30 de abril de 2016
Las últimas dos semanas, y monedas, habían sido extremadamente tranquilas. La falta de eventos sociales, debido al viaje de negocios de mis padres y suegros, había dejado mi agenda tan libre como podía estarlo. Me había dedicado a la facultad, y aprovechar mi tiempo libre de Diego. Porque no tenía sentido vernos si nadie nos obligaba a hacerlo.
Pero nunca podías aferrarte a algo que no era cierto, porque toda fantasía termina, dejando que te dieras de lleno contra la realidad. ¿Mi patada en el culo a la tierra? Mis padres y suegros habían vuelto hoy por la mañana, y a la noche ya estábamos en un evento.
—Anda a hablarle, Jazmín. Es tu cuñado.
Le sonreí tan falsamente que incluso ella lo notó. Se enderezó, y a pesar de que era unos buenos centímetros más pequeña que yo, me atemorizo. Aquella mirada acobardaba hasta al más valiente. Sobre todo cuando sabías las clases de consecuencias que la desobediencia traía.
—Como no.
Caminé hacia Rodrigo, quien estaba apoyado contra una pared. Miraba a las personas que bailaban, mientras que con una mano se llevaba una copa distraídamente a los labios, y la otra la mantenía en un bolsillo del esmoquin. Imité su posición, viendo a las parejas deslizarse por el suelo con agilidad.
—Parece sincronizado— comentó, más para él que para mí.
Tenía razón. Todos parecían saber los mismos pasos. Pero eso era probablemente porque todos habían acudido al mismo colegio de clase alta, donde había materias extras en las que te enseñaban cosas como aquellas. Yo conocía los pasos de memoria.
—Somos fotocopias— suspiré.
El rubio acastañado me miró sobre su hombro, ofreciéndome la copa media llena. La sujeté y bebí un trago. No mucho más, a pesar de que deseaba tomarme una botella entera.
—Y la tinta nuestros padres.
—No te olvides del colegio— agregué.
Ambos sonreímos con tristeza. Era duro darse cuenta que eras parte de algo tan patético. Pero no era sencillo deshacerse de todo lo que nos habían impuesto. No podíamos simplemente negarnos a aceptar lo que decían y querían.
—Es difícil olvidarse de cualquier cosa.
Recién cuando el comentario salió de sus labios, pareció notar el error. Me miró de reojo, seguramente buscando mi reacción.
—Gracioso. Olvidar parece tu don— fue lo único que dije.
Frunció los labios, respirando hondo. No me iba a arrepentir de haberle dicho eso. No cuando los dos sabíamos que yo tenía razón.
—¿Queres alcohol?— alcé una de mis cejas en su dirección con curiosidad— No voy a poder soportar esta reunión sin alcohol en sangre.
No me esperó. Empezó a caminar, dirigiéndose a un pasillo donde se perdía de vista a la multitud. Dudaba seriamente de que alguien notara nuestra ausencia, sobre todo cuando estaban ocupados presumiendo o haciendo negocios, por lo que no pude evitar seguirlo. Continuó caminando, como si conociera aquel lugar como la palma de su mano. Quizá lo hacía. Era uno de los pocos lugares considerados perfectos para esta clase de reuniones. Pero... yo nunca me había alejado de mis padres como él.
Llegamos a la cocina, y los empleados ajetreados no dijeron nada al vernos allí. Quizá porque creían que los hijos de gente con plata éramos todos iguales, y no valíamos la pena ni para una segunda mirada. O quizá porque lo conocían.
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Ser y Parecer
Short StoryDistinguir el ser y el parecer era fundamental en el mundo. Al menos en mi mundo. No era un lugar que hubiera elegido, sino más bien heredado. No me gustaba. Era desagradable tener que estar constantemente sabiendo leer a las personas; sus palabras...