CAPITULO XLIII

1.2K 57 1
                                    

Elizabeth divisó los bosques de Pemberley con cierta turbación, y cuando por fin llegaron a la puerta, su corazón latía fuertemente. La finca era enorme y comprendía una gran variedad de tierras. Entraron por uno de los puntos más bajos y pasearon largamente a través de un hermoso bosque que se extendía a través de su amplia superficie.

La mente de Elizabeth estaba demasiado ocupada para poder conversar, pero observaba y admiraba todos los parajes notables y todas las vistas. Durante media hora subieron una cuesta que les condujo a una loma considerable en donde el bosque se interrumpí y donde se veía enseguida la casa de Pemberley, situada al otro lado del valle por el cual se deslizaba un camino algo abrupto. Era un edificio de piedra, amplio y hermoso, bien emplazado con un altozano que destacaba delante de una cadena de elevadas colinas cubiertas de bosque, y tenía enfrente un arroyo bastante caudaloso que corría pada vez más potente, completamente natural y salvaje. Sus orillas no eran irregulares ni estaban falsamente adornadas con obras de jardinería. Elizabeth se quedó maravillada. Jamás había visto lugar más favorecido por la naturaleza donde la belleza natural estuviera menos deteriorada por el mal gusto. Todos estaban llenos de admiración y Elizabeth comprendió entonces lo que podría significar ser señora de Pemberley.

Bajaron la colina, cruzaron un puente y siguieron hasta la puerta. Mientras examinaban el aspecto de la casa de cerca, Elizabeth temió encontrarse con el dueño. ¿Y si la camarera se hubiese equivocado? Después de pedir permiso para ver la mansión, les introdujeron en el vestíbulo. Mientras esperaban al ama de llaves, Elizabeth tuvo tiempo para maravillarse de encontrarse en semejante lugar.

El ama de laves era una mujer de edad, de aspecto respetable, mucho menos estirada y mucho más cortés de lo que Elizabeth había imaginado. Los llevó al comedor. Era una pieza de buenas proporciones y elegantemente amueblada. Elizabeth la miró ligeramente y se dirigió a una de las ventanas para contemplar la vista. La colina coronada de bosque por la que habían descendido, la distancia resultaba más abrupta y más hermosa. Toda la disposición del terreno era buena; miró con delicia aquel paisaje: el arroyo, los árboles de las orillas y la curva del valle hasta donde alcanzaba la vista. Al pasar a otras habitaciones el paisaje aparecía en ángulos distintos, pero desde todas las ventanas se divisaban panoramas magníficos. Las piezas eran altas y bellas, y su mobiliario estaba en armonía con la fortuna de su propietario. Elizabeth notó; admirando el gusto de éste, que no había nada llamativo ni cursi y que había allí menos pompa pero más elegancia que en Rosings.

"¡Y pensar- se decía- que habría podido ser dueña de todo esto! ¡Éstas habitaciones podrían ser ahora las mías!¡En lugar de visitarlas como forastera, podría disfrutarlas y recibir en ellas las visitas de mis tíos! Pero no- repuso recobrándose-, no habría sido posible, hubiese tenido que renunciar a mis tíos; no se me hubiese permitido invitarlos".

Esto la reanimó y la salvó de algo parecido al arrepentimiento.

Quería averiguar por el ama de llaves si su amo estaba de veras ausente; pero le faltaba valor. Por fin fue su tío quién hizo la pregunta y Elizabeth se volvió asustada cuando la señora Reynolds dijo que sí, añadiendo:

-Pero le esperamos mañana. Va a venir con muchos amigos.

Elizabeth se alegró de que si viaje no se hubiera aplazado un día por cualquier circunstancia.

Su tía la llamó para que viese un cuadro. Elizabeth se acercó y vio un retrato de Wickham encima de la repisa de la chimenea entre otras miniaturas. Su tía le preguntó sonriente qué le parecía. El ama de llaves vino a decirles que aquél era un joven hijo del último administrador de su señor, educado por éste a expensas suyas.

-Ahora ha entrado en el ejército- añadió- , pero creo que es una bala perdida.

La señora Gardiner miró a su sobrina con una sonrisa, pero Elizabeth se quedó muy seria.

Orgullo y Prejuicio Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora