Canto V Odiseo llega a Esqueria de los feacios

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Odiseo llega a Esqueria de los desvíos

En esto, Eos se levantó del lecho, de junto al noble Titano, para llevar la luz a los inmortales y a los mortales. Los dioses se reunieron en asamblea, y entre ellos Zeus, que truena en lo alto del cielo, cuyo poder es el mayor. Y Atenea, les recordaba y relataba las muchas penalidades de Odiseo. Pues se interesaba por este, que se encontraba en el palacio de la ninfa: Calipso y no tiene naves provistas de remos ni compañeros que lo acompañen por el ancho lomo. Y, encima ahora desean Zeus y demás bienaventurados dioses inmortales, que ningún rey portador de cetro sea benévolo ni amable ni bondadoso y no sea cruel y obre injustamente, ya que no se acuerda del divino Odiseo ninguno de los ciudadanos entre los que reinaba y era tierno como un padre. Ahora este se encuentra en una isla soportando fuertes penas en el palacio de la ninfa Calipso y no tiene naves provistas de matar a su querido hijo cuando regrese a casa, pues ha marchado a la sagrada Pilos y a la divina Lacedemonia en busca de noticias de su padre.>>

Y le contestó y dijo Zeus, el que amontona las nubes:

< <Hija mía, ¡Qué palabra ha escapado de tus dientes! ¿pues no concebiste tú misma la idea de que Odiseo se vengara de aquéllos cuando llegara? Tu acompaña a Telémaco diestramente, ya que puedes, para que regrese a su patria sano y salvo, y que los pretendientes regresen en la nave.>>

Y luego se dirigió Hermes, su hijo, y le dijo:

<< Hermes, puesto que tú eres el mensajero en lo demás, ve a comunicar a la ninfa de lindas trenzas nuestra firme decisión la vuelta de Odiseo el sufridor, que regrese sin acompañamiento de dioses ni de hombres mortales. A los veinte días llegara en una balsa de buena trabazón a la fértil requería después de padecer desgracias, a la tierra de los feacios, que son semejantes a los dioses, quienes lo honrarán como a un Dios de todo corazón y lo enviaran a su tierra en una nave dándole bronce, oro en abundancia y ropas, tanto como nunca Odiseo hubiera sacado de Troya si hubiera llegado indemne habiendo obtenido parte del botín. Pues su destino que vea a los suyos, llegue a su casa de alto techo y a su patria.>>

Así dijo, y el mensajero Argifonte no desobedeció. Conque ató, luego a sus hermosas sandalias, divinas, de oro, que suelen llevarlo igual por el mar que por la ilimitada tierra a la par del soplo del viento. Y cogió la varita con la que hechiza los ojos de los hombres que quiere y los despierta cuando duermen. Con esta en las manos echó a volar el poderoso Argifonte y llegado podría cayó desde el éter en el ponto, y se movía sobre el eje semejante a una gaviota que, pescando sobre los terribles senos del estéril ponto, empapa sus alas en el agua del mar. Semejante a esta se dirigía Hermes sobre las numerosas olas.

Pero cuando llegó a la isla lejana salió del ponto color violeta y marchó tierra adentro hasta que llegó a la gran cueva en la que habitaba la ninfa de lindas trenzas. Y la encontró dentro. Un gran fuego ardía en el hogar y un olor de quebradizas cedro y de incienso se extendía al arder a lo largo de la isla. Calipso tejía dentro con lanzadera de oro y cantaba con hermosa voz mientras trabajaba en el telar. En torno a la cueva había nacido un florido bosque de aliados, de chopos negros y olorosos cipreses, donde anidaban las aves de largas alas, los búhos y halcones y las cornejas marinas de afilada lengua que se ocupan de las cosas del mar.

Había cabe a la cóncava cueva una viña tupida que abundaba en uvas, y cuatro fuentes de agua clara que corrían cercanas unas de otras, cada una hacia un lado, y alrededor, suaves y frescos prados de violetas y apios. Incluso un inmortal que allí llegara se admiraría y alegraría en su corazón.


El mensajero Argifonte se detuvo allí a contemplarlo, y, luego que hubo admirado todo en su ánimo, se puso en camino hacia la ancha cueva. Al verlo lo reconoció Calipso, divina entre las diosas, pues los dioses no se desconocen entre sí por más que uno habite lejos. Pero no encontró dentro al magnánimo Odiseo, pues este, sentado en la orilla, lloraba sí por más que uno habite lejos. Pero no encontró dentro al magnánimo Odiseo, pues este, sentado en la orilla, lloraba donde muchas veces, desgarrando su ánimo con lágrimas, gemidos y pesares, solía contemplar el estéril mar. Y Calipso, la divina entre las diosas, preguntó a Hermes haciéndolo sentar en una silla brillante, resplandeciente:

La Odisea HomeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora