Capítulo 7: Joven Diamante

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El ajetreo de la ciudad Esmeralda era igual de intenso como el calor de sus calles, personas andando sobre camellos, dromedarios y principalmente Gushderes –Criaturas semejante a lagartos de gran tamaño, usados como monturas, de colores grisáceos, ojos semejante al de las culebras pero viendo hacia el frente y escamas lisas y ajustadas; con patas cortas, cabeza ovalada y una larga y gruesa cola–, los cuales eran montados principalmente por soldados y aventureros. Los locales se distinguían, además de su estatura que con suerte superaba el metro y medio, por andar caminando en las calles sin temor a fatigarse por el calor pese a cargar consigo diferentes tipos de armaduras, desde cotas de maya hasta laboriosas armaduras echas de escamas, todas en acero y sus derivados.

Pues mire, ya han traído pieles hace unos días –En uno de los locales, cerca a la plaza principal, un joven hombre que ronda los 20 expresaba su falta de interés hacia el cliente frente a él–, mi inventario está lleno y la demanda de pieles curtidas es muy baja, actualmente lo que se necesita es acero o hierro, laminas o lingotes

No tengo nada más que una buena carga de pieles, ¿No puede aunque sea darme una oferta? –Replicó aquel cliente preocupado, una gota de sudor brotaba desde su frente recorriendo el contorno afilado de su rostro, sin detenerse por algún cabello o pelo caería desde su barbilla hasta en el piso de piedra del local. Aquel hombre de estatura considerable y piel ligeramente tostada por el sol sufría del sofoco del lugar, más que el calor de los hornos del herrero era la mala actitud y su pésima suerte para encontrar un comprador– Necesito el dinero...

La situación es esta, no es que no necesite pieles, con ellas hago cinturones, riendas y sillas para monturas, pero ya estamos en el límite, no puedo comprar más o no tendré espacio en mi almacén para los materiales que están demandando, además ¿Qué más puedo hacer con pieles?¿Abrigos a estas temperaturas tan altas todo el año? Es absurdo, así que te recomiendo tomar tus pieles y probar suerte en otro establecimiento o ir a otro pueblo...

Así Luis salió del lugar, maldiciéndose por fallar por quinta vez en la búsqueda de un comprador. Al parecer un grupo extranjero de cazadores habían traído pieles de jabalí montañés, ya estaba abastecida gran parte de la ciudad y pocos estaban buscando pieles, y cuando se trata de pequeños jabalíes de las llanuras el interés era menos pues había de mejor calidad en otros mercados locales.
Una banca de madera entro a la vista de Luis, en la cual no dudó tomarse un momento para descansar, su mirada perdida entre las separaciones de cada roca tallada que formaba la calle, un ligero soplo caliente removía el sudor de su frente liberándolo y dejándole caer hacia su nariz y de ésta tomaría su curso natural hacia abajo. Las preocupaciones le inundaban cual calor le invadía, un sentido de compañerismo y honor era lo único que lo motivaba, pero fallar a sus camaradas y amigos él lo consideraba como imperdonable.

¿Sucede algo joven Diamante? –Una voz irrumpía el letargo de Luis. Al levantar un poco la mirada, frente a él pudo contemplar a una mujer, de edad algo avanzada, la cual portaba un vestido largo y de color café, algo esponjado en los hombros y con pocos detalles; era alta para ser lugareña pues alcanzaba el metro con sesenta centímetros, sus cabellos grises con un ligero tono castaño delataba su primer color, que enmarcaba un broche de oro con una perla; y su pequeño rostro ligeramente ovalado, cubierto de algunas arrugas y de grandes ojos expresivos apenas abiertos por la edad pero aún así, en esa abertura, se veía un verde intenso como el de una esmeralda. El estrés y la preocupación le había centrado tanto su mente que una simple anciana le desconcertó, así hubiese sido un hombre, un niño o incluso un perro, el resultado sería el mismo, y al no haber una respuesta aquella mujer prosiguió – ¿Por qué ésta cara tan acabada? Puedes hablar con aviam –Expresó la mujer mientras tomaba asiento junto al chico, refiriéndose a sí misma como aviam, es decir abuela según los lugareños.

Vine con un grupo de personas de un pueblo, pero no contemplábamos el aumento del impuesto de admisión así que entramos tres amigos para vender algunas pieles de jabalí y completar la admisión de todos... Pero ya he preguntado a muchos vendedores pero a ninguno le hacen falta pieles –La mujer atenta a sus palabras guardaba silencio mientras secretamente sonreía tenuemente.

Muy bien, joven Diamante, sé donde pueden valuar tus pieles, acompáñame, en esa dirección de allá hay una armería especializada.

Sin vacilar, la anciana desconocida tomo de la muñeca a Luis y lo llevó casi arrastrando hacia la dirección señalada, la fuerza de la mujer era sorprendente pues el agarre que éste hizo sobre el brazo era firme y causaba ligeros calambres, pero como hombre honorable no mostraría ésa debilidad a la mujer y le reconocería apenas pudiera reaccionar. A los pocos momentos se incorporó al paso apresurado de la anciana y logró ver el destino: La armería que había visitado momentos atrás. Instintivamente quiso detenerse pero la fuerza de la mujer era mayor, para nada era una anciana frágil, hasta que fue arrastrado al mostrador. La pequeña campana colgada a un lado repicaba fuertemente con un ding incesante, hasta que el joven tendero salió molesto.

Por el amor al oro quien está jodi.. ¡Aviam! –El semblante cambió totalmente al mirar a la anciana, de una expresión de molestia pasó a una de terror.

Muy bien pequeña larva, éste joven Diamante de aquí nos trae pieles, avalúalasDijo fulminante la mujer

Pero señora –expresó Luis con cierto desánimo– hace poco vine, pero no tienen espacio para más pieles...

Si, aviamDijo con voz temblorosa– ¡Aun tenemos las pieles de jabalí montañés, no podemos recibir más pieles y menos de jabalíes!

¡Bah, Tonterías! Hay un gran encargo por venir, cerré un trato con el Rey Máximo y debemos entregar sillas para monturas pesadas, nos faltarán pieles

¡Pero aviam! No podemos solo...

¡Sí tu no vas a valuar aléjate de aquí, yo haré tu trabajo!

Aquel momento fue incómodo para Luis, quién desconcertado intentaba dar sentido a ésta escena, pero antes de poder descifrar lo sucedido la anciana avanzó tras el mostrador, tomó de las patillas al vendedor y lo sentó violentamente en un banco en un rincón, de la misma forma agresiva le colocó un yelmo mientras sonreía sombríamente la anciana.

Muy bien, podemos continuar –dijo sonriente la mujer–. Si no me he presentado ¿Verdad? El nombre de ésta aviam es Elanne, Elanne Kryan. Y yo soy la legítima dueña y herrera de éste increíble y hermoso establecimiento. ¡Oh si! y ésa larva blindada de allá es mi nieto, no importa su nombre, no merece uno si no está dispuesto a seguir haciendo su trabajo. En fin ¿Pieles de jabalí decías, verdad?

La volátil actitud de Elanne incomodaba un poco a Luis, quien solo limitó a asentir a su pregunta, y sin dejar de hacer contacto visual con ella hurgó en su bolso sacando un trozo de la piel de muestra y se la colocó torpemente en las manos de la dueña, quien instintivamente comenzó a sentirá y verificarla con detenimiento.

Se ve que es reciente, de buena calidad... ¿Cuando me traerás el resto de pieles?

Era tan irreal, no preguntó si tenía más o cuantas más tenía, ella sabía que necesitaría más, las que tuvieran las necesitaba, fue tanta la emoción que salió corriendo del local diciendo De inmediato mientras buscaba a sus compañeros en el punto de reunión establecido tiempo atrás.

[Pausada Indefinidamente]El Réquiem de la Luz: La Alquimia DivinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora