☄️; no puede ser

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sabela
────「 ♪ 」────

- Sabelita, no quedan huevos.

Mi hermana aparece con ojitos de cordero en la puerta del salón, el moño mal hecho que se hizo cuando íbamos a empezar a decorar la casa con los adornos navideños la hacen aún más adorable. Niego con la cabeza, sé que pretende y yo también estoy muy a gusto sentada en el sofá haciendo mi trabajo. Marilia entra del todo a la sala y se dirige a mí saltando como un cangurito.

- Por favor, Sabelita. - me suplica apoyada en mi rodilla, se acaba de sentar en el suelo y no deja de mirarme con esos ojos de cordero.

Suspiro y cierro el ordenador. La miro con mi propia versión de ojos suplicantes. Ella ni se inmuta, aguanta mi petición de clemencia.

- ¿Tanto te apetecen los huevos fritos con patatas? - ella asiente con la cabeza y el labio tiritando. - Ya voy...

Marilia se levanta y gritando un gracias vuelve a la cocina. Yo, sin embargo, me veo obligada a subir arriba a cambiarme porque acabo de acceder a salir al supermercado del quinto pino donde están los huevos ecológicos que le gustan a mi hermana. Me pongo rápidamente unos vaqueros pitillo y un jersey negro. Bajo a todo correr las escaleras y me calzo con unas botas negras de charol. Mirándome en el espejo de la salida, me pinto los labios de rojo.

- Ahora vuelvo, pesadiña.

{☄️}

Camino hacia la parada del autobús sin prisa. Hace muchísimo frío en esta ciudad, aun con mis manos enterradas en los bolsillos de mi abrigo noto como siguen congeladas. Lo que daría por teletransportarme al sofá, a mi cómodo y blandito sofá, con mi ordenador y mi presentación de google abierta. Aggg estúpida Marilia, si quiere huevos del quinto pino que se ella la que cruce todo el barrio hasta la tienda. Debajo de toda esa capa de arcoíris y cabras enanas que saltan por el campo se esconde Satán, que justamente se suele manifestar como una cabra demonio bastante chunga.

Cruzo la acera cuando no pasa ningún coche, llegando por fin a la primera meta del camino: la parada. Está llena de adolescentes que vuelven a su casa para cenar, rebosan de la misma juventud de la que rebosa mi hermana. Y si ellos están fuera comiéndose el frío infernal de principios de Diciembre... ¡Ella también debería! Uno que no tendrá más de 16, se levanta del banco y me deja su sitio. Le miro con asco, ni que yo tuviera 30 años. Aunque es obvio que su gesto me ha ofendido, me siento, para ser una joven cabreada  con sitio.

Llega el bus, saco mi abono joven (eso hay que recalcarlo) y me pongo en la fila, detrás de dos amigas que no paran de reírse. Al subirme, busco un asiento completamente vacío y me siento en la ventana. Me pongo los cascos y elijo el modo aleatorio para no tener que pensar que escuchar, lo que salga, salió. El vehículo arranca, se aleja de la parada donde aún queda gente esperando otra línea. Menos mal que dentro del bus la calefacción estaba encendida y podía calentarme.

Me relajo en el asiento, estoy teniendo la suerte de que nadie de las siguientes paradas se sienta a mi lado y puedo disfrutar de espacio de sobra. Sonrío como una tonta porque al menos el viaje está siendo agradable, el mundo me ha concedido una tregua antes de salir a pelearme otra vez con el frío. El bus vuelve a estacionar en una parada, rezo por seguir teniendo suerte.

No puede ser. No creo que sea ella, es que no puede ser. La loca mal teñida se va a subir a este bus. Rápidamente me cambio al asiento del pasillo para evitar que se siente por accidente y miro por la ventana, tapándome la cara con una mano, para evitar que se siente conmigo si me reconoce. Oigo su voz al principio del bus, está hablando por teléfono.

- Joder Marta... - se produce un corto silencio - Venga - su voz está más cerca -, adiós Marta.

Cuelga y al segundo alguien, que espero con todas mis fueras que no se ella, me toca el hombro. Obviamente me toca mirar a esa persona, que para risa del mundo es la loca mal teñida. Ella también se queda algo sorprendida al darse cuenta de quién soy, pero ella no se pasó toda una tarde deliberando si seguirme o no en instagram. Yo sí, por Dios que vergüenza. Se guarda el móvil en su bolsillo al mismo tiempo que yo me corro al asiento de la ventana. Al sentarse suspira y sonríe.

- Que casualidad, la del paraguas. - me dice.

Me retiro el pelo que me molesta de la cara y me lo recojo detrás de la oreja derecha. Sonrío para calmar el ambiente de expectación que se respira. Ya es la tercera vez que presencio este tipo de silencio.

- Que casualidad, la loca mal teñida.

Al escucharme, frunce el ceño curiosa. Creí que se molestaría, que no le gustaría que alguien que apenas conoce le llame loca y mal teñida... Pero claro, María tiene pinta de sudar de ese tipo de comentarios, así que he vuelto a quedar mal yo. Con una voz un poco más ahogada, que denota diversión por todos lados, me reseña el insulto para luego decirme que, al menos, he sido original. Se ríe y niega con la cabeza.

¿Por qué he querido molestarla? Si me apetece un montón ser su amiga. Suspiro y me disculpo, me excuso en que cada vez que he contado la historia, la describía así en el punto en el que mi hermana habría la puerta. Se vuelve a reír, esta vez de mi.

- No pasa nada, me ha gustado. Ahora sé que mi pelo destaca entre todo este cuadro. - se señala de arriba a abajo. Vuelve el silencio y me doy cuenta de soy yo la que suele provocarlo, porque no sé responderle nada. - Y... ¿Tu hermana es la que aparece en algunas de tus fotos de ig?

- ¿Has estado viendo mis fotos? - me he quedado a cuadros.

María sonríe, como si supiera cuál iba a ser mi reacción antes siquiera de procesar lo que me había dicho.

- Pues claro, me seguiste y no tenía ni puta idea de quién eras hasta ver tus fotos. Tú me stalkeaste a mi primero.

- ¿Qué? ¿Qué es eso? - entonces me río yo, y ella se ríe conmigo.

Cuando conseguimos calmarnos, María me pregunta en qué parada me bajo. Le digo que no me queda nada para bajar, que es la siguiente a la que  se ha subido.

- Acabamos de pasar esa parada. - me quedo petrificada. Joder, ahora encima perderé tiempo en ir andando. - ¿Cuál es el plan B?

Levanto el brazo y empiezo a pulsar el botón que solicita la parada, nerviosa. Cuando llegamos y el vehículo se para, me levanto del asiento y cruzo al pasillo sin esperar a que María se levante. Toco el suelo de la calle y echo a andar hacia la tienda, voy a llegar tan tarde que hasta estará cerrada.

– Joder... – escucho detrás de mi y por debajo del ruido que hacen mis botas. – ¡Sabela, espera!

María llega a mi lado, sonriendo con su abrigo de plumas azul abrochado al máximo. Tiene las manos guardadas en los bolsillos, para conservar el calor del autobús. Sigue sonriendo, quieta delante de mi.

– Te acompaño.

cuatro cafés y un bollo {ot2018}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora