Capítulo 2

455 37 1
                                    


28 de marzo de 2016

Me apoyé en la pared del pasillo, esperando pacientemente a mi mejor amiga. Seguíamos dos carreras distintas, ella medicina y yo abogacía, pero sabía sus horarios. Y debería de haber salido, como todos y cada uno de sus compañeros, hacía al menos diez minutos. No era algo que me sorprendía, Camila era una de las personas más impuntuales que conocía.

Observé con fijeza la puerta del aula 48, donde ella tenía que estar. Y unos cinco minutos después, salió. Se estaba cerrando uno de los tantos botones de su camisa. Su cabello rubio, normalmente peinado a la perfección, estaba revuelto. Sus mejillas estaban sonrosadas, y sus labios hinchados.

Me dedicó una sonrisa juguetona, dejando ver la picardía en sus ojos mieles.

—¿Tardé mucho?

Se pasó la mano por el pelo, achatándolo para después levantar los brazos. Estaba esperando mi veredicto para poder irnos.

—No— le resté importancia con una mano— La pollera.

La acomodó, y cuando estábamos listas para caminar una chica salió del aula en las mismas condiciones que mi amiga. La examiné con la mirada; era bonita. Pero no del estilo de Camila. Tenía la pinta de ser demasiado inocente. A pesar de tener el cabello pelirrojo oscuro revuelto, y la ropa completamente desacomodada.

Sus ojos marrones fueron brevemente hacia nosotras, lo justo para recibir un guiño por parte de Cami.

—No parece de tu estilo— comenté, mientras nos alejábamos de allí.

Se encogió de hombros, mientras se mordía el labio. Arqueé una de mis cejas, levantando un poco la cabeza para mirarla. Me sacaba unos pocos centímetros, nada demasiado grave.

—¿Tengo un estilo?

—Rapiditas— se rió, negando con la cabeza— Y ella no tiene pinta de ser lesbiana.

—No lo es— se humedeció los labios, con la mirada perdida— Pero lo va a ser.

Rodé los ojos, sabiendo que se lo tomaba como una apuesta o un juego. ¿Contra quién? Contra ella misma. Le gustaban los desafíos. Sobre todo cuando eran chicas que creían ser heterosexuales. Pero nadie duraba mucho frente a mi amiga. Era perseverante.

—No la cagues— recomendé.

—¿Tu "novio"?— cambió de tema, haciendo comillas con los dedos.

La miré de mala gana, justo cuando llegábamos al estacionamiento. Le señalé el lugar en donde había aparcado, para que las dos fuéramos hacia allí. Me miró expectante.

—Volvió Rodrigo.

Abrió y cerró los labios, sin saber que decir.

—¿Y...?

—El muy hijo de puta se hizo el que no se acordaba de mi nombre— gruñí.

Mi amiga bufó, frenando cuando llegamos a mi auto. Saqué las llaves, y apreté el botón para destrabar las puertas. Ella se subió al asiento de copiloto, y yo al volante. Tiré mi mochila a los asientos traseros y me abroché el cinturón.

—¿Y qué gana haciéndose el que no se acuerda?— preguntó confundida— Pasaron solo cinco meses.

Puse la llave en contacto con el auto, y lo arranqué.

—Seis— la corregí— Y supongo que hacerse el que no pasó nada.

No aparté mi mirada de la calle, ni siquiera cuando quería ver su reacción. Camila era la única persona en mi vida que me decía las cosas de frente, y que era tan fiel como se podía serlo. Era la persona que me confortaba o gritaba, pero que siempre estaba.

Ser y ParecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora