban implicados en Arreglos oscuros, ya que su procedencia vampírica era popular por aquel que empalaba muggles afuera de su castillo, usándolos de adorno  en su legítima mansión. Esto en resumen, les había dado una fama poderosa, pero inculcar más miedo que respeto tenía por supuesto sus consecuencias, a pesar de que dichos eventos habían sido hace siglos, mucha de la historia no se olvidaba fácilmente, así los Malfoy estuvieran estabilizando su mala imagen de hoy en día.

Este día como cualquier otro en Wiltshire, las acciones de los Malfoy habían ocupado una de las primeras planas del periódico, debido a que habían vendido un terreno de 1500 metros cuadrados, 500 metros menos que su propia mansión, ¿pero por qué lo harían? Y ¿a quién lo venderían? Estas respuestas se colaron tan rápido como salió el artículo.

Los Malfoy estaban quedándose en su mansión nuevamente, ahora que habían terminado una serie de subastas en otra de sus residencias, esperando con ello desacerse de muchos de sus artilugios mágicos, que habían coleccionado desde generaciones atrás, y así evitar los impuestos que el ministerio quería cobrar por una sobre-posesión de artículos mágicos. Pero la cosa no terminaba ahí, pues durante ese tiempo fuera de la mansión, habían sido acusados de poseer artículos ilegales, y ahora también tenían que deshacerse de cualquier evidencia.

Dejando de lado los temas económicos, ellos tenían un varón de educación y porte muy similar al suyo, un Malfoy a escala pequeña que se comportaba y hacía las mismas cosas que un Malfoy de la alta sociedad, pero en diminuto, tan solo imaginarlo aliviaba cualquier tensión. Habiendo heredado la naturaleza de su padre, era un mestizo de vampiro y no poseía su carácter, así que era más apegado a su madre, quien cuidaba de él como su único hijo, más allá de saber que también era su único heredero. El pequeño siempre vestía un traje negro de gala y cuello alto, tenía esos clásicos ojos grises, hundidos, que le daban un aspecto elegante; eran grisáceos y en momentos muy inadvertidos azul, como los de su padre, en ese sentido era una copia más dulce de él. Un anillo de plata con serpientes cruzadas era el único accesorio en su imagen, siendo una reliquia familiar.

Aquel día la familia paseó por Hogsmeade, en busca de encontrar información acerca de un artilugio que nunca habían visto, como ya era costumbre salir por negocios, no era la primera vez que el pequeño iba. Entonces Draco salió antes de la hora que sus padres tenían previsto, esperando en un sofá del recibidor. Su madre se había encargado de enseñarle bien, que mientras estuvieran fuera de casa debía guardar la apariencia y no hablar con ningún extraño, pues habían brujos con intenciones extrañas en todos lados, al menos eso decía Narccisa, quien con todos los problemas que habían tenido sonaba un poco más paranoica de lo normal.

Por otro lado, Draco veía en su padre alguien a quien admirar, pues en muchas ocasiones se había dado cuenta de lo rápido que era resolviendo problemas, y parecía siempre saber la respuesta a todo, además, era alguien que lucía “muy fuerte” para las demás personas y nadie quería meterse con él. Su madre en cambio era para él muy distinta, una mujer con ideales distintivos a los Malfoy, que concentraba más su carácter en la sensibilidad de las acciones y beneficiencia de todos, pues creía que no tener enemigos traería mayor fortuna, aún así, esto no significaba que el bienestar ajeno le importara. Otra cosa que la mujer compartía con los Malfoy, así como su descendencia arraigada a las viejas costumbres, era un cabello totalmente rubio. Y el rasgo íntimo más característico de ella, era sin duda, el amor intenso que reflejaba hacia su familia.

Como el practicante de magia actual que era, Draco apareció rodeado en un intenso fuego de esmeralda crepitante, rodeado de la piedra consumida con la que estaba hecha la chimenea examinó la tienda, asegurándose que había llegado al lugar correcto y no a la chimenea de una abuela en un país diferente, como le había pasado una vez, oh sí, recordaba ese día y cómo regresó, y cómo su madre lloró de preocupación. Callejón Knockturn; Burgin & burkes. El señor que atendía el mostrador era viejo y se veía algo sucio con las ropas tan arrugadas que vestía, con la edad suficiente como para estar muerto, pero claramente no lo estaba, o al menos eso le parecía, esperaba que no. Por un momento se le hizo interesante averiguar más con oclumancia, pero prefirió no arriesgarse, tenía más miedo de lo que sus padres pudieran hacerle tras provocar un problema.

A su tía le parecía hacer falta un tornillo, si es que tenía, pero era innegable su talento excepcional para la magia, especialmente artes oscuras, algo fácilmente imaginable para alguien perspicaz y sombría como ella, y cuando a Draco se le escapó un diminuto interés en las artes oscuras, no se pudo librar de ella, fue así como se convirtió en su aprendiz. Su tía era estricta y seria, pero contaban sus padres que no siempre fue así, mientras Voldemort estaba vivo, sus ojos resplandecían vibrantes, y después, perdió incluso la motivación para moverse, y cuando al fin pudo hacerlo, su hermana tuvo que quitarle su varita para que no se suicidara. Y tras todo este tiempo permaneció, pero sin el brillo y los párpados centelleantes que alguna vez tuvieron sus ojos. Ella le dijo una vez “solo hago esto porque no hay nadie más en la familia que tenga talento para la oclumancia, así que apréndelo bien”, pero Draco solo se asustó y se puso nervioso de pensar que Bellatrix podría esperar algo grandioso de él, sin embargo fue tal y como ella dijo; tenía talento, así que progresó muy rápido.

—No toques nada Draco —ordenó Lucius.

—Sí padre —dijo resignado, resbalando los ojos sobre un extraordinario reloj.

—Señor Malfoy, un placer verlo de vuelta, si me permite, tengo nuevos objeto que podrían interesa-

—Esta vez no vengo a comprar —abrió un cofre de nogal negro que tenía objetos verificados como “dudosos”─. Vengo a dejar esto, su antigüedad vale mucho pero no me es útil, puede venderlos a un excelente precio, respetando por supuesto, nuestro acuerdo —Esto último lo dijo con un tono más serio.

─Pero si son muy valiosos ─observó con un ojo entrecerrado, acercando su vista hasta casi rozar con los objetos su nariz─. ¿Acaso no los venderá personalmente?, estoy seguro que usted tiene clientes que podrían darle un mejor precio por ellos.

─Yo ya no estoy en esos asuntos ─anunció claro y confiado el señor Malfoy, saliendo después de entregar una gran bolsa de galeones, confirmando el “acuerdo mercantil” que tenían, sabiendo que no sería delatado por uno de sus expedidores más confiables.

Encontrándose con la Sra. Malfoy estarían listos para regresar a la kilométrica privacidad de la mansión, cosa que sorprendentemente, Draco esta vez no quería, pidiendo que compraran comida.

Dentro del negocio, que cabe decir era un elegante restaurante en el centro del pueblo, detalló con sus ojos unos ventanales convexos, azulejos de madera, mesas de mármol negro, bancos altos y blancos, y en esa otra mesa, un chico que pasó de soslayo sobre él, agachando de inmediato la cabeza, pero como estaba al frente, no le quedó de otra mas que volver a levantarla y mirarlo, esta vez tímido. De pronto los padres de ambos se levantaron y saludaron emotivamente. “¿Pero quienes son ellos?” pensó el rubio.

─Vamos Harry, dale la mano ─el pelinegro avanzó lento al lugar de su contraparte y extendió su mano rápidamente, casi sin apartarse de su madre y voltéandole a ver de reojo.

Draco, un poco confundido, retomó rápido la situación, en donde viejos amigos de la familia se reencontraban y se alegraban de verlos. Así que suponiendo todo, hizo utilidad de esa mano que se extendía hacia él, y de la apariencia esponjosa e ingenua de su nuevo amigo, procediendo a sonreírse fugazmente.

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