Después de una semana, pasada entre promesas de amor y planes de felicidad. Collins tuvo que despedirse de su amada Charlotte para llegar el sábado a Hunsford. Pero la pena de la separación se aliviaba por parte de Collins con los preparativos que tenía que hacer para la recepción de su novia; pues tenía razones para creer que a poco de su próximo regreso a Hertfordshire se fijara el día para hacerle el más feliz de los hombres. Se despidió de sus parientes de Longbourn con la misma solemnidad que la otra vez; deseó de nuevo a sus bellas primas salud y venturas, y prometió al padre otra carta de agradecimiento.
El lunes siguiente, la señora Bennet tuvo el placer de recibir a su hermano y a la esposa de este, que venían, como de costumbre, a pasar las Navidades en Longbourn. El señor Gardiner, un hombre inteligente y caballeroso, muy superior a su hermana por naturaleza y por educación. A las damas de Netherfield se les hubiera hecho difícil creer que aquel hombre que vivía del comercio y se hallaba siempre metido en su almacén, pudiera estar tan bien educado y resultar tan agradable. La señora Gardiner, bastante más joven que la señora Bennet y que la señora Phillips, era una mujer encantadora y elegante, a la que sus sobrinas de Longbourn adoraban. Especialmente las dos mayores, con las que tenía una especial amistad. Elizabeth y Jane habían estado muchas veces en su casa de la capital. Lo primero que hizo la señora Gardiner al llegar fue distribuir sus regalos y describir las nuevas modas. Una vez hecho esto, dejó de llevar la conversación; ahora le tocaba escuchar. La señora Bennet tenía que contarle sus muchas desdichas y sus muchas quejas. Había sufrido muchas humillaciones desde la última vez que había visto a su cuñada. Dos de sus hijas habían estado a punto de casarse, pero luego todo hubo quedado en nada.
-No culpo a Jane- continuó-, porque se hubiese casado con el señor Bingley si se hubiese podido; pero Elizabeth...¡Ah, hermana, es muy duro pensar que a estas horas podría ser la mujer de Collins si no hubiese sido por su testarudez! Le hizo una proposición de matrimonio en esta misma habitación y lo rechazó. A consecuencia de ello, lady Lucas tendrá una hija casada antes que yo, y la herencia de Longbourn pasará a sus manos. Los Lucas son muy astutos, siempre se aprovechan de lo que pueden. Siento tener que hablar de ellos de esta forma pero es la verdad. Me pone muy nerviosa y enferma que mi propia familia me contraríe de ese modo, y tener vecinos que no piensan más que en sí mismos. Menos mal que tenerte a ti en estos momentos me consuela enormemente, me encanta lo que nos cuentas de las mangas largas.
La señora Gardiner que ya había tenido noticias sobre ese tema por la correspondencia que mantenía con Jane y Elizabeth, dio una respuesta breve, y por compasión a sus sobrinas, cambió de conversación.
Cuando estuvo a solas luego con Elizabeth, volvió a hablar del asunto:
-Parece que habría sido un buen partido para Jane- dijo-. Siento que se haya estropeado. ¡Pero esas cosas suceden tan a menudo! Un hombre como Bingley, tal como tú me lo describes, se enamora con facilidad de una chica bonita por unas cuantas semanas y, si por casualidad se separan, la olvida con la misma facilidad. Estas inconstancias son muy frecuentes.
-Si hubiera sido así sería un consuelo- dijo Elizabeth-, pero lo nuestro es diferente. Lo que nos ha pasado no ha sido casualidad. No es tan frecuente que unos amigos se interpongan y convenzan a un joven de que deje de pensar en una muchacha de la que estaba locamente enamorado unos días antes.
-Pero esa expresión "locamente enamorado", está tan manida, es tan ambigua y tan indefinida, que no me dice nada. Lo mismo se aplica a sentimientos nacido a la media hora de haberse conocido, que a un cariño fuerte y verdadero. Explícame cómo era el amor del señor Bingley.
-Nunca vi una atracción más prometedora. Cuando estaba con Jane no prestaba atención a nadie más, se dedicaba por entero a ella. Cada vez que se veían era más cierto y evidente. En su propio baile desairó a dos o tres señoritas al no sacarlas a bailar y yo le dirigí dos veces la palabra sin obtener respuesta. ¿Puede haber síntomas más claros? ¿No es la descortesía con rodos los demás, la esencia misma del amor?
-De esa clase de amor que me figuro que sentía Bingley, me imagino que sí. ¡Pobre Jane! Lo siento por ella, pues dado su modo de ser, no olivará tan fácilmente. Habría sido mejor que te hubiese ocurrido a ti, Lizzy; tú te habrías resignado más pronto. Pero, ¿crees que podamos convencerla de que venga con nosotros a Londres? Le conviene un cambio de aires, y puede descansar un poco de su casa, le vendría mejor que ninguna otra cosa.
A Elizabeth le parecía estupenda esta proposición y no dudó de que Jane aceptaría.
-Supongo-añadió-, que no la detendrá el pensar que pueda encontrarse con ese joven. Vivimos en zonas de la ciudad opuestas, todas nuestras amistades son tan distintas y, como tú sabes, salimos tan poco que es muy poco probable que eso suceda, a no ser que él venga expresamente a verla.
-Y eso es imposible, porque ahora se halla bajo la custodia de su amigo, el señor Darcy no permitiría que visitase a Jane en semejante parte de Londres. Querida tía, ¿qué te parece? Puede que Darcy haya oído hablar de un lugar como la calle Gracechurch27 pero creería que ni las abluciones de todo un mes serían suficientes para limpiarse todas sus impurezas, si es que alguna vez se dignase entrar en esa calle. Y puedes tener por seguro que Bingley no daría un paso sin él.
-Mucho mejor. Espero que no se vean nunca. Pero, ¿no se escribe Jane con su hermana? Entonces la señorita Bingley no tendrá disculpa para no ir a visitarla.
-Romperá su amistad por completo.
Pero a pesar de que Elizabeth estuviese tan segura sobre este punto, y, lo que era aún más interesante, a pesar de que a Bingley le impidiesen ver a Jane, la señora Gardiner se convenció, después de examinarlo bien, de que había una esperanza. Era posible, y a veces creía que hasta provechoso, que el cariño de Bingley se reanimase y luchara contra la influencia de sus amigos bajo la influencia natural de los encantos de Jane.
Jane aceptó gustosa la invitación de su tía, sin pensar en los Bingley, aunque esperaba que, como Caroline no vivía en la misma casa que su hermano, podría pasar alguna mañana con ella, sin el peligro de encontrarse con él.
Los Gardiner estuvieron en Longbourn durante una semana, y entre los Phillips, los Lucas y los oficiales, no hubo un día sin que tuviesen un compromiso. La señora Bennet se había cuidado tanto de prepararlo todo para que su hermano y su cuñada lo pasaran bien, que ni una sola vez pudieron disfrutar de una comida familiar. Cuando el convite era en casa, siempre acudían muchos oficiales, entre los que Wickham no podía faltar. En estas ocasiones, la señora Gardiner, que sentía mucha curiosidad por los elogios que Elizabeth le tributaba, los observó a los dos minuciosamente. Dándose cuenta, por lo que veía, que no estaban seriamente enamorados; su recíproca preferencia era algo evidente. No se quedó muy tranquila, de modo que antes de irse de Hertfordshire decidió hablar con Elizabeth del asunto, advirtiéndole de su imprudencia al alentar aquella relación.
Wickham, aparte de sus cualidades, sabía cómo agradar a la señora Gardiner. Antes de casarse, diez o doce años atrás, ella había pasado bastante tiempo en el mismo lugar de Derbyshire donde Wickham había nacido. Poseían, por lo tanto, muchas amistades en común, y aunque Wickham se marchó poco después de los fallecimientos de su padre y del señor Darcy, ocurrido hacía cinco años, todavía podía contrale cosas de sus antiguos amigos, más recientes que las que ella sabía.
La señora Gardiner había estado en Pemberley, y había conocido al último señor Darcy. Éste era, por consiguiente, un tema de conversación inagotable. Comparaba sus recuerdos de Pemberley con la detallada descripción que Wickham hacía, y elogiando el carácter de su último dueño, se deleitaban los dos. Al enterarse del comportamiento de Darcy con Wickham, la señora Gardiner creía recordar algo de la mala fama que tenía cuando era aún un muchacho, lo que encajaba en este caso, por fin confesó que ya entonces se hablaba del joven Fitzwilliam Darcy como de un chico malo y orgulloso.
27. En el actual barrio financiero de Londres, que en aquél tiempo estaba ocupado principalmente por comercios.
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Orgullo y Prejuicio Jane Austen
Roman d'amourLas señoritas Bennet son cinco hermanas de una familia muy respetada de Hertfordshire, asisten a bailes y conviven con sus amigos del pueblo, pero su vida cambia cuando llega un apuesto caballero, y, tras un baile, los sentimientos comienzan a emer...