Capítulo 3

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NERVIOSO, INQUIETO, CON una impaciencia que es alegría febril, va Renato de un lado a otro del despacho, segui­do por los cansados pasos del viejo Noel. Un instante, los ojos del joven D'Autremont miran compasivos al viejo notario, para en seguida proponerle:

—Está usted rendido. Váyase a descansar si quiere...

—¿Piensas que podría descansar sin saber en qué acaba todo esto? Vamos a hacer un trato, hijo: tú te vas a descansar, y yo lo espero.

—¡Qué ocurrencia! Usted sí que se ve que no puede más. Vaya, Noel, vaya a reposar...

—Me voy, pero sólo a dar una vuelta. Mucho me temo que doña Sofía no se haya acostado esperando que pase yo a hablar con ella. Si me permites usar esta puerta secreta... Da directamente frente a la alcoba de tu madre, según me dijo ella. Se abre oprimiendo la moldura, creo que en este lado... Aquí... Si ... se hunde la moldura, pero no se abre la puerta...

—¡Oh! ¡El escondrijo que buscábamos! ¿No le dije que que­daba en este panel? Se abrió al apretar usted la moldura...

Han ido los dos hacia el estante, donde efectivamente se encuentra el hueco de una puertecilla... Pero en la oscura cavidad sólo hay un papel arrugado... un papel del qué los de­dos de Renato se apoderan rápidamente y, emocionado exclama:

—¡Aquí está! ¡Esto era! Delante de mí, mi padre arrugó es­ta carta y la arrojó aquí dentro.

—¿Era esa la carta que...?

—Si... Creo que si... Usted, naturalmente, sabrá lo que dice...

—No, hijo, nunca llegué a leerla. Bertolozi la envió con el propio Juan, como ya te conté, y tu padre la leyó frente al ca­dáver del que había sido su implacable enemigo...

Fija la vista en aquellas líneas que le queman, Renato per­manece silencioso e inmóvil mucho tiempo, y al fin comienza a leer en voz alta lo que ya leyó con la mirada. Comienza a leer con la misma angustia, con el mismo invencible respeto conque leyó su padre frente al cadáver de Andrés Bertolozi.

"Con mis últimas fuerzas te escribo, Francisco D'Autremont, y te pido que vengas a mi lado..: Ven sin miedo... Es tarde para que yo me cobre en sangre todo el mal que me has hecho. No he de repetirte cuánto te odio. Tú lo sabes... Si se matase con el pensamiento, te habría aniquilado, pero sólo yo mismo me he consumido inútilmente en la hoguera de este rencor que me pudre el alma. Me mata el odio más que el alcohol... Por odio he callado durante años enteros. Hoy quie­ro decirte algo que acaso te interese. Esta carta la pondrá en tus manos un muchacho. Tiene doce años y nadie se ocupó ja­más de bautizarlo. Yo le llamo Juan, y los pescadores de la costa le dicen algo más... Juan del Diablo. Es una fiera, un salvaje, lo crié en el odio... Tiene tu corazón malvado, y yo le he dado, además, rienda suelta a todos sus instintos, he destilado sobre su corazón rencor y veneno... ¿Sabes por qué? ¡Es tu hijo!"

La vieja carta de Bertolozi ha temblado en las manos de Renato, como tembló primero en las de Francisco D'Autremont. Sus ojos, agrandados de angustia, se alzan para recorrer la es­tancia, sin verla, y la figura desolada del viejo notario, inmóvil, mudo junto a él... Un instante respira con dificultad, ahogado por la emoción de aquella tragedia, no por lejana menos cruel; pero de nuevo los renglones desiguales le atraen como si ardie­sen. Otra vez vuelve a ellos, y otra vez bebe en aquellas letras todo el veneno que Andrés Bertolozi pusiera en ellas:

"Si tu hijo está frente a ti, míralo a la cara. A veces es tu vivo retrato, otras se parece a ella... a ella... la maldita ramera que me traicionó, la que me arrancaste, la que fue tuya, como es tuyo ese hijo, vergüenza de mi vida. Tómalo, llévate­lo... Tiene el corazón podrido y el alma dañada de rencor. No sabe más que odiar, que aborrecer... Si lo llevas contigo, será tu enemigo, envenenará tu hogar y turbará tus sueños. Si lo abandonas, rodará a lo más bajo, será un asesino, un pirata, un bandido que acabará en la horca... Y es tu hijo... ¡Tu hijo...! Tiene tu misma sangre... ¡Esa es mi venganza!"

Mónica (Corazón Salvaje: libro 2) [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora