Capítulo 7

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LOS OJOS DE Mónica se han abierto despacio, muy despa­cio, volviendo a cerrarse casi en el mismo instante, como si la luz los hiriese, y han vuelto a mirar por entre los párpados, semi-entornados, como reconociendo el extraño lugar en que se halla. Los grandes ojos daros de la ex-novicia se abren totalmente para mirar el rostro desconocido, de expresión noble y grave, de aquel hombre vestido de negro que inclina la cabeza cana, como consultando varias hojas de apuntes. Está tendida en una de aquellas literas, sobre un grueso colchón de lana. Bajo la cabeza dolorida, en la que las ideas parecen vibrar, salir y en­trar inseguras y vagas, hay almohadas, y finas sábanas de hilo cubren su cuerpo vestido con un ropón liso y blanco. Las débiles manos rechazan un poco las sábanas... la cabeza de rubios cabellos enmarañados se levanta ligeramente, con esfuer­zo. Trata de incorporarse, cuando...

—¡Caramba, si ha despertado usted! ¿Cómo se siente? - El hombre vestido de negro ha llegado hasta ella, ha tirado de una banqueta con la absoluta naturalidad de quien está acostumbrado a moverse en, aquella estancia, y ha buscado el pulso de la enferma mirándola con ojos bondadosos y cansados a los que asoma la esperanza, mientras aconseja:

—No se mueva ni hable; no haga ningún esfuerzo. Está mejor, ¿sabe? Está mucho mejor, pero es preciso que no co­meta la menor imprudencia. Ahora mismo voy a enviar por algo que necesita tomar.

La rubia cabeza de Mónica se estremece queriendo en vano fijar las imágenes que ahora pasan como en un torbellino. ¿Quién es aquel hombre? ¿En qué lugar se encuentra? ¿Está viva o muerta? ¿Sueña o ha perdido la razón? No recuerda ha­ber visto jamás aquella estancia, no recuerda haberse acostado nunca en un lecho semejante, y el aire fresco que penetra por las ventanas tiene un áspero olor a salitre y a yodo. Es el aire del mar muy cercano... Está en un barco... sí, está en un barco, y enferma, gravemente enferma. Pero, ¿cómo está allí? ¿Por dónde llegó hasta aquel barco? Las imágenes se hacen más precisas. Recuerda... recuerda el valle de Campo Real, la lujo­sa mansión de los D'Autremont... Sofía, Renato, Catalina... Aimée, Juan... Juan del Diablo! Y al tomar cuerpo esta ver­dad en su mente, prorrumpe en un sollozo:

—¡Dios mío... Dios mío...!

—¿Qué le pasa? —acude solícito el doctor—. ¿Siente algún dolor, alguna molestia especial? Dígamelo, hija, dígamelo sin afligirse. Trate de explicarme lo que siente. Soy el doctor Faber, su médico, y llevo tres días junta a usted, aunque no recuer­de, haberme visto antes. Ha estado con fiebre muy alta y algo fuera del mundo, pero lo peor ha pasado ya, y Dios mediante...

—j0h... Jesús! —exclama Mónica cotí el espanto reflejado en su pálido rostro.

—¿Qué tiene? ¿Qué le pasa? Cálmese. ¿Por qué se asusta de ese modo? No va a pasarle nada, se lo aseguro... —El doctor Faber ha tratado en vano de calmarla, pero al desplomarse Mónica desvanecida, con tono casi áspero, reprocha—: ¡Ah, ca­ramba! Ha aparecido usted de repente, y me temo que al verle se ha asustado. Mire usted en qué forma tan tonta acaba de desmayarse...

El hombre cuya presencia provocara el desmayo de Mónica se acerca muy despacio, sereno y triste, y queda inmóvil, mi­rándola... Ahora, sin las rosetas de la fiebre, las mejillas de Mónica son más blancas que las blancas sábanas en que se en­vuelve ... La mira y la halla hermosa, extraordinariamente her­mosa, a pesar de su aspecto débil, enfermizo, con una belleza doliente que la hace más niña.

—Está mejor, ¿verdad, doctor?

—Infinitamente mejor... Pero este desmayo... este desma­yo... ¡Vaya, menos mal, creo que ya vuelve en sí!

—¿Quiere dejarme con ella, doctor?

—¡no, doctor, no se vaya! —suplica Mónica francamente angustiada, dueña ya de sus facultades.

Mónica (Corazón Salvaje: libro 2) [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora