Capítulo 5

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8 de abril de 2016

Desde lo ocurrido en el patio de Camila, hice lo imposible para no cruzarme a Rodrigo. Y lo estaba logrando con éxito. Ni siquiera lo había visto durante la fiesta, después de lo que había pasado fuera. Y sí, lo que estaba haciendo era intentar esquivar las consecuencias de mi error, pero prefería seguir haciéndolo. No me sentía capaz de enfrentarlo.

—Estas distraída.

Miré de reojo a Diego, quien conducía con la mirada fija en la calle. Estábamos yendo a su casa, lo cual me tenía preocupada. Había podido esquivar la bala por una semana, pero seguir con las excusas no parecía una buena idea.

—¿Y cuál es el problema?

—Ninguno— se encogió de hombros— Solo decía.

Parecía sincero, y eso me hizo sentirme un poco culpable. Me había hecho muchos favores en este tiempo, incluso excusarme para no ir a su casa en la última semana. Lo había hecho a pesar de la mala relación que teníamos. Así que sí, me sentía culpable por contestarle como una perra.

—Solo...— suspiré— Estoy cansada.

Iba más allá del cansancio por falta de sueño. Me refería a que estaba cansada a ese tipo de vida. A ser el títere de mis padres. A ser la novia de alguien que no me amaba, ni yo amaba. A ser una estudiante aplicada. A fingir ser la perfección que claramente yo no era.

—Te entiendo.

No lo negué, porque si había alguien que podía entender mis palabras en todo ese mundo, claramente era él. Pasábamos por la misma clase de mierda diaria y constante.

No volvimos a hablar. Esas pocas palabras habían sido la conversación más profunda que habíamos tenido en nuestro año y medio de relación. ¿Significaba eso que podíamos tener algo decente por lo que restaba de nuestras vidas juntos? No iba a haber amor, pero quizá...

Diego frenó el auto justo en el garaje de su casa. Nos bajamos del mismo, y acepté su mano mientras nos encaminábamos hacia el comedor.

—Buen día— saludé.

El Señor Mendoza me dirigió un asentimiento de cabeza, mientras que su esposa me dio una sonrisa. Rodrigo ni siquiera se movió, parecía estar demasiado entretenido con su celular como para hacerlo.

Diego me corrió la silla nuevamente, para que me sentara junto a su medio hermano. No me podía quejar frente a toda la familia, así que con una sonrisa forzada me senté. Mi novio dio la vuelta a la mesa y quedó frente a mí.

Los empleados trajeron la comida, y el Señor Mendoza comenzó a hablar de su campaña. Faltaban unos pocos meses para que se volvieran a hacer las elecciones, y nuestras familias estaban centradas en ellas. Diego escuchaba a su padre con interés. Se notaba que le gustaba la política.

Me centré en comer y asentir, fingiendo que escuchaba.

—¿Cómo te fue en la facultad?

Fruncí el ceño en dirección a Rodrigo. ¿Y desde a cuando a él le importaba algo así? Este me dedicó una sonrisa, mientras se llevaba el tenedor a los labios. Noté como todos sus movimientos eran ridículamente calientes. ¿No podía comer sin hacerlo parecer algo sexual?

—Bien.

Se calló, dejándome disfrutar el resto del plato. En cuanto todos terminaron, nos trajeron el postre. Era una ensalada de fruta. Miré involuntariamente al rubio acastañado de reojo, logrando que me guiñara un ojo.

Estaba llevando el tenedor a mis labios por quinta vez, cuando su mano tocó mi muslo. Tenía puesto un short suelto, por lo que mis piernas estaban al aire. Tragué saliva, sintiendo calor nuevamente. No le aparté la mano, no cuando toda la familia lo iba a notar.

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