El arte de asar

49 1 0
                                    

Gasolina, fósforos, ¡BUM! Más de lo mismo, pero nunca voy a cansarme. Es magnífico ver las llamas arder, ese perfume delicioso incluso más que el cordero de mi madre. Me apetece un bocado señor mesero, ¡jaja! Mal día para usar esmoquin, ¿Cómo explicarás todo ese hollín? maldita tela importada. Tendré que limpiarme antes de llegar. ¿Un restaurant o una gasolinera?  ¡Deja ya esos pensamientos sucios! Entraré al Mc Donalds de camino a casa. Aunque cargar gas oil es una gran tentación, allí también tienen baños y gordos taciturnos con sus grandes camiones y  jeans sucios. Cómo los odiaba. Siempre acosan a Nancy, la mesera del buen busto y expresión triste.  Creo que ella se sonreirá al verme. Se siente atraída hacia mí, lo comprobé en la cafetería cierto martes de paso a la oficina mientras estudiaba el terreno para una posible explosión. Ella no dejaba de mirarme, a demás noté distraídamente cómo acomodaba su sostén negro en un gesto sensual.

Al fin de cuentas ¿Quién no lo hacía? Mi belleza  obstaculizaba cualquier otra. Mis perfectos dientes formaban una mágica sintonía de perlas enmarcada por unos gruesos labios puestos en un rostro de tez blanca y forma varonil que encajaba a la perfección con mis ojos azul claro. Mujeres y hombres solían voltearse a verme. Ciertas noches, abrazando a mi esposa, una mujer con pocos atributos salvo su bondad y comprensión;  valores con los que deseaba que mi progenie creciera, solía pensar que tanta belleza debería ser obra de un ser que escapaba a mi entendimiento, un ángel derrocado y lleno de odio, amante del fuego y la destrucción, un pirotécnico en términos actuales y un diablo en  cuestiones de religión. Pero uno encubierto. Nadie pensaría que con este rostro de querubín adulto estuviera a punto de incinerar a más de 20 personas, y luego masturbarme con la idea de volver a hacerlo, aspirando la pestilencia que emanaba cada poro de mí.

A pesar de hoy haber saldado mi cuota mensual de asesinatos, aún estaba lejos de casa y sediento de sangre y piel chamuscada. El plan es fácil. Convenceré a Nancy de dejarme ingresar a la cocina en busca de privacidad, la besaré con pasión y tocaré sus senos. Luego acariciaré su frágil cuello, y procederé a ahorcarla de forma elegante y con precisión, será algo sencillo. En cuanto pueda sentir su último aliento, cerraré sus ojos y besaré sus labios, sellando la caricia. Como consiguiente abriré todas las perillas del gran horno industrial, cerraré ventanas y ventilas y saldré por la puerta trasera. Caminaré 15 pasos a los baños , limpiaré mi traje y procederé a dispararles a los tanques de gasolina de cada gigante camión que divise. ¡Cómo amo hacerlo! Es una lástima no escuchar el fantástico sonido del aire al romperse gracias a este maldito silenciador. ¡Agh! Finalmente subiré a mi BMW, estacionaré frente a la cafetería y dispararé al gran tanque distribuidor de gas contiguo. Aceleraré y al amanecer estaré de regreso a casa.

O tal vez no, el tráfico está desopilante hoy. ¿Qué día es? Linda preguntará por qué otra vez me atrasé con el papeleo. Quizás  también se muestre curiosa por el gran incendio que vi de camino a casa. ¡JAJA! Una manada de cerdos rostizada. Debería llamarla y decirle que hoy se me apetecen chuletas y tocino. Eso sería ideal. Antes tacharé este objetivo y me decidiré a buscar otro, tal vez un comercio o un hogar en los suburbios. ¿Te apetece una visita, querido amigo? Llegaré a cenar.

Creepypastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora