El día en que la señora Bennet se separó de sus dos mejores hijas fue, de una gran bienaventuranza para todos sus sentimientos maternales. Puede suponerse con qué delicioso orgullo visitó después a la señora Bingley y habló de la señora Darcy. Querría poder decir, en atención a su familia, que el cumplimiento de sus más vivos anhelos al ver casadas a tantas de sus hijas, surtió el feliz efecto de convertirla en una mujer sensata, amable y juiciosa para toda su vida, pero quizá fuese una suerte para su marido (que no habría podido gozar de la dicha del hogar) que siguiese ocasionalmente nerviosa e invariablemente mentecata.
El señor Bennet echó mucho de menso a su querida Elizabeth; su afecto por ella lo sacó de casa con una frecuencia que no habría logrado ninguna otra cosa. Le deleitaba ir a Pemberley, especialmente cuando menos lo esperaban.
Bingley y Jane solo estuvieron un año en Netherfield. La proximidad de su madre y de los parientes de Meryton no era deseable ni aun contando con el fácil carácter de Bingley y el cariñoso corazón de Jane. Entonces se realizó el sueño dorado de las hermanas de Bingley, éste compró una posesión en un condado cercano a Derbyshire, y Jane y Elizabeth, para colmo de su felicidad, no estuvieron más que a treinta millas de distancia.
Catherine, solo por su interés material, se pasaba la mayor parte del tiempo con sus dos hermanas mayores; y frecuentando una sociedad tan superior a la que siempre había conocido, progresó notablemente. Su temperamento no era tan indomable como el de Lydia. Y lejos del influjo de ésta, llegó, gracias a una atención y dirección conveniente, a ser menos irritable, menos ignorante y menos insípida. Como era natural, la apartaron cuidadosamente de las anteriores desventajas de la compañía de Lydia, y aunque la señora Wickham la invitó muchas veces a ir a su casa, con la promesa de bailes y galanes, su padre nunca consintió que fuese.
Mary fue la única que se quedó en casa y se vio obligada a no despegarse de las faldas de la señora Bennet, que no sabía estar sola. Con tal motivo tuvo mezclarse más en el mundo, pero pudo todavía moralizar a cerca de todas las visitas de las mañanas, y como ahora no la mortificaban las comparaciones entre su belleza y la de sus hermanas, su padre sospechó que había aceptado el cambio sin disgusto.
En cuanto a Wickham y Lydia, la boda de sus hermanas los dejaron tal como estaban. Él aceptaba filosóficamente la convicción de que Elizabeth sabría ahora todas sus falsedades y toda su ingratitud que antes había ignorado; pero, no obstante, alimentaba aún la esperanza de que Darcy influiría para labrar su suerte. La carta de felicitación por su matrimonio que Elizabeth recibió de Lydia daba a entender que tal esperanza era acariciada, sino por él mismo, por lo menos por su mujer. Decía textualmente así:
"Mi querida Lizzy: Te deseo la mayor felicidad. Si quieres al señor Darcy la mitad de lo que yo quiero a mi adorado Wickham, serás muy dichosa. Es un gran consuelo pensar que eres tan rica; y cuando no tengas nada más que hacer, acuérdate de nosotros. Estoy segura de que a Wickham le gustaría muchísimo un destino en la corte, nunca tendremos bastante dinero para vivir sin ninguna ayuda. Me refiero a una plaza de trescientas libras o cuatrocientas libras anuales aproximadamente, pero de todos modos, no le hables a Darcy de eso si no lo crees conveniente".
Y como daba la casualidad de que Elizabeth lo encontraba muy inconveniente, en su contestación trató de poner fin a todo ruego y todo sueño de esa índole. Pero con frecuencia le mandaba todas las ayudas que le permitía su práctica de lo que ella llamaba economía en sus gastos privados. Siempre se vió que los ingresos administrados por personas tan manirrotas como ellos dos y tan descuidadas por el porvenir, habían de ser insuficientes para mantenerse. Cada vez que se mudaban, Jane o Elizabeth recibían alguna súplica de auxilio para pagar sus deudas. Su vida, incluso después de la paz les confinó un hogar, era exageradamente agitada. Siempre andaban cambiándose de un lado para otro en busca de una casa más barata y siempre gastando más de lo que podían. El afecto de Wickham por Lydia no tardó en convertirse en indiferencia, el de Lydia duró un poco más, y a pesar de su juventud y de su aire, conservó todos os derechos a la reputación que su matrimonio había dado.
Aunque Darcy nunca recibió a Wickham en Pemberley, le ayudó a progresar en su carrera por consideración a Elizabeth. Lydia les hizo una que otra visita cuando su marido iba a divertirse a Londres o iba a tomar baños. A menudo pasaban temporadas con los Bingley, hasta tal punto que lograron acabar el buen humor de Bingley quién llegó a insinuarles que se marchasen.
La señorita Bingley quedó muy resentida con el matrimonio de Darcy, pero en cuanto se creyó con el derecho de visitar Pemberley, se le pesó el resentimiento: estuvo más loca que nunca por Georgiana, casi tan atenta con Darcy como en otro tiempo y tan cortés con Elizabeth que le pagó sus atrasos de urbanidad.
Georgiana se quedó entonces a vivir en Pemberley y se encariñó con su hermana tanto como Darcy había deseado. Las dos se querían tiernamente. Georgiana tenía el más alto concepto de Elizabeth, aunque al principio se asombrase y casi se asustase al ver lo juguetona que era con su hermano, veía a aquel hombre que siempre le había inspirado un respeto que casi sobrepasaba el cariño, convertido en el objeto de francas bromas. Su entendimiento recibió unas luces con las que nunca se había tropezado. Ilustrada por Elizabeth, empezó a comprender que una mujer puede tomarse con su marido ciertas libertades que un hombre nunca puede tolerar a una hermana diez años menor que él.
Lady Catherine se puso como una fiera con la boda de su sobrino. Y como utilizó toda su genuina franqueza al contestar a la carta en la que él el informaba de su compromiso. Usó un lenguaje tan inmoderado, especialmente al referirse a Elizabeth, que sus relaciones quedaron interrumpidas por un tiempo. Pero, al final, convencido por Elizabeth, Darcy accedió a perdonar la ofensa y buscó la reconciliación. Su tía resistió todavía un poquito, pero accedió a su cariño por él o a su curiosidad de ver como se desempeñaba su esposa, de modo que se dignó a visitarlos en Pemberley, a pesar de la profanación que habían sufrido sus bosques no solo por la presencia de semejante dueña, sino también por las visitas de sus tíos de Londres.
Con los Gardiner estuvieron siempre los Darcy en la más íntima relación. Darcy, lo mismo que Elizabeth, los apreciaba de verdad, ambos sentían la más ardiente gratitud por las personas que, al llevar a Elizabeth a Derbyshire, habían sido los causantes de su unión.
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Orgullo y Prejuicio Jane Austen
RomanceLas señoritas Bennet son cinco hermanas de una familia muy respetada de Hertfordshire, asisten a bailes y conviven con sus amigos del pueblo, pero su vida cambia cuando llega un apuesto caballero, y, tras un baile, los sentimientos comienzan a emer...