CANTO III. TELÉMACO VIAJA A PILOS PARA INFORMARSE SOBRE SU PADRE

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Se habían levantado Helios, abandonando el hermosísimo estanque del mar, hacia el broncíneo cielo para alumbrar a los inmortales y a los mortales hombres sobre la Tierra, donadora de vida, cuando Telémaco y los suyos llegaron a Pilos, la bien construida ciudadela de Neleo. Los pilos estaban sacrificando sobre la ribera del mar toros totalmente negros en honor de Poseidón, el de azuloscura cabellera, el que sacude las tierras. Había nueve asientos y en cada uno estaban sentados quinientos hombres y cada grupo hacía ofrenda de nueve toros. Mientras los habitantes comían las entrañas y quemaban los muslos en honor al dios, los itacenses entraban en el puerto, plegaron y ataron las velas de la equilibrada nave, la fondearon y desembarcaron. Entonces descendió Telémaco y Atenea iba delante bajo el aspecto de Méntor. Y a él dirigió sus primeras palabras la diosa de ojos brillantes:

<<Telémaco, ya no has de tener vergüenza, ni un poco siquiera, pues has navegado el mar para inquirir dónde oculta la tierra a tu padre y qué suerte ha corrido.

<<Conque, vamos, marcha directamente a casa de Néstor, domador de caballos, sepamos qué pensamientos guarda en su pecho. Y suplícate para que te diga la verdad, mentira no te dirá, ya que es muy sensato.>>

Y le contestó el discreto Telémaco:

<<Méntor, ¿cómo voy a ir a abrazar sus rodillas? No tengo aún experiencia alguna en discursos convincentes. Y además a un hombre joven le da vergüenza preguntar a uno más viejo.>>

Y Atenea, la de ojos brillantes, se dirigió de nuevo a él:

<<Telémaco, algunas palabras las concebirás en tu propia mente y otras te las infundirá la divinidad. Estoy seguro de que tú has nacido y te has criado conforme a la voluntad de los dioses.>>

Así habló y lo condujo con rapidez. Palas Atenea, y él siguió en pos de la diosa. Llegaron a la asamblea y a los asientos de los hombres de Pilos, donde Néstor estaba con sus hijos, y en torno a ellos los compañeros asaban la carne y preparaban el banquete. Cuando vieron a los forasteros se reunieron todos en grupo, los tomaron de las manos en señal de bienvenida y los invitaron a sentarse. Pisístrato, el hijo de Néstor, fue el primero que se les acercó los tomó a ambos de las manos y los hizo sentarse en torno al banquete sobre blandas pieles de ovejas, en las arenas marinas, junto a su hermano Trasimedes y su padre. Luego les dio parte de las entrañas, les vertió vino en copa de oro y dirigió a Palas Atenea, la hija de Zeus, portador de égida, sus palabras de bienvenida:

<<Forastero, eleva tus súplicas al soberano Poseidón, pues en su honor es el banquete con el que os habéis encontrado al llegar aquí. Luego de que hayas hecho las libaciones y súplicas como está mandado, entrega también a tu compañero de viaje la copa de agradable vino para que haga libación, que también él, creo yo, hace súplicas a los inmortales, pues todos los hombres necesitan a los dioses. Pero es más joven, de mi misma edad, por eso quiero darte a ti primero la copa de oro.>>

Así diciendo, puso en su mano la copa de agradable vino, Atenea dio las gracias al cabal y discreto hombre, porque le había dado a ella primero la copa de oro y luego dirigió una larga plegaria al soberano Poseidón:

<<Escúchame, Poseidón, que conduces tu carro ciñendo la tierra, y no te opongas por rencor a que los que te suplican llevemos a término lo que te pedimos. Concede honor a Néstor, antes que a nadie, y a sus hijos. Concede después a los demás pilos una recompensa en reconocimiento por su espléndida hecatombe, este sacrificio de negros toros. Concede también a Telémaco y a mí que volvamos en veloz y negra nave, tras haber conseguido aquello por lo que hemos venido.>>

Así rogó, cumpliendo el ritual, y entregó a Telémaco la hermosa copa doble. Y el amado hijo de Odiseo elevó su súplica de modo semejante. Cuando hubieron asado la carne de las víctimas, la sacaron del asador, repartieron las porciones y celebraron un magnífico festín. Y una vez satisfecho el deseo de comer y beber, comenzó a hablarles Néstor, el caballero de Gerenia:

La Odisea HomeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora