CANTO VIII

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Odiseo agasajado por los feacios.

   Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, se levantó del lecho la sagrada fuerza de Alcínoo y se levantó Odiseo del linaje de Zeus, el destructor de ciudades. La sagrada fuerza de Alcínoo los conducía al ágora que los feacios tenían construida cerca de las naves. Y cuando llegaron se sentaron en piedras pulimentadas, cerca unos de otros.

Y recorría la ciudad Palas Atenea, que tomó el aspecto del heraldo del prudente Alcínoo,  preparando el regreso a su patria para el valeroso Odiseo.  La diosa se colocaba cerca de cada hombre y le decía su palabra:

<<¡!Vamos, caudillos y señores de los feacios! Id al ágora para que os informéis sobre el forastero que ha llegado recientemente a casa del prudente Alcínoo después de recorrer el ponto, semejante en su cuerpo a los inmortales.>>

Así diciendo movía la fuerza y el ánimo de cada uno. Bien pronto el ágora y los asientos se llenaron de hombres que se iban congregando y muchos se admiraron al ver al prudente hijo de Laertes; que Atenea derramaba una gracia divina por su cabeza y hombres e hizo que pareciese más alto y más grueso: así sería grato a todos los feacios y temible y venerable, y llevaría a término muchas pruebas,  las que los feacios iban a poner a Odiseo.  Cuando  se habían reunido y estaban ya congregados, habló entre ellos Alcinoo y dijo:

<< Oídme, caudillos y señores de los feacios, para que os diga lo que mi ánimo me ordena dentro del pecho. Este forastero-y no sé quién es- ha llegado errante a mi palacio bien de los hombres de Oriente o de los de Occidente;  nos pide una escolta y suplica que le sea asegurada. Apresuremos nosotros su escolta como otras veces, que nadie llega a mi casa está suspirando mucho tiempo por ella.

<<Vamos, echemos al mar divino una negra nave que navegue por primera vez, y que sean escogidos entre el pueblo cincuenta y dos jóvenes, cuantos son  siempre los mejores. Atad bien  los remos a los bancos y salid. Preparad a continuación un convite al volver a mi palacio, que a todos se lo ofreceré en abundancia. Esto es lo  que ordeno a los jovenes. Y los demás, los reyes que lleváis cetro, venid, a mi hermosa mansión para que honremos en el palacio al forastero. Que nadie se niegue. Y llamad al divino aedo Demódoco, a quien la divinidad ha  otorgado el canto para deleitar siempre que su ánimo lo empuja a cantar.>>


Así habló,  los condujo y los reyes que llevan cetro lo siguieron.  El heraldo Pontón fue a llamar al divino aedo y los cincuenta y dos jóvenes se dirigieron,  como les había ordenado su rey,  a la ribera del estéril ponto.  Cuando llegaron a la playa echaron la negra nave al abismo de mar,  pusieron el mástil y ataron los remos con correos,  todo según correspondía.  Izaron las blancas velas,  andarán a la nave en aguas profundas y se pusieron camino para ir a la insignia morada del prudente Alcínoo. Y los pórticos, el recinto de los patios y las habitaciones se llenaron de hombres jóvenes y ancianos que allí se congregaban. Para ellos sacrificó Alcínoo doce ovejas, ocho cerdos de blancos dientes y dos bueyes de flexibles patas. Los desollaron, prepararon e hicieron un agradable banquete.

Y se acercó Pontónoo con el ilustre aedo a quien la musa amó mucho y le había dado lo bueno y lo malo: le privó de los ojos, pero le concedió el dulce canto. El heraldo le puso un sillón de clavos de plata en medio de los comensales, apoyándolo a una elevada columna, colgó de un clavo, sobre su cabeza, la sonora cítara y le indicó cómo podría tomarla con las manos. También le puso al lado un canastillo, una pulimentada mesa y una copa de vino para beber siempre que su ánimo lo deseara.

Todos tomaron los alimentos que tenían delante. Y cuando hubieron sacado el deseo de comida y bebida, la musa alentó al aedo a que celebrase la gloria de los guerreros con un canto cuya fama llegaba entonces al ancho cielo: la disputa de Odiseo y del Pélida Aquiles; como en cierta ocasión discutieron en el suntuoso banquete de los dioses con horribles palabras, mientras Agamenón, el soberano de hombres, se alegraba en su ánimo de que riñeran los mejores de los aqueos, pues así se lo había vaticinado Febo con su oráculo, en la divina Pyto, cuando sobrepasó el umbral de piedra para ir a consultarlo: en aquel momento comenzaría de la tragedia de teucros y dánaos por los designios del gran Zeus.

La Odisea HomeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora