Oscuridad

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-Hay algo en el armario…- susurró la niña con voz temblorosa. A través del poco espacio que había entre las puertas, medio abiertas, podía verlo. El reflejo oscuro de un ojo, del color de la sangre, que la observaba fijamente.

Ella tragó saliva. Su primer impulso fue llamar a su madre, pero sabía que solo diría lo mismo de siempre: “Es solo tu imaginación”. Y su padre le diría que madurara de una vez y dejara de tener miedo a la oscuridad. Pero la niña no tenía miedo a la oscuridad, sino a lo que se podía esconder en ella.

Se levantó de la cama de un salto y cerró las puertas del armario tan rápido como pudo. Colocó una silla enfrente de estas y ató los pomos con uno de sus mejores nudos. Suspiró aliviada, pues era inocente y pensaba que una simple silla la mantendría a salvo. Se estiró sobre su lecho, pero no llegó a dormirse.

Era un sonido extraño el que la mantenía despierta. Unos arañazos similares a los que hace una bestia salvaje cuando la encierran. Eran profundos y agudos, como la tiza cuando se aprieta en la pizarra.

Temerosa, miró de reojo a su armario. El sonido se detuvo, y fue substituido por el chirrido de la silla. Se movía lentamente hacía la pared, alejándose de las puertas. Pero nadie la estaba tocando. La cuerda que mantenía cerrado el mueble se desató bajo la fuerza de unas manos que ella no podía ver.

La niña se ocultó debajo de su manta, temblando como nunca antes. Pero aun así, no pudo evitar escuchar como los pomos giraban y las bisagras oxidadas sonaban al abrirse. El sonido inconfundible de unos pasos inundaron la habitación.

Susurros de una lengua desconocida resonaban en sus oídos. Las lágrimas resbalaban por las mejillas de la joven, que se abrazaba a sí misma intentando controlar los temblores. Por un instante, sintió una mano larga y huesuda apoyada en su espalda. La manta se levantó con una ráfaga de viento, y ella cerró los ojos con todas sus fuerzas.

Sintió una respiración entrecortada tras su nuca, que le hizo recorrer un escalofrío por toda su espalda. Sintió como una voz áspera y ronca le susurraba aquellas palabras que jamás logró olvidar:

-Ahora no vendrás conmigo, pero te estaré esperando. Te vigilaré eternamente, allí donde acaba la luz, pues yo soy la razón de que le temas a la oscuridad.- fue entonces cuando abrió los ojos, aterrada.

Aquel que sabía su más profundo secreto simplemente desapareció de la habitación. Lo único que la niña pudo llegar a ver fue el resplandor de una hoz larga y afilada, manchada en sangre.

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