Cliché

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Hasta el último momento ella había besado los labios de Krista

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Hasta el último momento ella había besado los labios de Krista. En su despedida en el estacionamiento, montada en su motocicleta antes de partir la rubia se había acercado a ella, subido su casco, buscado su boca y besado. Por su parte, siendo igual de osada, ella había devuelto aquel beso. Apasionado acto tan mal escondido de quien fuera que estuviera por allí, que le sorprendió.

Aunque probablemente dicho testigo de la romántica escena discriminaría con sus ojos a una mujer besando a un hombre, como siempre pasaba ella seria confundida con un chico, un libidinoso joven que besaba a su novia antes de decir adiós. Cual conveniente era eso ahora para la seguridad de Krista. Probablemente por eso la rubia se había tomado la libertad de hacerlo, de disfrutar del placer de la pecadora aventura que las dos compartían hasta el último vestigio de la misma. No por penuria, no por tristeza, no por el dolor de la despedida, no porque todo iba a acabar al partir y Reiss la extrañaría.

Esa mañana, luego de que amaneciera y Frieda por fin abandonara la casa mientras ella seguía escondía en el cuarto de la rubia, pasaron a la ducha, disfrutaron de estar en ese estrecho lugar metidas tanto como pudieron, del agua tibia bañando sus cuerpos mientras sus almas seguían amándose insaciablemente con caricias, de utilizar el jacuzzi para experimentar otras posiciones, de jugar como amantes, de admirar sus cuerpos desnudos mutuamente y no cansarse nunca de la compañía.

Luego, Krista se había decidido por cocinar el desayuno, y encorvada desde su alta estatura ella había abrazado a Reiss por detrás en la cocina, besado tiernamente sobre su oreja, sobre un lado de su cara, sobre su cuello. Del mismo modo junto con su ayuda la rubia había servido la comida en la mesa: rodajas de pan tan tostadas, negras y duras que a ella le tomo un tiempo reconocer de que se trataba. Huevos revueltos sin sal y con algunas partes de cascaras coladas en su contenido. Salchichas crudas y sin aderezo. Lo mejor de todo había sido el jugo de naranja que lleno su baso y bajo por su garganta, refrescante y con la medida exacta entre ácido y alcalino, solo que era de pote, así que lo único que había que hacer era sacarlo de la nevera y servirlo.

Sin embargo, ella se había comido todo lo que la rubia había preparado sin queja alguna. Quizás bromeando un poco al respecto. Adorando los pucheros de Krista en el proceso, su sonrisa, sus hermosos ojos, la forma en que miraba todo a su alrededor, como la miraba a ella, sus gestos, la manera en la que se expresaba, todo lo que esa preciosa mujer era con solo existir. La gracia de su presencia, lo maravilloso de tenerla solo para ella en ese momento sobre lo efímero del tiempo. Después, Reiss había ido al cuarto para cambiarse y finalmente acompañarla al estacionamiento, pero ella no había aguantado la espera y se había escabullido nuevamente a la habitación de Krista para amarla uno vez más.

Cada segundo que pasaban separadas era una tortura, una distancia que solo servía para hacer feliz a la desdicha, un lamento del cual cuyo remedio solo era el volver a estar juntas. Consuelo que ahora ella no podía disfrutar, ahora lejos de la casa de Reiss yendo por la carretera camino a la suya propia y sin la oportunidad de volver a estar con la rubia de la forma en ella que quería. Es como eran las cosas, tan penoso que le hacía doler el pecho. Demasiado apocalíptico para no ser llamado fin de mundo. Un vaso de agua donde hasta el más experto de los marineros se ahogaría. Porque cuando te has acostumbrado a amar y ser amado por una Diosa, parece que el vivir solo tiene sentido si estas junto a ella.

El Titán y la ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora