Capítulo 15

2.3K 72 38
                                    

—¿TIENE USTED ALGO que alegar en su defensa, acu­sado? —interroga el presidente del tribunal.

—¡¿Su Excelencia desea de veras que yo me defienda? —finge asombrarse Juan sin abandonar su ironía.

—Por tercera vez llamo la atención al acusado con respecto a la insolencia de sus respuestas... Limítese a aprovechar la oportunidad que le he dado. ¿Tiene algo que añadir en su defen­sa, con respecto a las acusaciones del último testigo? ¿Puede negar las pruebas irrefutables de haber trasladado durante casi una docena de viajes, productos adquiridos ilícitamente, mer­cancía robada?

—¡Yo no robé! Creo que, tenemos distintos conceptos de la palabra robo, Excelencia...

—¿Y también tenemos distintos conceptos de las órdenes de embarque? Aquí hay, a la disposición de los señores del jurado, más de una docena de pliegos que corroboran la decla­ración del último testigo. Pueden examinarlas... Ron, cacao, tabaco, algodón, especias... todo productos de las depredacio­nes de los pequeños propietarios del Sur de Guadalupe, trasla­dado y vendido por usted a comerciantes de Saínt-Pierre y Fort de France, a precios que perjudican el mercado.

—Reconozco que son ciertos los cargos, reconozco que fui agente de los pequeños propietarios del Sur de Guadalupe, to­talmente arruinados por el sistema de préstamos sostenido por los usureros que tolera el Estado en las ciudades de Petit-Bourg, Goyavé y Capesterre. Esos productos fueron sustraídos de las propias fincas que esos hombres habían regado con su sudor, habían hecho fructificar con su sangre...

—¿Pretende justificar el robo?-—casi chilla el presidente al tiempo que agita nerviosamente la campanilla para acallar los fuertes murmullos que las palabras de Juan despiertan en la sala.

—De ninguna manera. Excelencia. Sólo para los cargos de este tribunal, fueron ladrones los pequeños colonos que sacaron su mercancía después del embargo que totalmente les arruinaba. Para mí, el robo fue de los que compraron cosechas a la cuarta parte de su valor, de los que hicieron firmar pagarés con cifras tres veces más altas del dinero prestado. Ustedes acusan a mi barco de llevar mercancía robada... Yo creo que la verdadera­mente robada, fue la adquirida por los ricos traficantes de Petit-Bourg, Goyave y Capesterre a precios irrisorios y con usura despiadada... Y en cuanto al último cargo que se me hace... ¿Cuál es ese último cargo? ¿El secuestro de Colibrí?

—Aun no ha llegado el momento de oír sus descargos sobre el secuestro del muchacho... Ahora es preciso hacer constar en acta que reconoce haber trasladado y vendido mercancía de Gua­dalupe a Martinica, a espaldas de las autoridades portuarias. Su declaración lo admite plenamente, y el descargo moral pue­den tomarlo en cuenta, si quieren, los señores del jurado. Está, pues, probado el segundo cargo...

—Quedan probados todos los cargos, si todos son como ese. Si, sí, señores magistrados, sí, señores jurados, ayudé a librar la pequeña parte que arrancaban de las garras de sus opresores los desdichados labriegos de Guadalupe, defraudando a los ricachos cuyas panzas engordan a costa de la miseria y del dolor de los demás. Ayudé a desvalijar ricos cargamentos arran­cados a la miseria, a la ignorancia y al desamparo de muchos desdichados. Sin permiso, trasladé pasajeros, facilitando la fuga de los trabajadores esclavizados por contratos inhumanos. En más de una ocasión aligeré de su botín a los hartos de todo, acaso confiando en que habían robado bastante para que no fuera pecado robarles a ellos algo. Pasé mercancía de contra­bando adelantándome a las Aduanas, en las que conozco em­pleados lo bastante venales para que, un contrabandista que expone su vida en los mares, no haga nada más que tomarles la delantera...

—¡Basta... Basta! ¿Está loco? —intenta callar el presidente enarbolando furiosamente la campanilla, pues los murmullos van subiendo de tono cada vez más.

Mónica (Corazón Salvaje: libro 2) [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora